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Moción de autocensura y petardazo de Vox
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Moción de autocensura y petardazo de Vox

Es ahora cuando se manifiestan a la luz del día las carencias de Vox como partido y de Santiago Abascal como líder de ámbito nacional

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal, interviene durante el debate de la moción de censura. (EFE/Chema Moya)
El líder de Vox, Santiago Abascal, interviene durante el debate de la moción de censura. (EFE/Chema Moya)
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La RAE da dos acepciones del vocablo petardazo: 1. Explosión producida por un petardo o por otro objeto explosivo; 2. Fracaso rotundo y estrepitoso. La emergencia atronadora de Vox en la política española fue un petardazo en el primer sentido de la palabra. Al manejo de esta moción de censura se le puede aplicar perfectamente la segunda acepción.

En realidad, el auge y declive de Vox coinciden con los del sanchismo. El caldo de cultivo se condimentó en el seno del PP durante años. La cazuela se puso a hervir tras el 1 de octubre del 17 en Cataluña, que marcó el punto de fractura emocional de la base social de la derecha con la figura de Mariano Rajoy. Pero la eclosión electoral de Vox no se produjo hasta la moción de censura que llevó a Sánchez al poder de la mano de la extrema izquierda y el bloque nacionalista; y su primera manifestación fueron las elecciones andaluzas de diciembre de 2018.

Durante estos años, el voxismo y el sanchismo han caminado de la mano como enemigos íntimos de referencia; siempre se necesitaron y se alimentaron recíprocamente. Los excesos del Frankenstein funcionaron como combustible de las crecidas de la extrema derecha y, a la vez, la amenaza de los ultras funcionó como argamasa de la izquierda y factor eficaz de disuasión para socialdemócratas espantados por las tropelías de Sánchez. Así cristalizó una muy productiva sociedad de socorros mutuos. En medio, un PP desnortado hasta que las victorias resonantes de Ayuso en Madrid y Moreno Bonilla en Andalucía y la llegada de Feijóo al timón de Génova lo volvieron a su ser.

Feijóo, Ayuso, Moreno Bonilla. Sobre esa tríada bien engrasada se está edificando la victoria electoral del PP en 2023 y su probable regreso al Gobierno de España. El modelo funciona sobre el designio común de reducir el peso de Vox al mínimo imprescindible, tratando a toda costa de evitar meterlo en los gobiernos —lo que exige autonomía estratégica a rajatabla y mayorías holgadas—.

Foto: El profesor y economista Ramón Tamames.  (EFE/J. J. Guillén)

Ese es el peor escenario posible para Sánchez y para Abascal. Vox necesita tener al PP cogido por el cuello para que su voto conserve un sentido de utilidad; y el PSOE necesita que lo parezca para blindar su frontera con el PP y retener cautivo el voto al que ya únicamente el miedo a la alternativa disuade de la fuga.

Feijóo sabe que solo estará en condiciones de hacer realidad su propósito de aspirar a una investidura sin hipotecas a partir de 150 escaños. Ello exige, en primer lugar, una amplia cosecha de gobiernos municipales y autonómicos en mayo; y después, una altísima fidelidad de sus votantes de 2019 (lo que parece garantizado) y una expansión en ambas direcciones, penetrando a la vez en el espacio de Vox y en el del PSOE.

Foto: Ilustración: Emma Esser.

La sociedad PSOE-Vox comienza a renquear porque, a partir de cierto punto, ambos tienen otras ocupaciones prioritarias. Especialmente el partido de Sánchez, ocupado mayormente de la precarísima unidad de su propia coalición.

Es ahora cuando se manifiestan a la luz del día las carencias de Vox como partido y de Santiago Abascal como líder de ámbito nacional. En un movimiento compulsivo para recuperar iniciativa y protagonismo, Abascal tuvo la ocurrencia de aprovechar la indignación por los desafueros legislativos del Gobierno (sedición, malversación, ley trans, ley del solo sí es sí) para ponerse al frente de la manifestación anunciando una moción de censura. Típica fuga hacia delante de un dirigente irreflexivo, de escaso caletre estratégico y aficionado en exceso a los golpes de efecto.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal, junto al candidato a la Presidencia durante la moción, Ramón Tamames. (EFE/Chema Moya)

La reacción gélida del PP y la falta de un candidato verosímil que no fuera él mismo lo dejaron durante tres meses colgado de su propia brocha. No podía recular sin grave quebranto de su prestigio de caudillo indómito, ni seguir adelante mientras no dispusiera de un chivo expiatorio dispuesto a ir al sacrificio. Finalmente, el inefable Sánchez-Dragó le vendió la insólita “solución Tamames”, a la que se aferró por pura desesperación y que ha terminado siendo la cuerda en la que se ha ahorcado el aún jefe de la extrema derecha (ya veremos por cuánto tiempo).

La moción de censura constructiva es una operación de alto riesgo para quien la emprende, y no es nada sencillo salir con bien de ese desfiladero. Especialmente, cuando ni siquiera eres el líder de la oposición. En la conducción de esta moción de censura, todo ha sido un cúmulo de torpezas impropias de un partido serio y de un líder merecedor de ese nombre. Desde el anuncio precipitado de la iniciativa al lanzamiento de un candidato imposible como Tamames, la gestión del proceso preliminar (incluida la filtración del discurso) y, finalmente, las desastrosas actuaciones de proponente y candidato en la sesión de este martes.

Abascal se presentó al examen con un discurso poco trabajado y peor enhebrado, sin haber estudiado las enormes posibilidades que el reglamento otorga al Gobierno en estos debates y con claro menosprecio de un rival —Sánchez— de colmillo retorcido y necesitado de un revulsivo. El presidente, que siempre exprime sus ventajas al máximo y venía armado hasta los dientes, lo corneó sin piedad durante casi tres horas, desnudando metódicamente su holgazanería y su ignorancia de la asignatura.

Como señaló Javier Caraballo en su columna de urgencia, cuando Sánchez terminó de liquidar a Abascal, el candidato aún no había abierto la boca, pero el trámite político estaba concluido. Si algo no puede permitirse quien va por la vida de campeón del antifascismo es que Sánchez le pase la mano por la cara.

Todo lo demás fue penosa rutina. Tamames estuvo aún más patético de lo esperado y Sánchez, siempre abusón y desmedido cuando se siente fuerte, lo castigó con otro discurso aplastador de casi dos horas, obviamente destinado a dejarlo exánime para cualquier réplica ulterior.

Para completar la faena, el matador dio la alternativa a Yolanda Díaz, a la que necesita en plena forma para diciembre. Esta, en un calculado reparto de papeles, estuvo particularmente cruel con el candidato. Se mostró solvente, como suele, explicando la política social del Gobierno de forma menos robótica que su jefe. Repartió besos y piropos nominativos a los colegas de las distintas facciones del Consejo de Ministros, asumiendo el papel de sostén de la coalición. Finalmente, derivó en media hora final de retórica estomagante plagada de tópicos, tan cursi y empalagosa en la forma como sectaria en el contenido, preanunciando una campaña personal no apta para diabéticos.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en el debate de la moción de censura de Vox. (EFE/J. J. Guillén)
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Como Feijóo, chico listo, no compareció al aquelarre (aunque unos y otros no dejaron de citarlo), Sánchez repitió por enésima vez el ejercicio que mejor le sale, que es la moción de censura… a Rajoy.

Después de la jornada, no creo que haya un votante de Vox satisfecho con esta movida absurda de sus dirigentes, impropia de profesionales. Si echar a Sánchez dependiera de ellos, tendríamos Frankenstein para un par de décadas. Son, como diría Mao, tigres de papel. Lo malo —sobre todo para el sanchismo— es que ahora ya lo sabe toda España: donde daban miedo, empiezan a dar risa.

La RAE da dos acepciones del vocablo petardazo: 1. Explosión producida por un petardo o por otro objeto explosivo; 2. Fracaso rotundo y estrepitoso. La emergencia atronadora de Vox en la política española fue un petardazo en el primer sentido de la palabra. Al manejo de esta moción de censura se le puede aplicar perfectamente la segunda acepción.

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