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Huelga de pinganillos y debates fraudulentos
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Huelga de pinganillos y debates fraudulentos

El lingüístico es el más falso y necio de todos los conflictos que plantean los nacionalistas en España. Una sociedad naturalmente bilingüe no dejará de serlo por mucho que los políticos se empeñen

Foto: Un ujier retira los auriculares de traducción depositados por los diputados de Vox en el escaño del presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Un ujier retira los auriculares de traducción depositados por los diputados de Vox en el escaño del presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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No es mal ejemplo del grado de gansada legislativa que se ha introducido en la política española que se celebre un pleno del Congreso para debatir y, en su caso aprobar, una reforma del reglamento y la presidenta de la Cámara decida, por sí y ante sí, dar por sancionada la propuesta y aplicarla durante el debate preliminar, lo que es tanto como admitir que tanto el debate como la votación eran perfectamente prescindibles, puesto que la cuestión ya se había decidido en otro lugar. Se ve que lo de respetar los plazos y cuidar las formas es también cosa de dinosaurios.

Teóricamente, en la sesión se votaba únicamente la toma en consideración de una proposición de ley para permitir que, a partir de ahora, se barbarice en la tribuna en varios idiomas. Pero la señora Armengol —que nunca se distinguió por su finura jurídica y sospecho que precisamente por eso la han puesto ahí— dio por resuelta la cuestión ab initio y nos ofreció un ejemplo práctico de dos cosas: la cuantía y volumen de las arbitrariedades que pueden esperarse de ella y cómo sonará el Congreso cuando escuchemos, sobre la voz del diputado que habla, la de un intérprete traduciendo sus palabras (o lo que sea que emita) a la lengua oficial del Estado. Lo cierto y seguro es que ninguna de sus señorías se volverá más sensata, más sabia o menos irresponsable por cambiar de idioma.

La primera cata resultó aleccionadora. Para empezar, comprobamos una vez más que los de Vox siempre encontrarán una astracanada original para epatar al personal y demostrar su bravía populista. Esta vez fue la huelga de pinganillos. Lo curioso del instante no fue ver a sus 33 diputados abandonando el hemiciclo y depositando sus pinganillos sobre el escaño vacío del presidente del Gobierno en funciones, sino la cara de envidia de muchos diputados del PP, íntimamente deseosos de hacer lo mismo.

Por otro lado, no es difícil pronosticar lo que sucederá si los diputados nacionalistas siguen a rajatabla durante mucho tiempo la orden de expresarse en cualquier idioma con excepción del que todo el Parlamento y toda la población entienden. Por un lado, donde antes solo escuchábamos un castellano horrible ahora se maltratará también a las demás lenguas del Estado. Por otro, certificaremos que cualquier idioma es apto para decir cosas hermosas e inteligentes o, como es mucho más frecuente en ese recinto, para soltar burradas sin tasa. Finalmente: si seguir una sesión de este Parlamento ya es una tortura para cualquier persona no brutalizada por el sectarismo, es de imaginar cómo funcionarán en los hogares españoles los mandos a distancia cambiando masivamente de canal para huir de la cacofonía de los intérpretes. Escuchar con su propia voz el tono chulesco y barriobajero de Rufián, o a la señora que en tiempos actuaba de chivata al servicio de ETA y ahora imparte lecciones de democracia, podría tener su morbo; soportar la misma basura traducida por un intérprete será un repelente infalible para la audiencia. Eso salimos ganando.

Foto: Escaño de Sánchez con los cascos depositados por Vox. (Guillermo Sánchez/Vox)
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Por lo demás, no duden de que en cuanto se bajen de la tribuna y acudan a negociar sus regalías en los despachos, todos ellos lo harán en perfecto castellano. Entonces sí les interesará hacerse entender y prescindirán de intérpretes y pinganillos.

El lingüístico es el más falso y necio de todos los conflictos que plantean los nacionalistas en España. Una sociedad naturalmente bilingüe no dejará de serlo por mucho que los políticos se empeñen. Ni Franco logró extirpar el catalán en cuatro décadas de dictadura monolingüe, ni los nacionalistas expulsarán al idioma español de Cataluña, aunque lo proscriban en las escuelas.

Ojalá toda la amenaza del nacionalismo a la convivencia en libertad consistiera en poder discursear en el Parlamento en la lengua que les venga en gana. Hay varios parlamentos democráticos en el mundo en los que se permite expresarse en lenguas distintas sin que nadie se rasgue las vestiduras ni vea en peligro las esencias de la patria.

Foto: Imagen de archivo del Congreso de los Diputados. (EFE/Fernando Villar)

Incluso a Rufián se le escapa alguna vez algo sensato. Como esto que dijo ayer: “Ni el castellano está en peligro en Cataluña, ni el catalán es patrimonio de los independentistas”. Muy cierto. Entre otros motivos —añado yo—, porque poner a competir un idioma global como el español con varias lenguas regionales, todas ellas muy dignas y valiosas, es simplemente una estupidez por ambas partes.

Yo estoy escribiendo este artículo, los medios llevan varios días titulando con este asunto, el ministro Albares se presta a hacer el ridículo en Bruselas intentando convencer a 26 gobiernos de que en Europa no hay nada más urgente que añadir tres idiomas más a los 24 que ya se admiten en la Unión (donde, por cierto, nueve de cada 10 conversaciones se desarrollan en inglés) y al partido de Sánchez le ha entrado una prisa loca por resolver el llamado “conflicto lingüístico” en cuestión de días por una única razón que se reduce a un guarismo: siete. Los siete diputados que obedecen a Puigdemont y cuyo voto es vital para que Sánchez siga en el poder. Es esa urgencia personal la que pone en el primer plano de la atención pública ese o cualquier otro asunto, no la urgencia del asunto en sí.

Foto: El ministro de Exteriores, José Manuel Albares. (EFE/Pablo Garrigós)

Naturalmente, puede debatirse en cualquier momento sobre el multilingüismo español, sobre la legalidad y/o conveniencia de una amnistía para los sublevados del 17, sobre el derecho de autodeterminación y sobre los límites de la Constitución española. Todos ellos son temas de interés, como tantos otros. Lo que los convierte en perentorios es únicamente el hecho de que alguien está decidido, a la luz de un resultado electoral problemático y con la firme voluntad de apuntalar el bibloquismo a cualquier coste, a entregar la administración de la soberanía nacional a un chiflado cuyo propósito vital es destruirla y de paso, si puede, llevarse por delante a Junqueras —o quizás habría que invertir el orden—.

Si Puigdemont tuviera la ocurrencia de exigir, como precio de su voto a la investidura de Sánchez, que todos los edificios de Barcelona se pintaran de amarillo, asistiríamos a contorsiones increíbles del sanchismo en favor del urbanismo amarillo. A toque de pito, aparecería una legión de arquitectos y expertos urbanistas, editorialistas, sesudos analistas de todas las disciplinas, sánchezcuencas, vidalfolches, julianas, barcelós e ivanredondos coreando las infinitas excelencias del amarillo como la tonalidad que más y mejor contribuye al bienestar social, al progreso de España y, sobre todo, a frenar el fascismo. Si al día siguiente el de Waterloo cambiara el color de su capricho, con él girarían la patrulla entera y su partitura. Y si sus votos no fueran necesarios para sostener a Sánchez, ninguna de estas cuestiones ocuparía la actualidad ni obsesionaría al Gobierno en funciones —que, por cierto, está sobrepasando descaradamente las muy limitadas funciones que le permite la ley en su circunstancia actual—.

Foto: Vista general del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE/Fernando Villar) Opinión

Mucho más honesto y consistente que el de los corifeos editoriales del oficialismo me parece el enfoque del presidente de Asturias: la amnistía es buena y deseable, dijo, en la medida en que resulte funcional para que gobierne Sánchez (se entiende que la amnistía y cualquier otra cosa que provea a la misma finalidad). Se trata de establecer un orden de prioridades y atenerse a él. Si se considera, como Barbón, que el supremo interés de la sociedad y de la patria pasa por la permanencia de Sánchez en el poder, tiene lógica que a ese objetivo se supedite cualquier otro valor o principio, incluidos el principio de legalidad, la independencia de la Justicia y la integridad constitucional. “¡Haz lo que tengas que hacer, Pedro!”, le jaleó su capataz en Galicia. Como si Pedro necesitara que lo animen para eso.

En esos términos, sí es concebible un debate real y no falsario. Pero el tema a discutir no es la amnistía, ni la igualdad entre los españoles, ni mucho menos las lenguas en el Congreso. Es lo que verdaderamente está sobre la mesa: si el poder de Sánchez vale más que cualquier otra cosa en la España de 2023. Discutamos sobre ello, al menos así no tendríamos la sensación de que nos están estafando.

No es mal ejemplo del grado de gansada legislativa que se ha introducido en la política española que se celebre un pleno del Congreso para debatir y, en su caso aprobar, una reforma del reglamento y la presidenta de la Cámara decida, por sí y ante sí, dar por sancionada la propuesta y aplicarla durante el debate preliminar, lo que es tanto como admitir que tanto el debate como la votación eran perfectamente prescindibles, puesto que la cuestión ya se había decidido en otro lugar. Se ve que lo de respetar los plazos y cuidar las formas es también cosa de dinosaurios.

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