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Sobra una semana: una elección vista para sentencia
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Sobra una semana: una elección vista para sentencia

Llegados a este punto, los electores ya han visto todo lo que tenían que ver y disponen de la información necesaria para tomar su decisión

Foto: Un envío conteniendo votos por correo junto a la urna en un colegio electoral. (EFE/Julio Muñoz)
Un envío conteniendo votos por correo junto a la urna en un colegio electoral. (EFE/Julio Muñoz)
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Si las elecciones se desarrollaran como un proceso judicial, podría decirse que, a una semana del cierre de la campaña y a nueve días de la votación, el juicio ha quedado visto para sentencia. Visto para sentencia no quiere decir sentenciado: falta lo más importante, que es el veredicto. Este lo emitirá el jurado popular, compuesto en esta ocasión por quienes quieran participar de entre los 37.466.432 adultos con derecho a voto que forman el censo.

Visto para sentencia quiere decir que, llegados a este punto, los electores ya han visto todo lo que tenían que ver y disponen de la información necesaria para tomar su decisión. Se ha presentado el caso, se han expuesto las pruebas, han declarado los testigos y todas las partes han expuesto sus alegaciones. Y, sobre todo, hemos contemplado y vivido en tiempo real lo sucedido en España durante los últimos cuatro años, cada uno de nosotros ha realizado su balance y establecido sus expectativas y las opiniones están formadas y cristalizadas, quizá con más solidez que en la mayoría de las elecciones anteriores.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Jesús Monroy)

El estado de ánimo colectivo, eso que algunos llaman el humor social, ha ido cuajando y espesándose a lo largo de los múltiples episodios que jalonaron una legislatura por tantos motivos excepcional. Podríamos decir que la decisión de voto se ha formado por condensación. Salvo un acontecimiento traumático completamente imprevisto, nada de lo que se diga o haga en estos últimos días alterará esencialmente el resultado. Los afamados indecisos, como casi siempre hacen, se incorporarán al voto en los últimos días únicamente para reforzar la tendencia general.

Por lo demás, es muy visible que los partidos tienen ya las cartucheras vacías. Emplearon con más o menos acierto toda la munición disponible durante una larguísima campaña electoral de varios meses y lo que les queda para el tramo final son balas de fogueo. Al convocar las generales inmediatamente después de las municipales y autonómicas, Sánchez ha impedido —se ha impedido también a sí mismo— renovar el arsenal y diferenciar una y otra batalla.

Foto: El expresidente José Luis Rodríguez Zapatero durante un acto del PSOE con motivo del día internacional de la mujer en marzo. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)

La historia consignará que en 2023 no hubo en España dos procesos electorales distintos, sino una única votación en dos actos. Por eso se da el hecho paradójico de que, siendo esta la campaña electoral más corta de nuestra historia democrática, tanto los actores como el público llegamos exhaustos al desenlace, deseando que los días que quedan hasta el 23-J transcurran lo más rápido posible y nos dejen irnos de vacaciones de una puñetera vez. Tras una legislatura explosiva, la sorpresa de este final de campaña es la ausencia de toda esperanza de sorpresas.

La historia consignará que en 2023 no hubo en España dos procesos electorales distintos, sino una única votación en dos actos

Dicen fuentes generalmente bien informadas que el director ejecutivo de la campaña del PSOE, a todos los efectos, se llama Pedro Sánchez. Él ha ejercido simultáneamente en esta película como productor, director, guionista, montador, iluminador y, por supuesto, actor protagonista. Más bien, intérprete único. El Partido Socialista como ente colectivo quedó inédito en la campaña de mayo —con sus alcaldes y presidentes autonómicos condenados al silencio en beneficio del solista Sánchez— e inédito permanece en esta campaña de elecciones generales. Los dirigentes y cuadros territoriales del partido, acostumbrados a vivir las campañas con frenesí agotador, relatan que pasan estos días holgando, con las agendas vacías y sin que nadie les pida un esfuerzo especial de activismo movilizador.

En expresión afortunada de Borja Sémper, Sánchez ha convertido esta doble campaña en un larguísimo selfi, con un guion monocorde que reza así: yo-yo-Yo-YO-YO-YOOOO. Todo el aparato discursivo y publicitario de la campaña se supeditó al objetivo prevalente de restaurar y después engrandecer la imagen deteriorada de Su Persona. Con ese planteamiento, el desmoronamiento espectacular del icono en el momento decisivo provocó un daño estructural y, probablemente, irreversible (ya lo era desde hace tiempo). Ciertamente, el cuerpo de asesores estuvo particularmente obtuso en el planteamiento estratégico del debate. Pero ningún asesor puede prevenir que, además, su candidato padezca un brote psicótico y se descompense emocionalmente en los primeros 10 minutos del intercambio, sin recuperarse hasta el final.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una comparecencia ante los medios este miércoles en Vilna (Lituania) tras la cumbre de la OTAN. (EFE/EPA/Toms Kalnins)

El problema es que la campaña socialista se concibió como un soliloquio de su líder en crescendo continuo, que desembocaría necesariamente en un triunfo aplastante del campeón rutilante ante el paleto reaccionario con gafas que imaginaron tener enfrente. Cuando el supuesto burócrata provinciano resultó ser un bicho peligroso y el campeón no resistió el primer asalto, el montaje entero se vino abajo con estrépito. Y no queda tiempo para nada: no se reformula una campaña en tres días. Por eso, la campaña monclovita posdebate ha continuado inercialmente, como si no hubiera sucedido lo que sucedió. En realidad, nunca contemplaron la posibilidad de que Sánchez saliera del debate por la puerta de la enfermería, y ahora no saben cómo seguir. En otras circunstancias, el partido habría acudido al rescate, pero ya se ocuparon ellos de desactivarlo preventivamente.

Feijóo encontró un partido desmantelado tras el genocidio interno perpetrado por Casado y ha aplicado el principio de máxima economía de esfuerzos. Se emboscó en el Senado y derribó a su rival con dos golpes decisorios: el primero lo descargó el 28 de mayo, haciéndose con el control del poder territorial para los próximos cuatro años, y el segundo el 10 de julio, noqueando al macho alfa de la coalición socialpopulista. Solo le queda remar con toda su alma hasta el día 23, con el viento de cola, para establecer una distancia insalvable con sus rivales que le permita imponer un Gobierno en solitario.

Foto: Sánchez y Feijóo, en el debate del lunes. (EFE/Juanjo Martín) Opinión
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A la hora de la verdad, el liderazgo soft de Yolanda Díaz resultó ser aún más evanescente de lo que se esperaba. Con Podemos —la única estructura orgánica de ámbito nacional de la que disponía— en ostensible huelga de brazos caídos, ahora le toca resistir el asalto del PSOE sobre sus posiciones; ya que van a perder, los socialistas buscarán al menos adecentar su resultado y apalancarse en la hegemonía de la izquierda, lo que pasa por extraer el mayor número posible de votos de su hasta ahora socia en el Gobierno y a partir de ahora molesta competidora en la oposición.

Los de Abascal se crecieron tras el 28-M (pese a su mediocre resultado numérico), viéndose imprescindibles para el PP; y durante varias semanas lograron empantanar la campaña de Feijóo, contando con la habitual colaboración del sanchismo para situarlos en el centro del escenario. Como suele ocurrir con quienes son excesivos por naturaleza, se excedieron en la dosis. Ahora tendrán serios problemas para explicar a su parroquia que, por conseguir un par de ministerios, están dispuestos a volver a sincronizarse con Sánchez para bloquear el cambio y provocar la repetición de las elecciones.

Foto: Ione Belarra y Yolanda Díaz. (EFE/Fernando Alvarado)

Así pues, la disputa entre los bloques está básicamente resuelta: ganará la derecha y perderá la izquierda. El próximo presidente del Gobierno será Alberto Núñez Feijóo en nueve casos de cada 10, aunque la trayectoria desde las elecciones hasta la investidura pueda resultar larga y borrascosa, en claro perjuicio para el interés del país.

Lo que queda por resolver son los conflictos intrabloques: el del PP con Vox por el Gobierno en solitario o compartido. El del PSOE con Sumar por la hegemonía de la izquierda derrotada. El de ERC con JxCAT por el dominio del independentismo, que espera resucitar con la derecha en el poder en Madrid. Y el del PNV con Bildu, propulsado al liderazgo del nacionalismo vasco-navarro con la impagable ayuda de Sánchez. Si levantaran la cabeza Rubial y Ajuriaguerra, molerían a palos cada uno a los suyos, por insensatos y por idiotas.

Si las elecciones se desarrollaran como un proceso judicial, podría decirse que, a una semana del cierre de la campaña y a nueve días de la votación, el juicio ha quedado visto para sentencia. Visto para sentencia no quiere decir sentenciado: falta lo más importante, que es el veredicto. Este lo emitirá el jurado popular, compuesto en esta ocasión por quienes quieran participar de entre los 37.466.432 adultos con derecho a voto que forman el censo.

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