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Se decide un gobierno autonómico. Nada menos, pero nada más
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Ignacio Varela

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Se decide un gobierno autonómico. Nada menos, pero nada más

Ximo Puig conseguirá en su territorio lo que no consigue Sánchez en España: hacer crecer (aunque sea ligeramente) a su propio partido, mejorando ligeramente su resultado anterior

Foto: El president de la Generalitat, Ximo Puig. (EFE/Biel Aliño)
El president de la Generalitat, Ximo Puig. (EFE/Biel Aliño)
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Discrepo de quienes sostienen que el balance político de las elecciones del 28 de mayo dependerá de lo que suceda con el Gobierno de la Comunidad Valenciana. Al parecer, la cuestión de quién gobierne en ese territorio concreto marcará el futuro de España más que ninguna otra cosa. Eso, en una elección en la que se elegirán más de 8.000 alcaldes y doce gobiernos autonómicos.

Según esa tesis (esparcida desde ambos lados de la trinchera con propósitos divergentes y comprada por numerosos comentaristas), si Ximo Puig lograra reproducir in extremis una coalición a tres bandas que le permitiera salvar la investidura, Sánchez habría salvado la jornada aunque ello viniera acompañado de una sonora derrota en votos en la propia Comunidad Valenciana y de un vuelco en el reparto del poder municipal. Si, por el contrario, el PP se hiciera con ese Gobierno autonómico, aun pagando un alto precio por el apoyo necesario de Vox, Feijóo tendría expedito el camino a la Moncloa.

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La primera suposición es una superchería y la segunda una exageración. Se comprende que la dirección del PSOE, ante la presunción fundada de que, a nivel nacional, la jornada se saldará con una superioridad del PP en la cuenta agregada en ambas urnas (más votos, más concejales, más diputados autonómicos electos), busque puntos de referencia simbólicos sobre los que sostener un relato de éxito en la percepción pública del resultado. Juega para ello con la inflamación previa de las expectativas (que señalaron prematuramente el 28-M como la tumba del sanchismo); con su mayor margen para las alianzas, que podría permitirle armar pactos de gobierno tras perder en votos las elecciones que ganó hace cuatro años; y con la selección de un puñado de objetivos simbólicos sobre los que concentrar la atención: salvar la Comunidad Valenciana y Aragón, conquistar la alcaldía de Barcelona, quedar segundo en Madrid…

Haría mejor el cuartel general monclovita si dedicara más tiempo y esfuerzo a buscar votos para su sigla y no tanto a condicionar la lectura ex post del resultado y hacer cábalas con lo que necesita que hagan sus socios para que salgan las cuentas.

Para ello, lo más sensato sería jugar a fondo la mejor baza que tiene, que es el tirón personal de sus alcaldes y presidentes autonómicos frente a un elenco bastante débil de candidatos de la oposición. Permitir que sus candidatos ocupen plenamente el protagonismo y atraigan el foco hacia ellos y su gestión —en general, bien considerada— en lugar de acogotarlos con la omnipresencia cotidiana de Sánchez y su alocada carrera de ofertones para todos los públicos, más propio de una tómbola de feria que de una política seria de gobierno.

Foto: Protestas de afectados por la regresión del litoral en la playa de Gandía. (Cedida)

En cuanto al PP, se comprende que arda en deseos de recuperar el gobierno de un territorio que en otros tiempos fue uno de sus feudos principales. Pero de ahí a entrar en el juego de jugárselo todo a la carta valenciana, como si en ello le fuera la vida, hay un largo trecho de imprudencia y candor estratégico.

La encuesta de IMOP-Insights que hoy publicamos viene a decir, básicamente, dos cosas: primera, que el Partido Popular ganará cómodamente en votos las elecciones del 28 de mayo en la Comunidad Valenciana. Segunda, que la cuestión de quién gobernará en la Comunidad (mañana hablaremos del Ayuntamiento de la capital) es, en este momento, una moneda al aire que depende de porcentajes mínimos que escapan por completo a la precisión que puede proporcionar una encuesta preelectoral.

Añado una tercera, esta por mi cuenta: si se quiere tomar el resultado valenciano como un indicador infalible de lo que ocurrirá en las generales (lo que me parece un exceso), atiéndase a los votos más que a los pactos. Los electores valencianos que, en estas circunstancias, apuesten por el PP (sobre todo si vienen de apoyar al PSOE en 2019), con toda probabilidad repetirán ese voto en diciembre; y el hecho de que Ximo Puig revalide sus pactos actuales y forme una coalición de perdedores para retener ese gobierno desde la segunda posición no haría sino reafirmar esa decisión de voto.

Foto: Enrique Santiago, Irene Montero y Yolanda Díaz. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Gobierne quien gobierne tras los trámites postelectorales, el PP ganará la votación en la Comunidad Valenciana exclusivamente por la absorción masiva de votantes procedentes de Ciudadanos, que hace cuatro años, en su instante de mayor esplendor electoral, estuvo a punto de sobrepasarlo en España y también en esa Comunidad. Ni el candidato autonómico del PP despierta entusiasmo (de hecho, está claramente por debajo en conocimiento y aceptación de los dos candidatos de la izquierda, Puig y Baldoví), ni el PP es capaz de arrebatar un número significativo de votos al PSOE, ni el bloque de la izquierda se debilita, sino que mantiene íntegra su fortaleza.

Ximo Puig conseguirá en su territorio lo que no consigue Sánchez en España: hacer crecer (aunque sea ligeramente) a su propio partido, mejorando ligeramente su resultado anterior, y compactar al electorado de la izquierda, dividido en tres, pero cohesionado en la defensa de un gobierno autonómico cuya gestión le ha parecido satisfactoria. Lo que no consigue Puig ni ningún otro dirigente socialista en España, salvo García-Page, es atraer a una parte importante del partido que implosionó y que, en la Comunidad Valenciana, pasa de casi medio millón de votos en 2019 al misérrimo 1% actual. Es lo que tienen las estrategias polarizadoras: quizá cohesionas a los de tu bloque, pero, al renunciar a la transversalidad, cuando se produce un terremoto como la volatilización de un partido importante en el espacio central, eres incapaz de obtener el menor provecho de ello.

En 2019, el reparto del voto en el bloque de la izquierda resultó muy eficiente y el de la derecha totalmente ineficiente. En 2023 sucede lo contrario, y ello explica la mayor parte del vuelco favorable al PP que previsiblemente se producirá el 28 de mayo. La parte restante se explica por la marea de antisanchismo que crece y se expande con cada aparición pública de un presidente con su cuenta de crédito personal en números rojos.

Hay demasiados componentes estrictamente valencianos en esta elección para tomarla como el termómetro del futuro de España

Aún es posible (aunque no lo más probable, según esta encuesta) que Ximo Puig amarre por los pelos una investidura. Pero, aunque eso ocurriera, no es lo mismo gobernar tras ser el partido más votado con cinco puntos de ventaja sobre el segundo que hacerlo cuando tu principal adversario te ha sobrepasado y te aventaja en cerca de 200.000 votos. No se gobierna igual cuando el grupo parlamentario del primer partido de la oposición es más numeroso que el tuyo.

Si, por el contrario, Mazón lograra la investidura, su posición negociadora frente a Vox sería mucho más parecida a la de Mañueco en Castilla y León que a la de Ayuso en Madrid. En ese supuesto, Feijóo tendrá que meditar cuidadosamente los pasos a dar en un territorio que él mismo ha contribuido a presentar como el principal teatro de operaciones de la multielección del 28-M, con menosprecio de otros resultados tan relevantes o más que el de la Comunidad Valenciana para atisbar el futuro.

Que finalmente gobierne Puig o Mazón será muy importante para los valencianos, pero conviene no exagerar su trascendencia nacional ni lanzarse a extrapolaciones abusivas sobre próximas votaciones. Hay demasiados componentes estrictamente valencianos en esta elección para tomarla como el termómetro del futuro de España. Alguna vez nos acostumbraremos en este país a otorgar a cada proceso electoral la importancia que tiene en sí mismo, que en este caso no es pequeña porque afectará directamente a la vida cotidiana de cinco millones de personas.

Discrepo de quienes sostienen que el balance político de las elecciones del 28 de mayo dependerá de lo que suceda con el Gobierno de la Comunidad Valenciana. Al parecer, la cuestión de quién gobierne en ese territorio concreto marcará el futuro de España más que ninguna otra cosa. Eso, en una elección en la que se elegirán más de 8.000 alcaldes y doce gobiernos autonómicos.

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