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En Andalucía ha estallado la paz
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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En Andalucía ha estallado la paz

La situación demoscópica en la ciudad a pocas semanas de las elecciones muestra algo muy parecido a un empate técnico entre los dos grandes partidos

Foto: El alcalde de Sevilla, Antonio Muñoz Martínez, interviene en el encuentro 'España a examen' en la redacción de El Confidencial. (Jon Imanol Reino)
El alcalde de Sevilla, Antonio Muñoz Martínez, interviene en el encuentro 'España a examen' en la redacción de El Confidencial. (Jon Imanol Reino)
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Dicen que el Ayuntamiento de Sevilla tiene un valor especial en las elecciones del 28-M. Lo tiene ínsito por el hecho mismo de ser la cuarta ciudad más poblada de España y la capital de la primera comunidad autónoma en número de habitantes. Lo tiene, añadido, por ser actualmente el principal ayuntamiento con alcalde socialista. Si el PSOE perdiera Sevilla, los socialistas correrían el riesgo de quedarse sin ninguna alcaldía en las 10 capitales más pobladas del país.

También se le atribuye un gran valor simbólico como capital histórica del socialismo español. En realidad, hay un cierto equívoco en eso: el gran feudo electoral del PSOE no es la ciudad de Sevilla, sino la provincia: la única en la que los socialistas han ganado en todas las elecciones generales desde 1977. Por lo que se refiere a la capital, cuatro de los ocho alcaldes de Sevilla en esta era democrática no pertenecían al PSOE, y algunos de los alcaldes socialistas —el actual, sin ir más lejos— tuvieron que gobernar en minoría.

Foto: Ilustración: EC Diseño.

Así se explica mejor que, en cuanto la derecha ha solventado en gran medida la fragmentación en tres que la destrozó en 2019 y el PP ha engullido por completo a Ciudadanos (además de frenar en seco la expansión de Vox), la situación demoscópica en la ciudad a pocas semanas de las elecciones muestre algo muy parecido a un empate técnico entre los dos grandes partidos. Hoy, la alcaldía pende de un hilo: el PSOE va por delante, pero no puede permitirse la menor distracción. Tan solo un concejal y poco más de 5.000 votos pueden hacer que ese Gobierno municipal cambie de manos.

Si las cosas están tan ajustadas en Sevilla, se comprende que, tanto en Génova como en Ferraz, quienes saben de esto contengan la respiración ante lo que pueda suceder el 28-M en Andalucía. Mientras entre columnistas y tertulianos se expande la especie de que el resultado político de las elecciones dependerá de que Ximo Puig conserve o no la presidencia de la Comunidad Valenciana, los expertos partidarios fijan su mirada en el posible vuelco del poder municipal en dos territorios donde no habrá elecciones autonómicas: Andalucía y Castilla y León. Entre ambas, enviarán 92 diputados al Congreso de los Diputados.

Foto: El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno (d), conversa con el alcalde de Sevilla, Antonio Muñoz (i), en una imagen de archivo. (EFE/Julio Muñoz)

Si el PP consiguiera añadir al control de la maquinaria gigantesca de la Junta de Andalucía el de la mayoría de los núcleos urbanos y, con él, el de las diputaciones provinciales, no solo habría consolidado para mucho tiempo su poder en Andalucía (el territorio más clientelar de España después de Cataluña); también marcaría a fuego el resultado de las elecciones generales de diciembre.

Con todo, lo más atractivo de esta encuesta no son las proyecciones de voto, sino el aroma que se desprende de las respuestas de los ciudadanos consultados. Baste decir que, en términos de clima político, Sevilla (y probablemente Andalucía entera) es la contraimagen de Madrid. Mientras la encuesta madrileña que publicamos antes de Semana Santa apestaba a polarización buscada y a posiciones extremas de confrontación bipolar, esta transpira una actitud ciudadana mucho más sosegada y, por qué no decirlo, más civilizada. La alcaldía de Sevilla tiene un alto valor simbólico para la política nacional, pero, gane quien gane, no será ningún drama para los sevillanos.

Foto: Las grúas del puerto de Málaga, vistas desde la playa de la Malagueta. (EFE/Jorge Zapata)

Es manifiesto que a los sevillanos les encanta su ciudad y les gusta aún más presumir de ella. Por eso, cuando se les pregunta por la situación actual de Sevilla, una aplastante mayoría del 70% la califica como buena o muy buena. Pronto se descubre que, en este caso, la respuesta expresa más un hecho cultural y afectivo que un juicio político, porque la benévola valoración se reproduce con intensidad parecida en todos los segmentos sociales y abarca todo el espectro político.

La gestión del Gobierno municipal tiene una buena valoración. Aquí sí aparecen las diferencias en función de la alineación política. Diferencias, sí, ma non troppo fanático. Ciertamente, los electores de la izquierda (singularmente los del PSOE) aplauden claramente al Gobierno de la ciudad. Pero solo el 40% de los del PP y Ciudadanos la rechaza expresamente; el resto —es decir, la mayoría— expresa una aprobación tibia o se refugia en el ecléctico “regular”. Únicamente los de Vox se muestran rotundos en ese punto (y en todos), con un 80% de condenas.

El actual alcalde, Antonio Muñoz, tuvo que tomar el relevo de Juan Espadas a mitad del recorrido y ello afecta a su índice de conocimiento, más bien modesto para lo que se estila entre los alcaldes. Aun así, aventaja de largo a todos sus adversarios, que rozan o están de lleno en el anonimato social.

Por lo demás, su puntuación es bastante satisfactoria: solo el 16% lo suspende (de 0 a 4) y el 35% le aprueba claramente (de 6 a 10), con un 12% que le da un 5 (mezcla de tibia aprobación y ausencia de una opinión formada).

En todo caso, no hay puntuaciones extremas: los suspensos paroxísticos (puntuaciones de 0 a 2) solo suman el 6% y las ovaciones entusiastas (entre 8 y 10) un 16%. El 40% de los encuestados se mueve en el espacio de aprobación o desaprobación moderada, con puntaciones entre 3 y 7. Y el 38% se abstiene de puntuar al alcalde, sin duda por desconocimiento.

Comparen esto con el aluvión insalubre de condenas rabiosas y adhesiones inquebrantables que suscita en Madrid la figura de Isabel Díaz Ayuso, con la que la mitad de la población hace vudú por las noches mientras la otra mitad le ha puesto una peana y un altarcito.

Foto: El 'simpecao' de Villamanrique de la Condesa, frente a la ermita del Rocío, en la romería de 2022. (EFE/Julián Pérez)
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El resto de los candidatos sevillanos paga por su escasa notoriedad, pero ninguno de ellos padece puntuaciones extremas. Es probable que ayude el hecho de que todos los cabezas de lista, incluido el alcalde, se presentan por primera vez a la alcaldía de la ciudad.

Hace cinco años, Andalucía cumplimentó la tarea pendiente de producir una alternancia no traumática en el poder tras cuatro décadas ininterrumpidas de hegemonía institucional del mismo partido. Moreno Bonilla se vio aupado a la presidencia de la Junta por una carambola electoral, inesperada incluso para él. Es claro que el efecto más notable del cambio político en Andalucía y del estilo de gobierno de este presidente autonómico ha sido una reducción drástica de la crispación política en esa comunidad.

Hay dos tipos de polarización: la que se gesta en la propia sociedad a causa de un conflicto que enfrenta a los ciudadanos y se reproduce después en la contienda partidaria y la que se fabrica artificialmente en la esfera de la política y se inocula en la sociedad como un producto estratégico de diseño, un virus de laboratorio que trata precisamente de provocar una infección masiva.

Foto: Irene Montero, en un acto de Podemos. (EFE/Borja Sánchez Trillo)

La polarización que padecemos en España responde de lleno al segundo modelo. No hay nada en nuestra sociedad que justifique un cisma bipolar, salvo la voluntad política de crearlo y beneficiarse de él. El periodo sanchista, junto con el procés de Cataluña, representa el apogeo de ese patrón de comportamiento recalcitrantemente divisivo.

Moreno Bonilla parece haber emprendido el camino inverso y se ha dedicado a inyectar dosis masivas de ansiolítico en la sociedad andaluza, que hoy está disponible para convivir sin desgarros con este Gobierno autonómico o con otro que lo sustituya siempre que mantenga el mismo espíritu. Y en el caso de Sevilla, a practicar una razonable conllevancia con este alcalde o con su competidor, sin que por ello sufra el orgullo de ciudad, tan envidiable como estomagante cuando se administra al forastero en dosis excesivas.

Dicen que el Ayuntamiento de Sevilla tiene un valor especial en las elecciones del 28-M. Lo tiene ínsito por el hecho mismo de ser la cuarta ciudad más poblada de España y la capital de la primera comunidad autónoma en número de habitantes. Lo tiene, añadido, por ser actualmente el principal ayuntamiento con alcalde socialista. Si el PSOE perdiera Sevilla, los socialistas correrían el riesgo de quedarse sin ninguna alcaldía en las 10 capitales más pobladas del país.

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