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España está menos polarizada de lo que parece
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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España está menos polarizada de lo que parece

Desde hace años, vengo observando que lo más sensato y civilizado de la política española está en los niveles locales y regionales, y que, a medida que se asciende, todo se va llenando progresivamente de mugre hasta llegar a la cumbre

Foto: El presidente del Gobierno de Aragón, Javier Lambán (i), y el alcalde de Zaragoza y candidato del PP, Jorge Azcón. (EFE/Javier Cebollada)
El presidente del Gobierno de Aragón, Javier Lambán (i), y el alcalde de Zaragoza y candidato del PP, Jorge Azcón. (EFE/Javier Cebollada)
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¿Está la política española tan sectarizada como se dice? Si nos fijamos en la que se desarrolla en el interior del anillo de la M-30, sin duda lo está, hasta niveles peligrosos para la convivencia. Todo lo que sucede en el eje múltiple formado por el complejo de la Moncloa, las dos cámaras legislativas, la Puerta del Sol, las Salesas y las sedes nacionales de los partidos políticos es un incendio con sus pirómanos, un zafarrancho de combate en el que todo el mundo parece haber perdido no solo la razón sino la urbanidad elemental —como demostraron la semana pasada Ayuso, Bolaños y compañía en la celebración mamarracha de los fusilamientos del 2 de mayo—.

Las encuestas nacionales vomitan fuego. Se pregunte por lo que se pregunte, el corte posicional es tajante: solo se obtienen condenas terminantes y adhesiones entusiastas, dependiendo del lado de la trinchera en que se sitúen los entrevistados y, sobre todo, los intérpretes de los datos.

Foto: Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso, en la Moncloa. (EFE/J.J. Guillén) Opinión

Se pide puntuación para un político y, quizás, obtiene una puntuación que parece intermedia, pongamos entre el 4 y el 6. Pero miramos las tripas y descubrimos que es un espejismo aritmético, porque esa calificación es el resultado de una montaña de suspensos rotundos y sobresalientes estruendosos. Se interroga a la población sobre cualquier asunto de actualidad y, antes de conocer los datos, ya podemos prever lo que encontraremos: los del bando oficialista estarán radicalmente a favor y los antigubernamentales frontalmente en contra, o viceversa. Pones la televisión cuando hay una sesión parlamentaria en marcha y tienes que enviar a los menores a su habitación, tomarte alguna infusión para el ardor de estómago y cambiar de canal. En el poco rato que has soportado el debate, la probabilidad de haber escuchado algo inteligente tiende a cero. Al día siguiente, los medios desmenuzan la zapatiesta, estableciendo quién golpeó con mayor eficiencia las partes blandas del otro.

Así es sencillísimo hacer de Tezanos: basta con manipular un poco el cuestionario y sesgar las muestras a conveniencia del cliente para simular que todo lo del Gobierno nada en el fervor popular y todo lo de la oposición recibe un repudio masivo. El matiz ha sido expulsado de la política nacional, el vocablo equidistante es un insulto y la complejidad, un arcano despreciable.

Foto: Manifestantes protestan contra el partido de Santiago Abascal en Vallecas. (Sergio Beleña)

Estamos a 20 días de unas elecciones y, en esta prolongada precampaña, todo lo que es barbarie verbal, sectarismo sin tasa y estulticia intelectual lo aportan los políticos que aterrizan en ella desde la cúspide. De lunes a jueves, los candidatos autonómicos y municipales desarrollan sus debates sin hacer más olas que las necesarias y en términos razonablemente civilizados. Llegan los mítines del fin de semana, los dirigentes nacionales ocupan los escenarios y todo se llena de estiércol.

Hoy publicamos en este periódico una encuesta sobre las autonómicas de Aragón, del que dicen que es nuestro Ohio (falso: ni siquiera el auténtico Ohio es ya Ohio en las elecciones americanas).

Sorpresa: resulta que los aragoneses en general dicen estar bastante satisfechos con la situación de su región y no expresan agravios comparativos con otras, sin que aparezcan en el espectro ideológico discordancias en ese estado de ánimo.

Resulta que la gestión del Gobierno autonómico se contempla con bastante benevolencia: para el 52% es buena, para el 19% regular y para el 29% mala. La noticia es que los dos juicios extremos son ampliamente minoritarios: solo el 3% dice que el Gobierno lo ha hecho “muy bien” y el 6% (en su mayoría, votantes de Vox) que lo ha hecho “muy mal”.

Resulta, además, que el 60% de quienes se inclinan por votar al PP reconoce rasgos positivos en la actuación del Gobierno regional, así como el 25% de quienes probablemente votarán al PSOE se muestra moderadamente crítico con la gestión (y solo el 7% se decanta por el aclamatorio ¡muy bien!). La intención de voto a uno u otro partido no produce necesariamente ceguera.

Resulta, en fin, que Javier Lambán, presidente en ejercicio y candidato del PSOE, recibe un notable de sus previsibles votantes, pero, mira qué cosas pasan, también lo aprueban los que votarán al Partido Popular. ¡Hasta los de Vox le dan un 4,7 de nota media!

Algo parecido sucede con su principal adversario: a Jorge Azcón, alcalde de Zaragoza y candidato presidencial del PP, sus votantes le dan un notable alto (7,6), pero los del PSOE le conceden un aprobado justo (5,1) y hasta los de Podemos se conforman con suspenderlo suavemente (4).

¿Qué clase de política es esa en la que los votantes de la oposición reconocen aciertos en la actuación del Gobierno y los del Gobierno respetan a la oposición, los candidatos de un partido son aprobados por los seguidores del partido rival, la mayoría se muestra a gusto con su propia región sin distinción de ideologías y todo eso es compatible con votar a cualquier partido, sea oficialista u opositor?

Es la política autonómica y municipal, señoras y señores. La que no está envenenada por diseños estratégicos de laboratorio que ligan su provecho partidista a una batalla torva y salvaje en la que los buenos son siempre buenísimos y los malos malísimos, sin espacio para la tregua ni cabida para la inteligencia

Lo comprobamos encuesta tras encuesta: Aragón no es una excepción, lo excepcional es la furia madrileña (la de la política, no la de las calles de la ciudad más acogedora del planeta). Desde hace años —desde luego, en lo que llevamos de siglo—, vengo observando —y la demoscopia lo confirma— que lo más sensato y civilizado de la política española está en los niveles locales y regionales; y que, a medida que se asciende, todo se va llenando progresivamente de mugre hasta llegar a la cumbre, donde se alojan las prácticas más detestables, las manos se vuelven puños y las palabras pedradas. En comparación con las esperpénticas sesiones de descontrol de los miércoles en el Congreso, un pleno municipal de cualquier pueblo de España se asemeja a la Cámara de los Lores.

Según esta encuesta, los bloques políticos están empatados en Aragón (32 diputados frente a 32), pero no necesariamente confrontados con la fiereza que se manufactura en la España del sanchismo. Un pequeño partido provincialista, creado precisamente para beneficiarse de los empates y que recibirá apenas 13.000 votos, decidirá quién gobierna en esa región. Javier Lambán tiene probabilidades ciertas de seguir siendo presidente, pero también las tiene Jorge Azcón de conseguir el cargo. La incertidumbre es máxima y cualquier pronóstico, aventurado.

Lo único seguro es que, suceda lo que suceda, no será traumático, ni se provocará un cisma, ni los ganadores o los perdedores se dedicarán a barbarizar, ni a los aragoneses de derechas o de izquierdas dejará de gustarles su región por el hecho de que gobiernen los otros.

A veces pienso que España es una isla dentro de España. Extraño, pero cierto.

¿Está la política española tan sectarizada como se dice? Si nos fijamos en la que se desarrolla en el interior del anillo de la M-30, sin duda lo está, hasta niveles peligrosos para la convivencia. Todo lo que sucede en el eje múltiple formado por el complejo de la Moncloa, las dos cámaras legislativas, la Puerta del Sol, las Salesas y las sedes nacionales de los partidos políticos es un incendio con sus pirómanos, un zafarrancho de combate en el que todo el mundo parece haber perdido no solo la razón sino la urbanidad elemental —como demostraron la semana pasada Ayuso, Bolaños y compañía en la celebración mamarracha de los fusilamientos del 2 de mayo—.

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