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El PP ante el 18-F: susto o muerte
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El PP ante el 18-F: susto o muerte

El Partido Popular sigue siendo favorito para ganar esta elección, aunque las traviesas de los apostadores se van igualando a medida que insiste en su determinación de ponerse en peligro

Foto: El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo (i), junto a la secretaria general del PP de Galicia, Paula Prado. (EFE/Lavandeira jr)
El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo (i), junto a la secretaria general del PP de Galicia, Paula Prado. (EFE/Lavandeira jr)
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En la política y en la vida, hay problemas cuya única solución es no crearlos. Leo en este periódico una crónica de Ana Belén Ramos con este titular: “Feijóo intenta embridar la polémica de los indultos para limitar los daños en Galicia”. Quizás alguien debería sugerir al líder del PP que la mejor maniobra para evitar el daño de una polémica innecesaria y estúpida es no provocarla.

A cinco días de una elección que hace dos meses parecía resuelta, no hay nadie en España, experto o no, que esté en condiciones de predecir con certeza si el Partido Popular seguirá gobernando en Galicia tras el 18-F o será sustituido por una coalición de izquierdas encabezada por el BNG.

La diferencia entre 37 y 39 escaños para el PP, que es la horquilla en la que se mueve la mayoría de las encuestas honradas, es demasiado pequeña para formular pronósticos rotundos. El último cociente en tres de las cuatro provincias se atribuye hoy al PP, pero la diferencia es microscópica respecto a sus seguidores. Bastaría un leve soplo de la dirección del viento en la recta final para que el PP asiente su mayoría absoluta (que sería, en todo caso, mucho más ajustada que la que obtuvo hace cuatro años) o, por el contrario, se asome al abismo de la oposición.

Con todo, el cambio más sustancial no es demoscópico, sino anímico. Para el PP, una elección que se anticipó sin dar una explicación clara del adelanto (primera imprudencia), con el propósito de darse un paseo triunfal en un territorio conquistado hace décadas, se ha convertido en una ruleta rusa angustiosa que, si se dispara del revés, puede llevarse por delante el Gobierno más sólido de ese partido y arruinar el crédito de su líder nacional, ya quebrantado tras el estropicio de las generales.

Foto: El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante un acto electoral en Lugo. (EFE/Eliseo Trigo) Opinión
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La izquierda, al principio resignada a pasar el acostumbrado trámite de una derrota más o menos digna, se siente repentinamente ante la mejor ocasión en 20 años de hacerse con el poder en Galicia y, de paso, abrir una crisis insondable en su rival de la derecha. Caza mayor: en ese caso, daría igual que el escrutinio mostrara un resultado miserable de los dos partidos gobernantes en España y una crecida espectacular del nacionalismo radical. Unos y otros lo celebrarían con igual alborozo. ¡Somos más!

Abandonemos de una vez la mandanga del partido más votado. Una vez instalados en la política de bloques, gana el que gobierna y gobierna el bloque que suma más diputados para una investidura. Nadie duda de que el PP será el partido más votado en Galicia, con una diferencia sustancial sobre el segundo. Pero si obtiene menos de 38 diputados, la suya será una derrota histórica. Con la agravante de que, al igual que en julio de 2023, sería una derrota autoinducida, fruto de una secuencia increíble de lo que en tenis llaman “errores no forzados”.

El petardo de los indultos a siete días de la votación es solo el último de ellos (¿o el penúltimo?) y, pese a lo que parece a través de los prismáticos de la M-30, probablemente no resulte el más trascendente. Resultan más dañinos para el PP el tiempo y la energía que están desperdiciando en combatir su propio entuerto que la tontuna de convocar a 16 periodistas en plena campaña para solazarse divagando sobre escenarios pasados, tan quiméricos como peligrosos cuando se manejan frívolamente.

Afortunadamente para Feijóo y los suyos, en la decisión de voto de los gallegos pesarán más los rasgos idiosincráticos del singular microclima político de esa tierra que el debate sobre la amnistía de Sánchez, transformado en una querella surrealista sobre los indultos imaginarios de Feijóo (imaginados y relatados por él mismo).

Así pues, ni tanto ni tan calvo. Pese a todo, el Partido Popular sigue siendo favorito para ganar esta elección, aunque las traviesas de los apostadores se van igualando a medida que insiste en su determinación de ponerse en peligro. Aún juegan a su favor varios factores:

Primero, la inercia del voto. Con Vox desaparecido del mapa político de Galicia y la desvencijada franquicia del partido de Sánchez como la opción menos apetecible para quien desee cambiar su voto, el único adversario consistente del PP en el escenario gallego es el BNG: y la distancia ideológica entre uno y otro es demasiada para pensar en un trasvase masivo de votos. Los votantes tradicionales del PP solo pueden repetir su voto con más o menos gusto o quedarse en casa —lo que no acostumbran a hacer, y menos si ven aproximarse el peligro—.

Segundo, la circunstancia objetiva de Galicia. Con una atmósfera política y social menos cargada de azufre que la existente en el resto de la Península, unos datos económicos razonables y el recuerdo de la infausta coalición PSOE-BNG que desgobernó en Galicia entre 2005 y 2009, no existe gran aliciente para un nuevo experimento de ese tipo —esta vez, con el partido destituyente al frente y los socialistas como subalternos—.

Tercero, el sistema electoral. La barrera legal del 5% pone las cosas casi imposibles para Sumar, que la habría alcanzado con cierta facilidad si hubiera acordado una candidatura común con Podemos. Con ambas fuerzas divididas, el voto improductivo de la izquierda será mayor que el de la derecha.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, realiza una visita a una explotación agraria en Lalín. (Europa Press/Álvaro Ballesteros)

Opera, además, la sobrerrepresentación de las dos provincias menos pobladas (Lugo y Ourense), donde es mayor la hegemonía del PP, sobre las dos mayores (A Coruña y Pontevedra), donde se concentra la fortaleza de la izquierda y el nacionalismo.

Para que la izquierda tenga una probabilidad sólida de sumar 38 diputados (es previsible que, en un caso de emergencia, el posible diputado de Democracia Ourensana socorrería al PP), deberían concatenarse varias circunstancias:

La primera, que la distancia entre el primero (PP) y el segundo (BNG) se estreche notablemente. En 2020, la diferencia fue de 23 puntos, y ahí estuvo la clave de la victoria arrolladora de Feijóo. La única vez que el PP perdió el poder en unas elecciones, en 2005, Fraga consiguió un muy estimable 46%, pero el segundo partido (PSOE) se le aproximó a 12 puntos y la suma de votos de la izquierda superó al PP.

Foto: La candidata del BNG, Ana Pontón. EFE/Xurxo Martínez
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En esta ocasión, la distancia entre el PP y el BNG será mucho menor que en 2020. La media de las encuestas sitúa al PP alrededor del 45% y al BNG por encima del 30%, con una tendencia claramente ascendente. El problema es cómo disparar el voto del BNG hasta cerca del 35% sin que el PSOE y Sumar se hundan aún más de lo que ya apuntan. Es obvio que en esta votación el voto útil de la izquierda es el BNG, y así parecen haberlo entendido muchos votantes socialistas y casi todos los de Sumar y Podemos. Pero si de resultas de ello caen al abismo, tampoco llegarán a la meta.

La esperanza de la izquierda estaría, pues, en una movilización intensa del electorado joven y urbano, acompañada de una desmovilización en el espacio de la derecha o de un crecimiento imprevisto de Vox en perjuicio del PP. Poco probable, pero no imposible. Incluso verosímil si el estado mayor del Partido Popular sigue administrándose una dosis diaria de cianuro electoral. Lo hicieron una vez y, por lo que se ve, son muy capaces de repetirlo.

Como muestra, un botón final. Por fin se liberó el dogal que hacía prácticamente imposible el voto de los residentes en el extranjero. En esta votación, hay 476.000 electores de esa clase, de los cuales 166.000 residen en Argentina. Pues bien, rompiendo una tradición de cuatro décadas, la dirección de la campaña del PP no ha considerado interesante que Rueda, Feijóo o Rajoy visiten ese país. Sin duda, era mucho más útil —y más descansado— cenar con un grupo de periodistas a los que ves todos los días para mostrarles la soga con la que pueden ahorcarte.

Para que luego digan que los políticos son seres racionales.

En la política y en la vida, hay problemas cuya única solución es no crearlos. Leo en este periódico una crónica de Ana Belén Ramos con este titular: “Feijóo intenta embridar la polémica de los indultos para limitar los daños en Galicia”. Quizás alguien debería sugerir al líder del PP que la mejor maniobra para evitar el daño de una polémica innecesaria y estúpida es no provocarla.

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