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El PSOE prepara el 29-M: cómo ganar perdiendo
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El PSOE prepara el 29-M: cómo ganar perdiendo

A Sánchez le vale cualquier segundo puesto si después le sale la suma de la sopa de siglas, y esto es predicable también de las elecciones generales

Foto: El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez. (EFE/Raquel Manzanares)
El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez. (EFE/Raquel Manzanares)
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El PSOE ganó claramente las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2019. Los datos fueron incontestables y, entonces, incontestados:

En las municipales, superó al PP por un millón y medio de votos y consiguió 2.000 concejales más. Fue el partido más votado en 25 capitales de provincia (el PP solo lo fue en 11) y en la mayoría de los grandes núcleos urbanos. En las autonómicas, fue también el partido ganador en 11 de las 13 comunidades autónomas que votaron. Por primera vez en la historia de esta democracia, el Partido Popular no ocupó el primer lugar en ninguna comunidad autónoma.

Ciertamente, no siempre el partido más votado termina gobernando. Luego vienen las negociaciones y pactos que alumbran mayorías de Gobierno, pero eso forma parte de la política poselectoral. El análisis electoral en sentido estricto se hace contando los votos que salen de las urnas, y los socialistas no se privaron aquella noche de proclamar esas cifras a los cuatro vientos, alardeando de la paliza que habían propinado a su máximo rival.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), y la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. (EFE/Kiko Huesca) Opinión

En justa correspondencia, debería aplicarse el mismo baremo en la noche del 28-M. Si en ambas contiendas, la municipal y la autonómica, un partido gana claramente en el voto agregado a nivel nacional y obtiene la primera posición en la mayoría de los territorios en liza, lo justo es reconocer su victoria electoral. Pero ya verán cómo esta vez no sucede así.

Lo novedoso de la actual situación es que el partido de Sánchez ha renunciado a ganar las elecciones de 2023. De hecho, da por supuesto —como lo damos todos— que las perderá en términos numéricos: quedará segundo en el voto agregado y quedará segundo —en algunos casos, tercero— en muchos municipios y comunidades donde hace cuatro años quedó primero. El Partido Popular lo superará claramente en la suma nacional y también en la cuenta de los votos plaza por plaza. Salvo cataclismo o sorpresa monumental, el 28 de mayo aparecerán más papeletas de la gaviota que del puño y la rosa. El PP tendrá más concejales y más diputados autonómicos que el PSOE, que es lo que ese día votaremos los ciudadanos.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una reunión del Comité Federal del PSOE (EFE/Sergio Pérez)

Hace tiempo que la estrategia de la Moncloa no se encamina a invertir el resultado de las elecciones, sino a subvertir su producto político (los gobiernos) o, en el peor de los casos, a enturbiar su interpretación pública para lograr que una derrota evidente se contemple como una victoria aparente o, al menos, como un decoroso empate que deje abierto el partido de vuelta de las generales.

Lo primero que intenta el PSOE, transformar la derrota electoral en ganancia o retención de gobiernos, es completamente legítimo y forma parte esencial de las reglas del juego en una democracia representativa: busca conseguir una segunda posición sólida para armar pactos de perdedores que, amalgamando cuatro o cinco siglas en cada territorio, permitan arañar in extremis algunas investiduras. La dirección del PSOE ha transformado ya la campaña electoral propiamente dicha (la que consiste en atraer al mayor número de votantes) en un juego especulativo sobre los escenarios poselectorales, en el que está más pendiente del resultado de sus presumibles socios que del suyo propio. A Sánchez le vale cualquier segundo puesto si después le sale la suma de la sopa de siglas, y esto es predicable también de las elecciones generales.

Foto: Alberto Núñez Feijóo, junto a Elías Bendodo y otros dirigentes del PP, durante la junta directiva nacional del PP. (EFE/Javier Lizón)

En ese juego, aplica una regla claramente ventajista: cualquier aproximación entre el PP y Vox (su único apoyo verosímil) es radicalmente condenable, mientras cualquier pacto del PSOE con otras fuerzas políticas, por extremistas y anticonstitucionales que sean, es esencialmente benéfica y razonable.

Más interesante es el plan de comunicación, ya en marcha, para emborronar el resultado previsible de las elecciones. Para esto, el aparato de propaganda del oficialismo viene desplegando un amplio abanico de recursos preventivos.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Javier Blasco)

El más simple y obvio es usar como referencia comparativa las expectativas previamente infladas, y no el resultado de las elecciones anteriores (que siempre le resultará desfavorable). Así será posible que la pérdida socialista de tres o cuatro gobiernos autonómicos (nada menos) y de un buen puñado de capitales y grandes ciudades aparezca como una muestra de la resiliencia extraordinaria de Sánchez, y un fracaso político de Feijóo. Partiendo de la derrota asegurada, todo lo que no sea recibir una goleada de escándalo se presentará como un éxito histórico. Si, además, el PP, ganador en esos lugares, completa su mayoría con Vox, miel sobre hojuelas para la campaña de diciembre: Feijóo se tambalea y se entrega a la extrema derecha, proclamarán los titulares de la prensa gubernamental.

Partiendo de la derrota asegurada, todo lo que no sea recibir una goleada de escándalo se presentará como un éxito histórico

El segundo recurso es más sutil: consiste en hacer que se fije la mirada en unos pocos árboles para que no se vea el bosque completo. Los propagandistas del régimen van consiguiendo colocar la especie de que el resultado político de estas elecciones depende exclusivamente de que Ximo Puig y Javier Lambán consigan salvar sus presidencias sobre coaliciones multicolor de mil y una siglas.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Senado. (EFE/Kiko Huesca)

No deja de ser un sarcasmo del destino que, para seguir a flote, Sánchez se vea forzado a aferrarse al prestigio de los barones de su partido a los que más detesta. Por su gusto, hace tiempo que los Puig, Lambán y Page estarían fuera de la política. Pero no cabe olvidar que en Aragón y en la Comunidad Valenciana el PP superará en votos al PSOE en mayo y, aún más probablemente, en diciembre; que, si esos presidentes autonómicos salvan el pellejo, será por su propio mérito y a pesar del lastre de la imagen abrasada de su jefe nacional; y que un rescate pírrico de un par de gobiernos no puede servir como nube de humo que dificulte la visión de un vuelco electoral en el conjunto del país. Especialmente, en el poder municipal (presten atención a los ayuntamientos de Andalucía y Castilla y León).

El tercer recurso es agigantar hasta el paroxismo los posibles logros parciales. Si el PSC gana la alcaldía de Barcelona (lo que va siendo progresivamente verosímil), retiene por los pelos la de Sevilla y consigue ser segundo y no tercero en Madrid (aunque Ayuso le saque 25 puntos de ventaja), Sánchez ordenará fiesta mayor como si esto fuera la segunda edición del 82.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (3i), acompañado de varios presidentes autonómicos, incluyendo a Guillermo Fernández Vara (i), Javier Lambán (2i), Emiliano García-Page (3d) y Ángel Torres (d). (EFE/Javier Belver)

El caso es que la cosa va colando. No es extraño que los alicaídos dirigentes socialistas ingieran el brebaje como analgésico, cualquiera lo haría en su lugar. Resulta más sorprendente la facilidad con la que el producto penetra y se expande en la esfera mediática, sometida a una intoxicación preelectoral que debería detectarse con facilidad. Con todo, lo asombroso es que el partido de la oposición, presunto ganador de las elecciones, parezca haberse contagiado también del juego y participe de él. Cada vez que oigo a un dirigente del PP susurrar con aires de enterado que la clave de este partido está en Valencia, pienso: he aquí un pichón al que le han dado el tocomocho y lo ha comprado.

Suele decirse que las elecciones no las gana la oposición, sino que las pierde el Gobierno. Por lo general, eso es cierto. Pero sospecho que en España hemos alcanzado la situación inversa: el PSOE ya no puede ganar las elecciones, pero el PP aún está a tiempo de perderlas si se lo propone. Y nunca hay que descartar que se lo proponga.

El PSOE ganó claramente las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2019. Los datos fueron incontestables y, entonces, incontestados:

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