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Si Sánchez gobierna, él lo pasará mal y España también
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Ignacio Varela

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Si Sánchez gobierna, él lo pasará mal y España también

Pueden divisarse al menos cinco circunstancias que harían un infierno —para él y su partido, pero también para el país— de su poder conservado, pero maltrecho

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/J.J. Guillén)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/J.J. Guillén)
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La probabilidad de que Pedro Sánchez consiga hilvanar una segunda mayoría para su investidura era ya pequeña antes del 28-M; decreció drásticamente tras la votación municipal y autonómica (que, como era de esperar, creó una situación política nueva y distinta, hasta el punto de provocar la espasmódica interrupción de la legislatura), y va menguando cada día que pasa porque, como también era de esperar, la corriente de la marea poselectoral, lejos de amainar, tiende a intensificarse.

El PP se ha imbuido de su condición de favorito y administra sus movimientos como tal. Sánchez y sus cortesanos, señalados con justeza como responsables de la hecatombe, actúan como el boxeador al que han abierto las dos cejas y sus ojos ya solo ven la mancha roja de su propia sangre: lanzan puñetazos furiosos al aire con la remota esperanza de que, en un descuido, alguno de ellos se estampe contra el rostro de su rival y lo tumbe.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Javier Lizón) Opinión
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Por si faltara algo, sus aliados necesarios de lo que un día se llamó Unidas Podemos proceden a un suicido metódico transmitido en directo a todo el país. Suceda lo que suceda en las próximas horas, el producto resultante de la implosión de lo que los exégetas del oficialismo llaman púdicamente “el espacio a la izquierda del PSOE” —por no decir sencillamente la extrema izquierda— será mucho más frágil e inestable que en el pasado. En política, las heridas autoinfligidas son las que más tardan en cicatrizar.

Con todo, la probabilidad de Sánchez aún no es cero, aunque tienda a ello. Los mismos que desde hace años lo vienen engañando sobre sus expectativas electorales lo excitan ahora con unas cuentas de la lechera del siguiente tenor: 40 diputados nacionalistas, añadiendo a los de la legislatura pasada los ocho de Junts y los dos del BNG; cualquier cifra superior a 100 para el PSOE, y lo que falte hasta 176 que lo ponga Yolanda, que para eso ha dado en llamarse Sumar.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Andreu Dalmau) Opinión

Supongamos, no obstante, que la fantasía se cumpliera y Sánchez lograra una investidura pírrica. Las condiciones en que tendría que gobernar a partir de ella serían sustancialmente diferentes y mucho más adversas de las que ha dispuesto durante esta legislatura. Pueden divisarse al menos cinco circunstancias que harían un infierno —para él y su partido, pero también para el país— de su poder conservado, pero maltrecho:

La primera es el estrago irreversible de su crédito personal ante la sociedad. Ciertamente, un salvamento in extremis alimentaría la leyenda del resistente indestructible, pero ello no lo libraría del conjunto de atributos tóxicos que han quedado adheridos para siempre a su figura. El antisanchismo permanecería en el organismo social, más inflamado si cabe. Lo que conduciría a un clima de polarización permanente e intensificada, aún más destructiva que las que hemos padecido hasta ahora. Aún es posible, aunque improbable, que Sánchez salve su poder mediante una carambola parlamentaria a varias bandas; lo que no tiene reparación es su prestigio.

Foto: Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez. (EFE/Salvador Sas) Opinión

La segunda se fraguó en las urnas del 28-M y se consolidará en las próximas semanas, a medida que se constituyan los nuevos gobiernos municipales y autonómicos. Quienquiera que sea el inquilino de la Moncloa, encontrará un poder territorial ampliamente dominado por el Partido Popular. Los populares controlarán 11 gobiernos autonómicos y participarán en uno más, el de Canarias, mientras los socialistas quedarán reducidos a Asturias, Castilla-La Mancha y una precaria presidencia en Navarra, hipotecada por Bildu. El PP se hará también con la mayoría de las alcaldías y de las diputaciones provinciales (Abel Caballero puede ir despidiéndose de la presidencia de la FEMP).

En la España centrifugada, es difícil encontrar una política estructural que no requiera la participación concurrente de los poderes territoriales. Sánchez ha dispuesto de una confortable mayoría de gobiernos autonómicos y locales sumisos, pero ese chollo se acabó. Si él permaneciera en la Moncloa en un clima de polarización política exacerbada (ambas cosas van necesariamente juntas), la legislatura quedaría marcada a fuego por el choque permanente entre el poder central y los periféricos. No tendría enfrente una Ayuso, sino 12, todos ellos en pie de guerra, dispuestos a defender fieramente sus señoríos y escoltados por un ejército de alcaldes hostiles. Todo tan estéril como feroz.

No tendría enfrente una Ayuso, sino 12, todos dispuestos a defender fieramente sus señoríos y escoltados por un ejército de alcaldes hostiles

La tercera aún no se ha producido, pero está al caer. De las urnas del 23 de julio saldrá una amplia mayoría absoluta del PP en el Senado, que aumentará cuando lleguen los senadores elegidos por los nuevos parlamentos autonómicos. Desde que el PSOE renunció a ganar las elecciones y se instaló en el objetivo estratégico de hacer un buen segundo y completar el rompecabezas con un Frankenstein aún más disforme que el anterior, el destino de la Cámara Alta quedó visto para sentencia. El PP será el partido más votado en cerca de 35 provincias, y en todas ellas obtendrá tres de los cuatro senadores.

Si Sánchez lograra retener el sillón, el colchón y el avión, pasaríamos por la primera experiencia de un Gobierno con una mayoría precaria y multiforme en el Congreso y enfrentado a una compacta mayoría de la oposición en el Senado. Es cierto que este Senado escuálido puede hacer poco, pero puede estorbar mucho si se pone a ello.

Foto: El presidente del Gobierno y candidato del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE/Román Ríos)

El cuarto obstáculo vendrá de la morfología del Gobierno de coalición que, necesariamente, tendrá que compartir con Yolanda Díaz y el pelotón de siglas que se apilan tras su rostro. Pablo Iglesias sería todo lo insalubre que se quiera para la acción de un Gobierno normal, pero aportó inicialmente una formación bastante compacta y orgánicamente reconocible. La confederación de siglas que ha compuesto Díaz para la ocasión no tiene ninguna de esas dos cosas: no es compacta, sino dispersa y variopinta, y carece de toda argamasa orgánica que garantice una mínima consistencia entre sus componentes. No digamos si en el potaje termina incluyéndose Podemos, que es tener el enemigo dentro, incubando la venganza. Mientras permaneció en el Consejo de Ministros, Iglesias pudo manejar más o menos su cuota ministerial. Yolanda Díaz ni siquiera tendría autoridad para elegir a los ministros de la suya, que deberían nacer de una negociación con los jefes de todas las tribus circunstancialmente agrupadas en Sumar.

El quinto problema y el más serio de todos para un nuevo periodo sanchista se viene anunciando desde Bruselas y desde Fráncfort. A partir del próximo año, se acabó la fiesta del déficit y las deudas desbocadas, de las economías dopadas por el Banco Central y de los fondos europeos multimillonarios para sostener las economías más ineficientes de la Unión. Para los gobiernos genéticamente manirrotos, que solo saben actuar desde el desmadre del gasto populista, vienen tiempos de grandes apuros.

Si quedara un gramo de sensatez en el Partido Socialista, todo aconsejaría apartar de sí ese cáliz y que Feijóo cargue con lo que viene

Si quedara un gramo de sensatez en el Partido Socialista, descartada la solución obvia que es cambiar de candidato, todo aconsejaría apartar de sí ese cáliz y que Feijóo cargue con lo que viene, abandonar fantasías de coaliciones monstruosas reeditadas, prepararse para un periodo de oposición seria (no necesariamente de tierra quemada) frente al Gobierno de la derecha, reconstruir el tejido orgánico aniquilado por el cesarismo, regresar al espacio de la centralidad constitucional e intentarlo de nuevo dentro de cuatro años. Pero no sucederá, porque la pulsión bonapartista y la pasión ciega de un poder personal no cederán hasta completar su obra destructiva. Funcionalmente, en esta elección Sánchez es Trump. Está por ver si Feijóo es capaz de ser Biden.

La probabilidad de que Pedro Sánchez consiga hilvanar una segunda mayoría para su investidura era ya pequeña antes del 28-M; decreció drásticamente tras la votación municipal y autonómica (que, como era de esperar, creó una situación política nueva y distinta, hasta el punto de provocar la espasmódica interrupción de la legislatura), y va menguando cada día que pasa porque, como también era de esperar, la corriente de la marea poselectoral, lejos de amainar, tiende a intensificarse.

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