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PSOE y PP, gripados a cinco semanas de las elecciones
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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PSOE y PP, gripados a cinco semanas de las elecciones

Ni el PP da síntomas de haber diseñado con esmero suficiente la gestión política de su victoria, ni la corte monclovita, ensoberbecida y desconectada de la realidad, preparó su organismo partidario para la digestión de una derrota cantada

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Hubo un tiempo, no tan lejano, en que, si el PSOE decidía hacer un gran acto público en Andalucía con presencia de su líder nacional, se llamaba desde Ferraz a la dirección del PSOE de Andalucía y esta era capaz de congregar a 15.000 personas en cualquier lugar. No hay que remontarse a los tiempos de Felipe González y Alfonso Guerra: esto lo he visto hacer con Almunia, con Zapatero y con Rubalcaba, si bien progresivamente con mayor esfuerzo y menor ímpetu.

La de los socialistas andaluces fue la maquinaria política más poderosa y eficiente que ha conocido la democracia española. Hoy, el que en su día se autodenominó “el gran partido de los andaluces” es un guiñapo irreconocible al que la apisonadora del 28-M ha terminado de dejar listo para la enfermería. Despojado del control de la Junta de Andalucía, de las diputaciones provinciales y de la mayoría de los ayuntamientos importantes, y dirigido (?) por una ejecutiva-títere, no es siquiera capaz de organizar un mitin decente en Dos Hermanas para arrancar la precampaña del presidente del Gobierno. Dicen que es por la calor, pero a mí me parece que es más bien por la melancolía.

Foto: Juan Espadas en la apertura de campaña en Sevilla con Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, Amparo Rubiales y Antonio Muñoz. (EFE/Julio Muñoz)
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El resultado del 28-M, o uno parecido, estaba en las previsiones desde hace meses. Quizás haya sorprendido la dimensión de la marea, pero no hacía falta ser un genio de la demoscopia ni de la prospectiva política para prever un vuelco favorable a la derecha en el reparto del poder territorial.

Sin embargo, parece que ninguno de los dos grandes partidos realizó previamente el ejercicio de planificación estratégica imprescindible para afrontar el escenario resultante de la votación. Ni el PP da síntomas de haber diseñado con esmero suficiente la gestión política de su victoria —que traía en la tripa unas cuantas bombas de relojería, casi todas relacionadas con Vox— ni la corte monclovita, ensoberbecida y desconectada de la realidad, preparó su organismo partidario para la digestión de una derrota cantada.

Foto: El líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Fernando Alvarado)

Sánchez disponía en solitario del botón nuclear de la disolución de la cámaras, y en solitario —“con mi conciencia”, dijo— se abalanzó sobre él, en una reacción claramente emocional, mientras el resto del Gobierno y los dirigentes de su partido se enteraron de la noticia a la vez que el resto de los españoles. No suele ser una buena idea sorprender a tus generales con un movimiento espasmódico, en pleno shock tras una hecatombe colectiva de la que te hacen responsable y con las tropas en pánico; el cesarismo extremo conlleva estas servidumbres.

La consecuencia está a la vista. El 23 de julio comprobaremos el grado de inhibición o abandono de la base social de la izquierda, pero está asegurada la desactivación masiva de sus bases orgánicas en esta campaña. En el caso de lo que fue Unidas Podemos, porque se buscó deliberadamente la liquidación del partido de Iglesias para abrir paso a una confederación informe de siglas con un rostro al frente. En el caso del PSOE, porque hay un ejército en desbandada de expulsados del poder, adiestrados durante lustros para simultanear el cargo público con el manejo del aparato partidario, cuya preocupación inmediata no es precisamente dejarse la piel en un esfuerzo adicional —y seguramente estéril— por salvar la cara de quien los ha conducido a una derrota que sienten inmerecida, sino buscar un empleo remunerado (en muchos casos, por primera vez en sus vidas).

Presiento que no están precisamente por la labor de acarrear autobuses con los que llenar los auditorios para el jefe, ni en los hogares de muchos pequeños pueblos se recibirá esta vez la habitual visita del alcalde socialista o sus concejales para entregar las papeletas ya metidas en su sobre.

Foto: El presidente del Gobierno y candidato del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE/Román Ríos)

El legendario aparato electoral del Partido Socialista está abierto en canal de arriba abajo. De hecho, han pasado dos semanas desde la convocatoria y no se conoce quién dirige esa campaña. Para el partido del Gobierno, juntar a más de 1.000 personas en una ciudad de tres millones como Madrid se ha convertido en una tarea hercúlea. Se buscan locales diminutos, se administra al máximo la exposición al sol de un candidato abrasado de tanto lucirse en vano y, por disimular, se pasea a una vicepresidenta que solo espera el momento de firmar el finiquito y regresar a Bruselas. Hay que conocer por dentro una gran organización de ese tipo para hacerse cargo de la dimensión de la tragedia: eso no hay Grupo Prisa que lo sustituya.

En el caso del Partido Popular, el problema es más político. No era difícil prever que, tras el 28-M, se encontraría con un puñado de gobiernos autonómicos y una multitud de ayuntamientos al alcance de la mano, con dos factores condicionantes. Por un lado, gestionar ordenadamente la compleja operación de ocupar las nuevas posiciones de poder institucional: negociaciones, investiduras, formación de equipos de gobierno, tomas de posesión, primeras medidas… Algo que absorbe el tiempo y la atención de varios miles de cuadros políticos, que mientras se dedican a eso no se dedican a la campaña electoral. Por otro —y esto es lo más importante—, salvar el escollo de los pactos con Vox, tan imprescindibles con carácter general como potencialmente explosivos para perfilar el partido ante las elecciones generales.

Foto: El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Lavandeira jr)

Se suponía que ambas operaciones podrían realizarse tranquilamente en el periodo prevacacional para regresar en septiembre, con el nuevo mapa de poder territorial ya asentado y los pactos metabolizados, y rematar a placer la faena de “derogar el sanchismo”. Pero la reacción convulsiva de Sánchez con su agitada conciencia pilló en bragas a su propio partido y también al de la oposición —por no hablar de sus aliados—.

En materia de alianzas de gobierno, hoy el PP se asemeja más al ejército de Pancho Villa que a un tropa ordenada con un estado mayor controlando la situación con base en planes previamente estudiados. El atropellado acuerdo de Valencia abrió prematuramente las compuertas, el partido de Abascal se envalentonó y hoy nadie en Génova es capaz de señalar en el mapa en cuántos lugares terminarán compartiendo gobiernos con la extrema derecha.

Foto: El candidato del PP a la presidencia de Aragón, Jorge Azcón (i), junto al candidato de Vox, Alejandro Nolasco (d). (EFE/Javier Cebollada)

Durante los meses cruciales de junio y julio, los dirigentes del PP en la mayoría de los territorios estarán más ocupados en sus transiciones de poder que en atender a la campaña nacional de Feijóo. Y se ignora cuál será finalmente el impacto electoral de un mapa probablemente repleto de gobiernos de coalición con Vox no previstos de antemano.

Muchos se muestran convencidos de que eso está ya amortizado por la opinión pública y otros sueñan que ello hará descarrilar el tren que conduce a Feijóo a la Moncloa: pero unos y otros hablan más desde el deseo que desde la certeza. Lo cierto es que la hipótesis distópica de ver a Santiago Abascal de vicepresidente del Gobierno o a Ortega Smith en el Ministerio de Justicia ha adquirido súbitamente una verosimilitud que hace 15 días no tenía. Seguro que no era ese el plan de Feijóo antes de su victoria del 28-M, tan arrolladora como vidriosa.

Sigue siendo altamente probable que Alberto Núñez Feijóo pase el fin de año en la Moncloa, pero ni él mismo sabe en este momento en qué condiciones y, sobre todo, con qué compañías lo hará. Cuando las cosas parecían estar más claras que nunca, el chocolate comenzó a espesarse.

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que, si el PSOE decidía hacer un gran acto público en Andalucía con presencia de su líder nacional, se llamaba desde Ferraz a la dirección del PSOE de Andalucía y esta era capaz de congregar a 15.000 personas en cualquier lugar. No hay que remontarse a los tiempos de Felipe González y Alfonso Guerra: esto lo he visto hacer con Almunia, con Zapatero y con Rubalcaba, si bien progresivamente con mayor esfuerzo y menor ímpetu.

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