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La leyenda de los indecisos: ni tantos, ni tan decisivos
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Ignacio Varela

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La leyenda de los indecisos: ni tantos, ni tan decisivos

Se supone que se trata de personas de las que no sabemos a qué partido votarán. Ojo, no es que no lo sepan ellos, es que no lo sabemos nosotros

Foto: Una urna aún vacía momentos antes de la apertura en un colegio electoral. (EFE/Archivo/Javier Etxezarreta)
Una urna aún vacía momentos antes de la apertura en un colegio electoral. (EFE/Archivo/Javier Etxezarreta)
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Así como hay conceptos jurídicos indeterminados, en materia electoral existen también varios conceptos indeterminados que resultan muy socorridos para salvar la entrevista o el discurso de un candidato en apuros, el análisis de una encuesta o una tertulia política.

El primero es “la gente”, así dicho, como si se tratara de un sujeto susceptible de ser interpretado en singular. El caso es que quienes desde algún púlpito dictaminan con certeza asombrosa y a su conveniencia lo que “la gente” quiere, siente, piensa o desea, jamás se consideran incluidos en esa categoría formada por seres inferiores.

El segundo es “el centro”, ese lugar mitológico del que todo el mundo habla pero nadie ha logrado definir ni situar ni con precisión. La batalla por el centro” es uno de los tópicos más manoseados cuando se aproximan unas elecciones. Admito que resulta útil, porque cada cual lo coloca donde más le aprovecha para arrimar el ascua a su sardina. Obviamente, “el centro” de Ayuso no es el mismo ni está en el mismo lugar que el de Sánchez -por mencionar a dos políticos antagónicos con el centrismo, sea este lo que sea-.

Cuando entramos en el período inicuo de la censura demoscópica, aparece abusivamente el espectro de “los indecisos”. Se supone que se trata de personas de las que no sabemos a qué partido votarán. Ojo, no es que no lo sepan ellos, es que no lo sabemos nosotros. Los llamamos indecisos cuando son más bien votos desconocidos o inciertos para el observador externo.

En ese grupo están, para empezar, quienes no contestan a las encuestas porque no se los encuentra, las rechazan o las interrumpen. Son muchos más quienes no se prestan a responder preguntas políticas que quienes aceptan hacerlo. Así pues, la encuesta nos dice lo que declara la parte de la población que contesta encuestas. Lo que piense la otra parte hay que deducirlo.

¿Quién sería el indeciso propiamente dicho? Aquel del que se sabe que irá a votar y, a la vez, admite que está dudando entre dos partidos

También se mete en ese saco a muchas personas de las que se ignora si participarán o no en la votación (ni siquiera ellas lo saben, simplemente porque no han pensado en ello). Es frecuente en los cuestionarios pedir que el entrevistado exprese, de 0 a 10, la probabilidad de acudir a votar. Está comprobado que solo la cifra de quienes responden 10 se aproxima a la participación real. Los demás, incluidos los del 8 y el 9, son firmes candidatos a abstenerse.

Están, en fin, quienes, a la pregunta de qué partido se proponen o se inclinan a votar, no mencionan a ninguno en concreto o no responden. Insisto: de esos, tres de cada cuatro terminarán absteniéndose por puro desinterés. La política no forma parte de su universo vital. Es como si me preguntan a mí a qué equipo apoyaré en la próxima liga de voleibol y, ante mi silencio, me catalogan como indeciso.

Foto: El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, en un mitin en la plaza de toros de Valencia junto a Carlos Mazón y María José Catalá. (EFE/Kai Forsterling)

¿Quién sería, pues, el indeciso propiamente dicho? Aquel del que se sabe con seguridad que irá a votar y, a la vez, admite que está dudando activamente entre dos partidos (generalmente, próximos entre sí). Les aseguro que esos no son el 40% de la población adulta, ni la mitad, ni la tercera parte. Se exagera mucho su número y mucho más su papel decisivo en el resultado de la votación.

Lo de los indecisos suelen agitarlo, en el tramo final de las campañas, tres tipos de personas: Los dirigentes de los partidos a los que les va mal en las encuestas y deben animar a sus tropas: “¡Ánimo, que quedan muchos indecisos!”. Los pronosticadores demoscópicos que preparan una explicación por si fallan sus previsiones: “El voto de los indecisos cambió la tendencia”. Y los medios que necesitan dar emoción a la recta final de una elección cantada: “Incertidumbre en los partidos ante la gran cantidad de indecisos”.

Se exagera mucho su número y mucho más su papel decisivo en el resultado de la votación

Macanas. Lo cierto es que se cuentan con los dedos de una mano las elecciones en las que el voto de los indecisos hizo girar el resultado. Sean pocos o muchos, forma parte del pensamiento mágico esperar que todos ellos apoyarán en masa al mismo partido. Más lógico es pensar que, cuando se decidan, repartirán sus preferencias y tenderán a hacerlo de forma parecida al resto de los votantes.

El hecho de que alguien no haya elegido partido en las proximidades de las elecciones suele denotar, como he dicho, un bajo interés por estas. No existen en la vida real indecisos ultrapolitizados que lean cinco periódicos diarios y atiendan a los debates entre candidatos para afinar su decisión de voto. Se trata más bien de personas que no consumen información política, su posición ideológica no está claramente definida (ni falta que les hace) y carecen de lazos emocionales con los partidos, los candidatos y el propio hecho electoral.

Foto: Imagen: EC Diseño.
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Por eso mismo no piensan en las elecciones hasta el final -si es que llegan a pensar en ellas- y, normalmente, su decisión deriva de los inputs que reciben en sus entornos inmediatos: los amigos, la familia, los compañeros de trabajo, etc. Si en uno de esos núcleos hay tres que votarán al PP y dos indecisos, puede apostarse sin riesgo que, en el caso de ir a votar, esos dos lo harán por el PP.

Son los decididos quienes determinan el voto de los indecisos. El clima existente en el entorno vital más próximo los influirá mucho más que la información periodística que no recibirán o el discurso final de un candidato al que no atenderán. Primer capítulo del manual del candidato en problemas: es una estupidez llamar a los indecisos -que probablemente no te estén escuchando- para que corrijan el voto de los decididos. Más práctico resulta animar eficazmente a estos – a los que estén de tu parte- a actuar como agentes electorales en su entorno cotidiano. En eso consiste “calentar una campaña”, no en convertirla en una pocilga o liarse a estacazos.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Román G. Aguilera) Opinión

Todo esto se resume en dos axiomas que nacen de la experiencia contrastada empíricamente: Que la gran mayoría de los que llamamos “indecisos” terminarán absteniéndose porque, en realidad, fueron abstencionistas vocacionales desde el principio. Y que los que finalmente acudan a votar, lejos de invertir la tendencia dominante, tenderán a sumarse a ella, incluso a reforzarla. Si entras derrotado en el tramo final, no esperes que los indecisos acudan a tu rescate; lo más probable es que terminen de sentenciarte.

Hay excepciones, claro, numéricamente insignificantes. Pero si ya es dudoso que un partido pueda hablar enfáticamente de “movilizar a los nuestros”, como si los electores fueran de la propiedad de alguien o estuvieran estabulados en alguna cuadra, me da la risa cuando escucho a un político consolarse de los malos augurios apelando a la inminente activación de “nuestros indecisos”. Amigo, si son indecisos es precisamente porque no son tuyos, ni de aquel otro, ni de nadie. Y la experiencia demuestra que a la mayoría de ellos se les puede aplicar sin apenas error el viejo refrán: “¿Dónde va Vicente? Donde va la gente”.

(Y conste que yo sí me incluyo, a mucha honra, en el concepto “la gente”, que es saludable conjugar siempre en primera persona del plural para no hacer el idiota).

Así como hay conceptos jurídicos indeterminados, en materia electoral existen también varios conceptos indeterminados que resultan muy socorridos para salvar la entrevista o el discurso de un candidato en apuros, el análisis de una encuesta o una tertulia política.

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