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Lecciones de Galicia: el destrozo de un partido al servicio de su líder
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Lecciones de Galicia: el destrozo de un partido al servicio de su líder

Quizás el bibloquismo como principio estratégico sea bueno para Sánchez, pero resulta dañino para España y destructivo para un Partido Socialista comprometido con los valores constitucionales

Foto: El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Álvaro Ballesteros)
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Álvaro Ballesteros)
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Tomo prestada y adapto una frase de Franz Beckenbauer sobre el Real Madrid: para ganar en Galicia, hay que hacer las cosas muy bien, tener suerte con la alineación de los astros… y derrotar al Partido Popular, siendo esta última condición la más difícil de las tres.

De todas las interpretaciones que he leído y escuchado sobre el resultado, prefiero quedarme con la más natural. Podría ser que los votantes se hayan limitado a responder cabalmente a la pregunta que les formuló la urna. Y si la pregunta versaba sobre cuál sería el Gobierno preferible para los próximos años en Galicia, la respuesta ha sido inequívoca: los gallegos prefieren un Gobierno del PP que una coalición encabezada por una fuerza nacionalista de extrema izquierda con el partido de Sánchez como edecán. Esa era la opción y ha quedado resuelta con claridad más que suficiente.

Es evidente que la sociedad gallega se siente confortable con un Gobierno como el que dirigió Feijóo durante 13 años y el que ahora ofrece Alfonso Rueda. Que su microclima político, no exento de problemas y tensiones, es más apacible que el que se respira en el resto del país. Que los datos objetivos de la gestión son razonablemente positivos: en casi todos los indicadores importantes relativos al bienestar, en la última década Galicia ha pasado del fondo de la clasificación a una posición intermedia, incluso mejor en algunos aspectos, como el paro o la deuda.

También lo es que el Partido Popular, gracias a una estrategia inteligente sostenida durante décadas, posee un enraizamiento social, una capilaridad en el territorio y unos rasgos de galleguidad (que no es lo mismo que galleguismo y mucho menos nacionalismo confrontativo) con los que solo puede competir, desde la otra orilla, el BNG, y de los que carece un PSdeG históricamente teñido de sucursalismo.

Foto: Pedro Sánchez, este lunes, en la reunión de la Ejecutiva Federal tras el 18-F. (EFE/PSOE/Eugenia Morago)

Un partido que recibe más de un 47% de los votos en un sistema multipartidista adquiere credenciales irrebatibles para gobernar. Uno de cada dos votantes respaldó al PP; la otra mitad se repartió desigualmente entre otras 16 candidaturas. La movilización por la continuidad frente a una alternativa percibida como incierta y aventurera resultó más potente que la movilización por el cambio.

Resuelta sin margen de duda la cuestión del Gobierno gallego, la gran noticia de la votación es el naufragio de los dos partidos que gobiernan coaligados en España. Podría haber sido al revés: si el PP se hubiera quedado en 37 escaños, Sánchez, con un resultado escuálido próximo a la pasokización del PSOE en Galicia, habría aparecido triunfal en el balcón de Ferraz. Y Yolanda Díaz, desde el ridículo 2%, habría lucido la genialidad táctica de concentrar el voto progresista en la opción más útil para derrotar a la derecha. Pero al pifiar la carambola, uno y la otra quedaron expuestos en su fracaso, cornudos y apaleados.

El caso gallego no es el primero ni será el último del viacrucis al que Pedro Sánchez somete a su partido por preservar su poder personal. Desde que él ocupa la Moncloa, el PSOE ha perdido los gobiernos de siete comunidades autónomas (solo conserva tres), además de unos miles de ayuntamientos. Es un hecho objetivo que el mandato de Sánchez como secretario general y presidente del Gobierno ha conducido al Partido Socialista a la mayor pauperización de su poder territorial desde que nació el Estado de las autonomías.

Foto: Rueda celebra su victoria electoral en Galicia. (Europa Press/Álvaro Ballesteros)

El fenómeno se agudiza a medida que Sánchez profundiza en un modelo estratégico orientado exclusivamente a la conquista y mantenimiento a toda costa del Gobierno central, sacrificando o poniendo en peligro para ello lo que sea preciso: desde el Estado de derecho a la integridad territorial del Estado, y también la naturaleza de su partido y los fundamentos sobre los que se reconstruyó hace medio siglo.

Pedro Sánchez ha dejado de actuar como líder de un partido —previamente domeñado— para operar como cabeza de un bloque de poder multicolor, del que forma parte un puñado de fuerzas políticas de vocación disgregadora y/o claramente opuestas a la Constitución española. Una vez implantado el bibloquismo, interpreta sistemáticamente la realidad con el prisma de la conveniencia del bloque, aunque ello choque con el interés del país y con el de su propio partido. “Somos más” es mucho más que una expresión de júbilo, contiene una declaración de principios.

Cuando el pacto con los nacionalismos deja de ser un recurso táctico de momentos concretos para convertirse en apuesta de largo plazo y rasgo estructural de un modelo de ejercicio del poder, ello conduce a un trueque inevitable. Obviamente, los nacionalistas exigen libertad de acción para desarrollar sus planes de quiebra del Estado y, además, que se les conceda la hegemonía política en sus respectivos territorios. Esa es la factura de su apoyo para que el pagador se mantenga en el poder, siempre bajo su control y dependencia. Es una especie de inquilinato usurario que, antes o después, terminará en desahucio.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el mitin de cierre de campaña en Santiago. (Europa Press/Álvaro Ballesteros)

Instalado en la lógica del muro, el PSOE de Sánchez ya no aspira a ser el primer partido de España: se conforma con ser el primero de su bloque donde no hay nacionalistas y el acompañante sumiso de los nacionalistas donde estos están presentes. Ello comporta, además de renunciar a competir con ellos, metabolizar como propios el ideario y el vocabulario de sus socios.

Al adentrarse en ese camino, el Partido Socialista ha permitido a su jefe que lo despoje de tres de sus señas de identidad más esenciales: a) la vocación de mayoría (sustituida por una política de pactos cada vez más enrevesada y onerosa, en la que los precios aumentan a medida que la fuerza principal se debilita); b) la voluntad de vertebrar España como un espacio común de convivencia e igualdad de derechos, y c) la autonomía política del propio partido. En la práctica, es la cancelación del proyecto iniciado en Suresnes y su mutación en uno de carácter unipersonal y rasgos claramente populistas.

A diferencia del Partido Socialista Francés, ya extinguido, el PSOE que se refundó en 1974 nunca fue un partido de notables. Su poderío se edificó en y desde su implantación en los territorios: primero en los municipios, después en las comunidades autónomas y, finalmente, en el Gobierno de España. Invertir el orden y desarticular pieza a pieza su base de poder territorial por conservar un despacho en la Moncloa es una forma de suicidio consentido difícil de comprender. Con todo, ese será un problema de los miembros de ese partido que asisten pasivamente a su destrucción a manos de su propio líder. Como ciudadano, lo que me preocupa es el divorcio persistente entre el interés de España y la conveniencia de quien la gobierna.

Foto: El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page. (EFE/Ángeles Visdómine)

Sánchez habría firmado con gusto nueve diputados socialistas en el Parlamento de Galicia, incluso menos, si ello hubiera servido para desalojar al PP y entregar ese Gobierno al BNG, a cuyo servicio han trabajado Zapatero y él durante toda la campaña con el resultado conocido. No se les ocurrió pensar que la única forma efectiva de ganar al PP es ofrecer una alternativa atractiva a los votantes de ese partido, y no volcarse en apoyar al nacionalismo radical. Entre el deshonor y la derrota, eligieron el deshonor y obtuvieron las dos cosas.

Quizás el bibloquismo como principio estratégico sea bueno para Sánchez, pero resulta dañino para España y destructivo para un Partido Socialista comprometido con los valores constitucionales. En la medida en que el resultado de Galicia es un fracaso de ese bibloquismo, solo por eso ya merece ser bienvenido.

Tomo prestada y adapto una frase de Franz Beckenbauer sobre el Real Madrid: para ganar en Galicia, hay que hacer las cosas muy bien, tener suerte con la alineación de los astros… y derrotar al Partido Popular, siendo esta última condición la más difícil de las tres.

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