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Reunión Sánchez-Feijóo: una historia de ficción
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Reunión Sánchez-Feijóo: una historia de ficción

Toda España conoce el desarrollo y resultado del encuentro: en términos de avances relativos a los intereses generales del país y al bienestar de la población, cero patatero

Foto: El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (i), se reúne con el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (i), se reúne con el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
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El lunes se reunieron en el Congreso el actual presidente del Gobierno en funciones y candidato a la investidura, Pedro Sánchez, y Alberto Núñez Feijóo, presidente del Partido Popular y líder del grupo parlamentario más numeroso en el Congreso de los Diputados y en el Senado (donde dispone de una holgada mayoría absoluta).

Toda España conoce el desarrollo y resultado del encuentro: en términos de avances relativos a los intereses generales del país y al bienestar de la población, cero patatero. Ambos acudieron con el firme propósito de escenificar por enésima vez la incomunicación más hostil y el combate sin tregua, y a fe que lo lograron con creces. No se sabe ni a nadie le importa de qué diablos hablaron durante los 50 minutos que permanecieron sentados uno frente al otro. A la salida, ambas partes intercambiaron la consabida retahíla de invectivas recíprocas —ni siquiera en eso son originales— y cada uno se fue a su casa con la satisfacción del deber cumplido.

Nada nuevo bajo el sol. Con variaciones en la tonalidad, pero jamás en la partitura, esa es la melodía monocorde que interpretan los dos mayores partidos políticos del país desde hace una década. Sánchez le puso título: se llama no es no. (No es no, ¿a qué? Hoy lo sabemos: a todo).

En el otoño de 2017, ante la sublevación de las instituciones autonómicas de Cataluña, apareció brevemente el rayo de sol de una respuesta conjunta, pero fue flor de un día, apenas una ilusión. Unos meses más tarde, Sánchez asaltó el poder con el respaldo de los sublevados del 17 —que se presentó como circunstancial, pero ha devenido estructural— y el PP tuvo que defenderse de la amenaza de Ciudadanos y, sobre todo, de la emergencia de un partido de extrema derecha nacido de sus propias entrañas.

Foto: El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (i), se reúne con el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez) Opinión
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Puesto a soñar, me pregunto si cabría imaginar un desarrollo alternativo de esa reunión, más aproximado a eso que convencionalmente se llama “el interés nacional”. Veamos:

Quizá podrían haber comenzado analizando el acto de barbarie terrorista cometido por Hamás en territorio israelí y el peligro cierto de un nuevo estallido bélico en la zona más conflictiva de mundo. Habría estado bien, por ejemplo, que acordaran un comunicado institucional fijando la posición de España, que el Parlamento aprobaría con una mayoría abrumadora (salvo el voto indecente de quienes tienen por costumbre distinguir entre dos clases de terrorismos y dictaduras —los buenos y los malos—, según sus binarios apriorismos ideológicos).

A continuación, para seguir engrasando una conversación productiva y civilizada, el presidente habría puesto al día a su interlocutor sobre la agenda de la presidencia semestral española de la Unión Europea, la reciente cumbre de Granada y la situación en Ucrania. Ello habría permitido constatar que en todas esas cuestiones la visión de ambos partidos es muy parecida —y bien distinta, por cierto, de la de sus respectivos socios políticos actuales—.

Foto: El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, se reúne con el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en la ronda de consultas para la investidura. (Europa Press/Eduardo Parra)

Metiéndose ya en harina, podrían haber compartido un análisis honesto del resultado político de las dos elecciones del año 2023: las municipales y autonómicas de mayo y las generales de julio. Como ninguno de los dos está ciego —aunque a veces se empeñan en parecerlo—, les habría costado poco constatar que: a) tras el 28-M, el Partido Popular controla muy extensamente el poder territorial en España, que resulta ser el segundo país más descentralizado (¿o más centrifugado?) del mundo; b) con la actual composición del Congreso, ni el PSOE ni el PP están en condiciones de construir contra el otro una mayoría estable que dé estabilidad a la gobernación del país; c) ambos partidos fortalecieron su posición electoral, sumando el apoyo de dos de cada tres votantes y una mayoría en el Congreso de 258 diputados: más que suficiente para sacar adelante sin dificultad todas las reformas estructurales (incluida la de la Constitución) que están estancadas en España desde hace al menos una década; d) por el contrario, todos los partidos de naturaleza extremista y vocación disgregadora y/o destituyente fueron severamente castigados por el electorado, perdiendo a raudales votos y representación parlamentaria. Solo desde una actitud suicida puede concebirse que semejante retroceso se traduzca en un aumento exponencial de su fortaleza para condicionar al Gobierno de España y a muchas de las comunidades autónomas. Si existe algo parecido a un “mandato electoral”, desde luego este no indica nada que se parezca a una mayor polarización, más bien al contrario.

Tirando de ese hilo, podrían haberse aproximado a algunos entendimientos básicos para sacar el país del atasco en el que ellos mismos lo han metido y liberarse mutuamente del dogal de sus respectivos flancos extremistas:

Para empezar, un pacto de lealtad institucional. Que empieza por el desbloqueo inmediato de las dos renovaciones que llevan años secuestradas, en flagrante incumplimiento de la Constitución: la del Consejo General del Poder Judicial y la del sistema de financiación autonómica, ambas inviables sin el concurso de ambos partidos. Correlativamente, el PP debería comprometerse a no usar su extenso poder territorial como una fuerza de choque ni su mayoría en el Senado como un instrumento permanente de obstrucción filibustera. Ambos, en el caso de ocupar el Gobierno, a restablecer el procedimiento legislativo ordinario y no abusar con descaro del decreto-ley, como sucede, con pandemia o sin ella, desde que Sánchez ocupó el poder. Y, por supuesto, renunciar radicalmente a las operaciones de control partidista del poder judicial (que haberlas, haylas, en ambos lados de la trinchera).

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)

Estos ya serían logros gigantescos, considerando el apestoso pantano en que estamos metidos. Pero recuerden que estamos en un sueño y los sueños son libres, así que dejemos volar la imaginación.

Todos sabemos que, en España, polarización equivale a paralización y agostamiento pertinaz de la agenda reformista del país. Da igual que hablemos de reformas de la Constitución, del sistema electoral, del sistema de pensiones, del modelo energético, de un pacto educativo que no se ha logrado en 40 años, del reparto de los recursos escasos como el agua, del suicidio climático o del demográfico: nada de todo eso se puede abordar con eficacia si no se activan los mecanismos de concertación transversal que han sido sometidos a sabotaje por las cúpulas de los partidos políticos.

No digo que todo eso pueda salir solucionado de una sola reunión, pero sí, al menos, la voluntad de levantar la barricada durante un tiempo y ponerse a hablar de ello en serio. Algo me dice que, si lo hicieran, se llevarían la enorme sorpresa de comprobar que, en las políticas, están mucho más cerca que en la política —y también en este caso, más próximos entre sí que a sus actuales compañeros de viaje—.

Foto: Patxi López, portavoz parlamentario del PSOE, en el Congreso. (EFE/Zipi)

Falta la madre del cordero: el eterno litigio territorial y, específicamente, el problema de Cataluña. Negar la existencia del problema —o del conflicto, no hay por qué temer a las palabras— es tan absurdo como disparatado echarse en brazos de quienes tienen como único designio la desmembración del Estado.

Pero desde el otoño de 2017 me acompañan dos convicciones. La primera es que, si algo hay que negociar con las fuerzas independentistas, tendrá que hacerse desde una posición previamente acordada por los dos grandes partidos de ámbito nacional (especialmente si ello pasa por actuaciones legislativas que afecten al núcleo del marco constitucional o estatutario). Antes de que Puigdemont o ERC abandonen la unilateralidad, tiene que hacerlo el PSOE respecto al PP y viceversa. La segunda es que no habrá un acuerdo viable con Cataluña sin el asentimiento de las demás comunidades autónomas de España. Todo lo demás es cronificar el problema, seguir envenenándolo y conducirlo a un irremediable callejón sin salida.

El colmo de la cordura sería que, constatando la ingobernabilidad de este Parlamento, Sánchez y Feijóo acordaran, como mal menor, celebrar de nuevo elecciones generales el 14 de enero, realizar una campaña electoral competitiva, pero sin navajazos a la yugular, y comprometerse a respetar al ganador, sobre la base de un programa —muy acotado, pero muy sustantivo— de reformas sometidas a consenso, permitiendo que, quien gobierne, articule mayorías de geometría variable en el resto de las políticas.

Soy consciente de que nada de eso sucederá. Pero ello no hace más que dar la razón al artículo clarividente de Josep Martí Blanch: el verdadero problema de España en 2023 no es Puigdemont —ni Bildu ni ERC ni Vox, añado yo—, sino el Partido Socialista y el Partido Popular, que, por motivos distintos, están muy lejos de merecer la confianza que los ciudadanos les han entregado… para que hagan exactamente lo contrario de lo que están haciendo.

El lunes se reunieron en el Congreso el actual presidente del Gobierno en funciones y candidato a la investidura, Pedro Sánchez, y Alberto Núñez Feijóo, presidente del Partido Popular y líder del grupo parlamentario más numeroso en el Congreso de los Diputados y en el Senado (donde dispone de una holgada mayoría absoluta).

Pedro Sánchez Alberto Núñez Feijóo
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