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Del "no es no" al "somos más", la España descoyuntada
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Del "no es no" al "somos más", la España descoyuntada

Con aquel "somos más", Sánchez se adelantó a todas las negociaciones que desembocan en esta investidura y se autoproclamó líder de un bloque político caleidoscópico

Foto: El presidente del Gobierno en funciones y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (Europa Press/Álex Zea)
El presidente del Gobierno en funciones y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (Europa Press/Álex Zea)
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No hay duda de que Pedro Sánchez es el político español más importante de la década. Nada de lo sucedido en España desde el verano de 2014 se explica sin él. No es posible saber qué hubiera sucedido si la frívola insensatez de un puñado de barones y baronesas del PSOE encabezados por Susana Díaz no hubiera conducido a entregar el mando de ese partido a un sujeto completamente desconocido por todos ellos con un historial político misérrimo; pero es seguro que la historia de estos últimos nueve años —y los que quedan por delante— sería radicalmente distinta. En la oposición y en el poder, nadie ha marcado tan profundamente nuestra vida pública como este dirigente singular de personalidad problemática, secundado por muchos, detestado por otros tantos y querido por casi nadie.

No se caracteriza el presidente que será reelegido este jueves por la densidad de su pensamiento político, y mucho menos por la solidez de sus principios. Su aportación al mundo de las ideas —y también su ejecutoria como dirigente— puede resumirse íntegramente en dos consignas brevísimas que, a modo de santo y seña, han marcado una época.

En 2016, en plena reconfiguración del sistema político y tras la voladura del bipartidismo, marcó tajantemente el campo de juego con su archifamoso pleonasmo “no es no”. El noesnoísmo condensa toda la cultura del llamado sanchismo: consiste en la apuesta radical por una política de confrontación binaria que parte de la negativa cerrada al reconocimiento recíproco entre las dos fuerzas políticas mayoritarias del país, el bloqueo tenaz de los mecanismos transversales de entendimiento y concertación, la quiebra metódica de las reglas del juego limpio en la competición política, la arbitrariedad excluyente en el ejercicio del poder, el clientelismo desbocado y, como consecuencia de todo ello, la clausura bajo siete llaves del espacio de la centralidad donde se construyen las grandes mayorías y se forjan los consensos. Toda la trayectoria de Sánchez al frente de su partido y de su Gobierno (en ambos casos, subrayando el artículo posesivo) ha consistido en un desarrollo continuo y sin concesiones del principio noesnoísta.

El noesnoísmo como axioma, combinado con el abandono de la vocación mayoritaria que identificó al PSOE anterior a Sánchez, condujo inevitablemente a una política de alianzas insólitas (que se bautizó lúcidamente con el nombre de una criatura monstruosa) y de bloques irreductiblemente enfrentados, que alcanzó su máxima expresión tras las elecciones generales de julio de 2023 y se plasmará en esta investidura de las dos Españas, precedida de manifestaciones masivas y disturbios violentos en rechazo preventivo de lo que se ve venir tras la tercera coronación de Sánchez.

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, durante el Congreso del Partido Socialista Europeo, celebrado el pasado fin de semana en Málaga. (Europa Press/Álex Zea)

En esa noche del 23 de julio, Sánchez pronunció la otra frase trascendental de su reinado: “Somos más”. No podía referirse a su partido, puesto que había perdido la votación frente a su rival de la derecha. Tampoco a su coalición de gobierno con la extrema izquierda (antes Unidas Podemos, ahora Sumar), puesto que la suma de ambas fuerzas quedó muy lejos de la posibilidad de sostener un Gobierno. En ese instante, apenas había dado tiempo a recontar apresuradamente los votos y ninguna negociación había comenzado. Sin embargo, Sánchez se atrevió a sentenciar el resultado político de la elección. “Somos más” se refería a la agregación inorgánica de todas las fuerzas parlamentarias, cualesquiera que fueran su orientación ideológica y su relación con el orden constitucional, con exclusión terminante de las dos fuerzas de la derecha que concitaron el apoyo de 11 millones de ciudadanos.

Con aquel “somos más”, Sánchez se adelantó a todas las negociaciones que desembocan en esta investidura y se autoproclamó líder de un bloque político caleidoscópico cuya única argamasa es la voluntad compartida de crear las condiciones que hagan inviable la alternancia en el poder en España.

Foto: Una mujer protesta durante una manifestación contra la amnistía en A Coruña. (Europa Press/Dylan) Opinión

No hay nada en la sucesión de pactos que han precedido a la formación de esta mayoría parlamentaria que sugiera la existencia de un proyecto político compartido o de una visión del futuro de la nación —cuya misma existencia niegan varios de los componentes de la nueva sociedad de socorros mutuos recosida para la ocasión—. Ni siquiera puede hablarse de valores básicos aceptados en común sobre cuestiones tan básicas como el principio de legalidad, el modelo de democracia que se desea asentar, la forma del Estado o las bases de la política internacional.

Tras su autoproclamación como caudillo del bloque formado por todas las izquierdas y todos los nacionalismos, Sánchez se limitó a abrir la taquilla, recibir uno por uno a todos los acreedores y firmar pagarés sin tasa ni límite, con la única condición de que le entregaran su voto para la investidura sin ninguna garantía ulterior de estabilidad. Constatando que era imprescindible el respaldo de las dos facciones enfrentadas del nacionalismo catalán, reabrió en canal el llamado “conflicto de Cataluña” que él mismo había declarado prácticamente resuelto gracias a su acción benefactora de desmantelamiento de las resoluciones judiciales y desprotección de la Constitución en el Código Penal.

En los tiempos de la inflación y la pobreza sobrevenida de las economías familiares, de los trastornos climáticos que anticipan lo peor, de la calamidad demográfica que amenaza convertir más de la mitad del país en un desierto y de dos guerras que pueden poner el mundo patas arriba, en los últimos cuatro meses en España no se ha hablado de otra cosa que de Cataluña y del adefesio jurídico con el que se han comprado los siete votos de la derecha supremacista catalana para mantener a Sánchez en el poder.

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (Reuters/Jon Nazca)

Así seguirá siendo durante toda la legislatura, sea corta o larga. La naturaleza de la coalición política que reelegirá a Sánchez obliga a que lo territorial lo domine todo y contamine por completo el debate político y la gobernación del país en los próximos años. Lo que es peor, se ha abierto la puerta a una segunda edición del procés secesionista, pero esta vez con el Partido Socialista alineado con los promotores a causa de una extraña concepción de lo que es necesidad y lo que es virtud.

Creo recordar que fue también Rubalcaba quien primero diagnosticó que es más fácil sacar España de Cataluña y Euskadi que sacar esos dos territorios de España. Esa es la clave de los pactos firmados por Sánchez con los nacionalistas. En menos tiempo de lo que esperamos, Cataluña y Euskadi seguirán perteneciendo nominalmente a esa entelequia denominada “Estado español”, pero se habrá borrado todo rastro de España en uno y otro territorio. Por lo demás, estos pactos consolidan un modelo territorial drásticamente dual: una relación confederal con Cataluña y el País Vasco, basada en la bilateralidad estricta y desconectada de cualquier noción de solidaridad, y una subasta clientelar de premios y agravios para los demás. Sugiero que relean el acuerdo entre el PSOE y Sumar teniendo al lado la constelación de grupúsculos particularistas que encabeza Yolanda Díaz y se explicarán, por ejemplo, cómo es posible prometer una línea aérea entre Barcelona y la isla de Menorca y olvidarse por completo del tren a Extremadura (lo que no impidió a Fernández Vara jalearlo con alborozo digno de mejor causa).

Tengo grandes esperanzas en una parte de este debate de investidura: aquella en que los socios nacionalistas de Sánchez presenten al desnudo y sin eufemismos el verdadero alcance de la factura que le han hecho pagar por sus votos y le seguirán cobrando, día a día y con intereses, mientras permanezca en la Moncloa. Todo ello, supervisado desde algún país extranjero por unos vigilantes anónimos que, al parecer, examinarán mensualmente al Gobierno y, en última instancia, determinarán la vigencia de la legislatura española. Digo yo que, para eso, podrían cerrar el Parlamento y al menos nos ahorraríamos un puñado de debates tan inútiles como tóxicos. No sé cómo podremos resistir tanto progresismo.

No hay duda de que Pedro Sánchez es el político español más importante de la década. Nada de lo sucedido en España desde el verano de 2014 se explica sin él. No es posible saber qué hubiera sucedido si la frívola insensatez de un puñado de barones y baronesas del PSOE encabezados por Susana Díaz no hubiera conducido a entregar el mando de ese partido a un sujeto completamente desconocido por todos ellos con un historial político misérrimo; pero es seguro que la historia de estos últimos nueve años —y los que quedan por delante— sería radicalmente distinta. En la oposición y en el poder, nadie ha marcado tan profundamente nuestra vida pública como este dirigente singular de personalidad problemática, secundado por muchos, detestado por otros tantos y querido por casi nadie.

Pedro Sánchez
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