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Sánchez y Feijóo, el tongo invertido
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Sánchez y Feijóo, el tongo invertido

El líder del PP no está en condiciones de llegar a un acuerdo con este Gobierno sin que el suelo tiemble bajo sus pies

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, felicita a Pedro Sánchez después de que lograse sacar adelante su investidura. (EFE/Javier Lizón)
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, felicita a Pedro Sánchez después de que lograse sacar adelante su investidura. (EFE/Javier Lizón)
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Hay dos clases de tongo. El clásico, en el que se simula un combate que realmente no existe porque el resultado está amañado. El tongo invertido es propio de la política y consiste en lo contrario: escenificar una reunión o encuentro al que las partes acuden proclamando su voluntad de acuerdo y paz cuando el propósito común es prolongar o incluso intensificar la guerra.

Quizá la única diferencia de fondo entre el tongo deportivo y su versión invertida en la política es que en el primero el público suele resultar estafado, porque espera una competición de verdad. En el segundo, por el contrario, lo más común es que solo los ingenuos se sorprendan. La mayoría de los que la contemplan son conscientes de asistir a una patraña. El engaño está a la vista.

Este es el caso del espectáculo teatral que han protagonizado hoy Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. Ambos acudieron al encuentro con la firme voluntad de salir peleados. La bronca es el fundamento irrenunciable de sus estrategias actuales. Es más, uno y otro están convencidos de que tanto sus forofos mediáticos como sus aliados políticos considerarían cualquier alivio de la tensión como traición o derrota.

Sánchez ha conseguido acoplar una mayoría ultraprecaria (vale igual si se lee como una palabra o como dos) ligada exclusivamente por la determinación de impedir a toda cosa no solo el acceso de la derecha al Gobierno, sino también su participación en las decisiones políticas. Su bloque de poder se cimenta sobre el disenso: necesita un común enemigo de referencia que amortigüe las múltiples contradicciones internas que lo atraviesan. Una brizna de consenso con la oposición sería balsámico para el país pero sumamente resbaladizo para él, y a estas alturas de la película caben pocas dudas respecto a su orden de prioridades.

Feijóo sustentó toda su oferta política sobre la promesa de derogar el sanchismo. Lo tuvo en la mano y lo tiró con impericia propia de un principiante. El sentimiento dominante en su base electoral es la frustración, lo que hace de él un líder en libertad vigilada. Para más inri, desde su pírrica victoria Sánchez no ha hecho otra cosa que orinar sobre él y encadenar gestos y decisiones provocadores y excluyentes. Así las cosas, hoy por hoy el líder del PP no está en condiciones de llegar a un acuerdo con este Gobierno sin que el suelo tiemble bajo sus pies.

El ritual de apareamiento que desde ambos lados del muro se ha escenificado como aperitivo del encuentro de hoy responde plenamente a la lógica de la colisión anunciada. Una reunión incubada de esta manera a la luz pública solo puede conducir al resultado implícitamente pactado: a todo que no en una y otra dirección. La competición se reduce, pues, a la carga de culpa que cada parte sea capaz de atribuir a la otra de un desencuentro integral que, en el fondo, resulta mutuamente satisfactorio. Como ya es costumbre, aquí no se habla de política, sino de propaganda.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, de espaldas al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso. (Europa Press/Eduardo Parra)

Digan lo que digan los cultivadores de la desmemoria, no siempre fue así. En el tiempo transcurrido desde Suárez a Rajoy, el modelo de relaciones entre los sucesivos presidentes del Gobierno y el líder de la oposición fueron diversos en su grado de cordialidad, pero siempre más saludables que el implantado por Sánchez.

Puedo testificar que, para acordar o para desacordar, incluso para concertar los desacuerdos, los contactos presenciales o telefónicos entre el inquilino de la Moncloa y el líder de la alternativa fueron habituales, a veces conocidos y a veces no y, desde luego, obligados en todo lo referido a asuntos de Estado, singularmente los de alcance institucional y política exterior. Solo recuerdo un periodo, la última legislatura de Felipe González, en que se interrumpió la comunicación personal entre él y Aznar, pero no la institucional entre el Gobierno y el PP.

Nunca fue necesario el estridente aparato gestual que rodea esta reunión fake de Sánchez y Feijóo para que el presidente del Gobierno y el líder de la oposición intercambien impresiones sobre los principales problemas del país, singularmente en situaciones de crisis. Atravesar una pandemia con cientos de miles de muertos, una guerra como la de Ucrania y un conflicto explosivo como el de Gaza —además de varios momentos críticos en el seno de la Unión Europea— sin que el jefe del Ejecutivo sienta la necesidad de dedicar unos minutos a informar al líder de la oposición, transmitirle sus decisiones y recabar su criterio es más propio de un régimen nacionalpopulista que de una democracia avanzada.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), saluda al presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, en el debate de investidura. (Europa Press/E. Parra) Opinión
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Uno imagina que una reunión de trabajo normal entre Sánchez y Feijóo, en el arranque de esta legislatura, podría empezar, por ejemplo, comentando el cierre de la presidencia rotatoria de la UE y los recentísimos acuerdos sobre política fiscal e inmigración, que afectarán decisivamente a España. A continuación, tendría sentido comentar el estado actual y las perspectivas de la guerra en Ucrania y del conflicto de Gaza, para pasar a analizar la situación económica del país (crecimiento, inflación, desempleo, déficit y deuda pública) y las líneas generales de los presupuestos por si acaso sonara la flauta y encontraran algo en lo que concordar (no olvidemos que el Senado tiene poder de veto sobre los objetivos de estabilidad presupuestaria, cuya aprobación es necesaria y previa a la del presupuesto). No estaría de más que el presidente explicara al líder del PP los motivos de la decisión de que el Estado irrumpa como primer accionista en la mayor y más estratégica empresa privada del país. Y ya sería el colmo de la sensatez que encontraran unos minutos para avistar las posibilidades de un acuerdo sobre financiación autonómica que está congelado desde hace una década y resolver de una vez el culebrón impresentable del consejo General del Poder Judicial.

Solo estos dos últimos puntos aparecen en los temarios que se han arrojado la Moncloa y Génova para preparar el choque frontal; pero se presentan de tal forma que más que un tema para dialogar preludia un intercambio de pedradas. El Gobierno se dispone a inculpar por enésima vez al PP por el pertinaz bloqueo de la renovación del CGPJ y Feijóo echará a los gobiernos autonómicos contra Sánchez por el trato de privilegio concedido a Cataluña en sus pactos con los nacionalistas. En esos dos asuntos, ambos reproches tendrán razón y es seguro que ambos seguirán instalados en la sinrazón. Tampoco parece posible abordar la próxima renovación de los principales organismos reguladores de la economía, amenazados de engrosar la cesta del tezanismo que inspira la política de nombramientos de este Gobierno.

Todo lo demás (política fiscal y emigración, Ucrania, Gaza, situación económica, techo de gasto y presupuestos, Telefónica, etc.), son, al parecer, cuestiones prescindibles en una reunión entre el presidente y el líder del partido más numeroso del Parlamento. Ni están ni se les espera, no vaya a ser que ocurra un accidente y se encuentren con el problema de que en alguno de ellos están de acuerdo.

Foto: Pedro Sánchez, en el Congreso antes de su comparecencia. (EFE / Chema Moya)

Quizá podrían coincidir en reformar el artículo 49 de la Constitución, el de los discapacitados. De hecho, coinciden y les sobran los votos para aprobarlo en menos de un mes. Pero el PP sospecha, con motivo, que los socios de Sánchez aprovecharían la ocasión para meter enmiendas que modifiquen a las bravas diez o doce artículos más. Y la desconfianza es tan grande —y tan justificada— que ninguna garantía que ofrezca Sánchez al respecto parecerá suficiente.

Desde que se destruyó el principio de la buena fe institucional, nada parece tener un arreglo razonable en la política española. Respecto a las demás cosas de la vida, que tengan ustedes un buen año.

Hay dos clases de tongo. El clásico, en el que se simula un combate que realmente no existe porque el resultado está amañado. El tongo invertido es propio de la política y consiste en lo contrario: escenificar una reunión o encuentro al que las partes acuden proclamando su voluntad de acuerdo y paz cuando el propósito común es prolongar o incluso intensificar la guerra.

Pedro Sánchez Alberto Núñez Feijóo
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