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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Los números de Pedro y Yolanda para sobrevivir juntos

Para reactivar fundadamente la expectativa de una nueva legislatura sanchista, es condición imprescindible que se reequilibre la relación de fuerzas entre el bloque de la derecha y el de la izquierda

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, conversa con la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. (EFE/Mariscal)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, conversa con la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. (EFE/Mariscal)
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En esta ocasión, el veredicto mediático ha sido casi unánime. Expresado en lenguaje taurino (que someto a ulterior corrección de mi amigo Rubén Amón), puede decirse que Santiago Abascal le ha hecho un quite espectacular a Pedro Sánchez: cuando este parecía acosado como nunca por la concurrencia del hartazgo social hacia Su Persona, los desmanes legislativos del Gobierno y las visibles grietas de su coalición, el líder de Vox irrumpió en el ruedo con el capote salvador de la moción de censura.

Lo singular es que esta vez no lo hizo, como en ocasiones anteriores, en provecho mutuo, sino con grave afectación de su propio físico, aunque tratara de protegerse arteramente, interponiendo a Tamames como señuelo. No tardaremos en comprobar, con datos reales de las urnas, si la maniobra de Abascal —torpe, temeraria y chapucera— se queda en un revolcón serio o en una cornada de pronóstico reservado que pueda llegar a requerir cirugía (por si acaso, Espinosa de los Monteros, su sobresaliente, calienta en la banda). En todo caso, toda España vio al líder de Vox saliendo de la corrida que él mismo organizó por la puerta de la enfermería y con el prestigio quebrantado. Será él, y no Tamames, quien pague los desperfectos.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), junto a sus vicepresidentas, tras la votación de la moción de censura. (EFE/J.J. Guillén)

Sánchez, que jamás desperdicia una ventaja, aprovechó el regalo no solo para zafarse transitoriamente de la tormenta perfecta que se cernía sobre él, sino para permitirse además el lujo de dar formalmente la alternativa a Yolanda Díaz como aparcera de la futura coalición (“presidenta segunda”, barboteó Patxi), en detrimento de la secta de Iglesias. A la gallega se le transparentan las intenciones de acuchillar a su primer padrino y después al segundo sin que se le mueva el mechón, como diría Ángeles Caballero. No deja de ser un juego peligroso, considerando la calaña de ambos personajes.

Ese ha sido el impacto ambiental de la gilimoción de Abascal, apreciado así por toda la grada. Pero conviene no sobredimensionar su consecuencia estructural sobre el mapa político, ni su traducción mecánica en votos. Tres de las seis mociones de censura presentadas en España tuvieron efectos trascendentes. La de Felipe González, porque contribuyó decisivamente a catapultarlo y a hundir a Suárez. La de Hernández Mancha, porque resultó un suicidio personal que abrió paso al posterior ascenso de Aznar y a la fundación del PP. Y la de Pedro Sánchez, porque convirtió en presidente del Gobierno a un dirigente desahuciado que defendía por entonces la tercera posición en las encuestas.

Foto: Yolanda Díaz, arropada por Alberto Garzón, Joan Subirats y Jaume Asens. (EFE/Chema Moya)

Las otras tres, presentadas siempre por el tercer partido de la Cámara sin otra pretensión que robar una porción de notoriedad, hicieron ruido unos días, pero pasaron pronto al olvido con más pena que gloria para sus promotores y sin dejar huella sobre el escenario político. El único efecto electoral de fondo que puede vislumbrarse de esta última moción es que marque un punto de inflexión en la decadencia de Vox, que resultaría en un importante voto de retorno hacia el PP como único instrumento funcional para sacar a Sánchez del poder. Pero incluso esa hipótesis —nada inverosímil— necesita pasar el test preliminar del 28 de mayo. La gestión estratégica de esa elección puede mantener con vida a Vox como pieza condicionante de la política nacional o enviarlo a la tangencialidad, y eso dependerá sobre todo de la muñeca con que Feijóo maneje el resultado de sus candidatos.

Otra cosa es la inflamación de las expectativas de la izquierda tras el acto fallido de Abascal, el alarde culturista de Sánchez sobre los hombros del pobre Tamames y la rutilante aparición de Yolanda Díaz en la tribuna para afirmar su liderazgo de una criatura política que aún no existe —Sumar— a costa de un partido que se resiste a ser guillotinado —Podemos—.

Foto: Yolanda Díaz, a su llegada al acto de Sumar celebrado en el auditorio de Fibes en Sevilla. (EFE / Raúl Caro)

Para reactivar fundadamente la expectativa de una nueva legislatura sanchista, es condición imprescindible que se reequilibre la relación de fuerzas entre el bloque de la derecha y el de la izquierda, regresando a algo que se parezca al empate que se mantuvo entre 2015 y 2019. Solo en ese caso, el aporte de los nacionalistas resultaría determinante. Mientras la suma de la derecha siga aventajando a la de la izquierda en más de un millón y medio de votos, como sucede en la actualidad, la asignación de escaños en las provincias clave, que son las 26 que tienen cinco diputados o menos, resultará letal para la mayoría actual.

Se habla de un tique electoral de Sánchez y Yolanda. Esa coyunda operaría como un tique si decidieran constituirse en coalición electoral o repartirse las circunscripciones, de forma que Sumar, con el consentimiento de Podemos, no concurriera en las casi 30 provincias en las que previsiblemente no obtendrá escaños. Nada indica que eso sea siquiera imaginable en este momento. Más cierto es que el PSOE y Sumar (cualquiera que sea la configuración final de esa candidatura) están condenados a competir entre sí por un electorado común que, hoy por hoy, forma una tarta menguante respecto a la tarta de la derecha.

Foto: La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. (EFE/Fernando Alvarado) Opinión

Por muchos arrumacos que hoy se hagan, antes o después tendrán que diferenciarse y enseñarse los dientes. Quien entonces esté al frente de la campaña del PSOE debería tener precaución en transmitir el peligroso mensaje de que es indiferente votar Pedro o Yolanda, ya que todo caerá en la misma cesta. En tal caso, el partido de Sánchez podría verse defendiéndose de una doble vía de agua: una hacia Feijóo por hastío y otra hacia Yolanda por darse gusto al cuerpo impunemente.

La cosa que finalmente forme Yolanda Díaz, con Podemos o sin él (probablemente con él, me resisto a creer que la izquierda sea tan estúpida como lo fue la derecha en 2019), será, por supuesto, socio imprescindible de una eventual coalición poselectoral. Pero antes será un formidable adversario electoral del PSOE. Ella dispone, para empezar, de su propio liderazgo (mucho menos contaminado que el de Sánchez) y el no despreciable respaldo del aparato entero de CCOO, que funciona a su servicio desde hace tiempo. A ello pretende añadir todo lo que Iglesias aglutinó en 2015-16 y después centrifugó: Izquierda Unida en todo el país, Errejón en Madrid, los comunes de Colau en Cataluña, Compromís en la Comunidad Valenciana, la Chunta en Aragón y la diáspora izquierdista de Andalucía, Baleares y Canarias. El paso final será negociar con el propio Iglesias (no el preliminar, como este pretende).

Foto: La vicepresidenta económica, Nadia Calviño (i), escucha la intervención de la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. (EFE/Chema Moya) Opinión
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El cálculo monclovita es que la suma del PSOE con Sumar/Podemos puede permitirse perder hasta 15 escaños (de 155 a 140) siempre que el bloque nacionalista se mantenga compacto y se añadan a la actual mayoría los escaños de JxCAT y el BNG. Ello daría para un Frankenstein aún más deforme y caleidoscópico que el actual, pero todo sea por la causa.

El cálculo se sostiene sobre el papel, pero será papel mojado si todo se reduce a un intercambio de votos entre el PSOE y sus aliados, mientras Feijóo pone tierra por medio y supera al PSOE por ocho o 10 puntos. El talón de Aquiles de la coalición progresista no está en el mundo morado ni en el nacionalista, sino en el PSOE y su disputa directa con el PP. Y la desventaja diferencial del PSOE respecto a sus rivales directos a derecha e izquierda está en su candidato calcinado. Lo que, por cierto, es ya un secreto a voces. Por eso hay quienes en la actual mayoría ya se preparan para renacer contra el Gobierno de la derecha y a costa de un PSOE desfallecido.

En esta ocasión, el veredicto mediático ha sido casi unánime. Expresado en lenguaje taurino (que someto a ulterior corrección de mi amigo Rubén Amón), puede decirse que Santiago Abascal le ha hecho un quite espectacular a Pedro Sánchez: cuando este parecía acosado como nunca por la concurrencia del hartazgo social hacia Su Persona, los desmanes legislativos del Gobierno y las visibles grietas de su coalición, el líder de Vox irrumpió en el ruedo con el capote salvador de la moción de censura.

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