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Lluvia ácida sobre el recinto de la Moncloa
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Lluvia ácida sobre el recinto de la Moncloa

Pertenece al género fantástico esperar que el diluvio de lluvia ácida que se ha desatado sobre la Moncloa amainará antes de las elecciones europeas

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Gustavo Valiente)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Gustavo Valiente)
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“Hablas de perlas, pero las perlas no forman el collar, es el hilo”, escribió Gustave Flaubert en una carta del 31 de enero de 1852 a su amante Louise Colet cuando iba a empezar a escribir Madame Bovary.

Hablar del caso Koldo se ha quedado ya muy pequeño. Es habitual en nuestro insalubre microclima político que los gobiernos duraderos padezcan episodios más o menos escandalosos, que brotan de los espacios subterráneos de la política en los que oscuros personajes anudan fidelidades igualmente oscuras; o bien de un tropiezo grave de alguien que, aun habitando en la superficie, no midió las consecuencias de sus actos.

Los casos singulares operan como tormentas de verano: son torrenciales pero breves. Para superarlos, suele bastar con reforzar los muros de la fortaleza, apretar las filas, responder al ataque atacando, desplegar un par de maniobras de distracción y esperar que amaine el temporal. En muy raras ocasiones la borrasca se lleva por delante alguna cabeza de rango menor, pero son daños colaterales, solo hay que asegurarse de que el sujeto sacrificado se sienta compensado y no cunda la inquietud en el subsuelo. La amnesia social completa la terapia.

Cosa bien distinta es cuando las bombas caen de forma incontenible y se crea el llamado “efecto racimo”, los casos se concatenan y la fuerza expansiva de cada uno alimenta la de los demás. Hechos aparentemente inconexos en su origen se asocian en su efecto tóxico, creando una cadena de consecuencias para la que no existe antídoto conocido. Ha aparecido el hilo que, engarzando las perlas sueltas, crea el collar (más bien, la soga).

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Europa Press/Madero Cubero)

En nuestra historia democrática este fenómeno atmosférico destructivo se desató en dos ocasiones anteriores. La primera fue entre 1993 y 1996, con la sucesión de escándalos de corrupción que comenzó con un director de la Guardia Civil llevándose millones en fajos de billetes envueltos en bolsas de plástico y culminó con el gobernador del Banco de España empitonado por un turbio asunto financiero. Al terremoto de la corrupción se añadieron los daños catastróficos producidos por el estallido judicial en diferido del asunto de los GAL y por un cisma político en la cúpula del PSOE.

La segunda vez fue durante el período de Rajoy, con la emergencia de una trama de larguísima duración ligada a la financiación ilegal del PP, con el epicentro en un despacho oscuro de Génova, 13 y ramificaciones en varias administraciones públicas gobernadas por ese partido. La cosa comenzó con la publicación de unos mensajes imprudentes (“Sé fuerte, Luis”) y culminó, cinco años después, una moción de censura. En ese caso, la cólera social se hizo volcánica por la concurrencia de las noticias sobre el pillaje político con una crisis económica demoledora y unas políticas de ajuste difícilmente soportables para millones de personas.

Ambos siniestros dejaron un reguero de víctimas políticas y desembocaron en un cambio de Gobierno. En ambos casos, el partido y el Gobierno que sufrieron la avalancha perdieron por completo el control de la situación, y cada torpeza precedió a una torpeza mayor. Es un patrón de conducta conocido: se empieza negándolo todo, luego se intenta aislar el foco del incendio, a continuación se lanza una rociada de ataques a la desesperada rescatando los pasados escándalos del rival, más adelante vienen los dicterios contra los medios y la impugnación de los jueces y, a partir de cierto momento, se van entregando cabezas, esperando inútilmente saciar así a la jauría.

El síntoma inequívoco de descomposición es cuando atruena el silencio de quienes deberían socorrerte. Por ejemplo, regresando a 2024, el del partido acompañante de Yolanda Díaz (que nunca termina de fundarse); y más aún el de los socios independentistas en vísperas de sus elecciones. Aunque en las filas socialistas nadie se atreve a levantar la voz, comienza a extenderse entre la tropa la pegajosa sensación de que este comandante en jefe puede llevar a todos más allá del borde del precipicio.

El 9 de junio llegarán las elecciones europeas. Pertenece al género fantástico esperar que el diluvio de lluvia ácida que se ha desatado sobre la Moncloa amainará antes de esa fecha. Alberto Núñez Feijóo estuvo ayer donde Alsina y, por primera vez desde su fracaso de julio del 23, dio la sensación de disponer de algo parecido a un plan. En lugar de cebarse con la última perla o soltar una catarata de interjecciones y adjetivos, en tono deliberadamente contenido y sin abandonar el perfil institucional, mostró el hilo que hilvanará el collar con el que se propone asfixiar a Sánchez.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, replica al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en el Congreso de los Diputados. (EFE/Mariscal)
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En esta ocasión, el hilo son los nombres que aparecen en todos los escenarios del crimen y la naturaleza íntima de su relación con el fundador del sanchismo. Aparentemente, poco deberían tener que ver entre sí asuntos tan dispares como las compraventas fraudulentas de mascarillas durante la pandemia, los rescates de dos compañías aéreas en apuros (Air Europa y Plus Ultra) o la extrañísima aparición clandestina de madrugada en el aeropuerto de Barajas de la vicepresidenta de Venezuela, cargada con 40 maletas de contenido y paradero desconocidos -a las que, al parecer, hay que añadir otro centenar de paquetes procedentes del mismo país, trasladadas a España por un avión de la compañía aérea en bancarrota (Plus Ultra) que, inmediatamente después de la entrega, fue salvada por el Gobierno español con el dinero de los contribuyentes-.

El caso es que los periodistas de investigación van reconstruyendo poco a poco cada uno de esos episodios y, sorpresivamente (¿o no?), en todos ellos aparecen de forma recurrente los mismos personajes. Se reconstruyen sus biografías y el elemento común es un vínculo ancestral -en algún caso, familiar- con el actual presidente del Gobierno, que se remonta a un tiempo anterior al día en que emprendió la aventura de conquistar el poder, primero en su partido y después en el país.

El hilo que se apretará progresivamente en torno al cuello de Sánchez consiste en instalar en la sociedad la existencia de una trama corrupta, conocida y consentida por el jefe del PSOE y del Gobierno, compuesta por un grupo de personas que lo han acompañado desde tiempo inmemorial en su trayectoria política y personal.

Foto: El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (Europa Press/H. Bilbao) Opinión
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El relato contiene tres peligros existenciales. El primero es su verosimilitud (lo que no equivale necesariamente a veracidad) y la firme disposición de al menos la mitad del país de darlo por cierto. El segundo, la extensa gama de escenarios en los que puede desplegarse por entregas sucesivas: por supuesto los medios informativos, pero también las redes sociales, la comisión de investigación en el Senado (por la que pasarán todos los presuntos implicados, incluidos el propio Sánchez y su cónyuge); y finalmente, los tribunales de Justicia, a los que cualquiera puede ser llamado como testigo previo juramento de decir la verdad. Máxima atención entonces a los posibles perjurios, que hay muchas ganas de revancha por lo que ocurrió en el 18.

Como ocurrió en las dos temporadas anteriores de la serie Grandes Escándalos. Españoles, al incendio de la corrupción se añaden otros aún más peligrosos y dañinos. Uno es la autoamnistía que Sánchez ha pagado a los independentistas catalanes como precio por permanecer en la Moncloa, con un expresidente del Gobierno -asociado a su vez a la dictadura venezolana- como auténtico factótum de la negociación (el diplomático salvadoreño siempre fue una liebre falsa). Otro -ligado al anterior-, el choque frontal del ejecutivo con el Poder Judicial, con el Senado y con el inmenso poder territorial del PP, organizado en formación de combate. Y como telón de fondo, la creciente reticencia, próxima al hartazgo, de las autoridades de la Unión Europea respecto a lo que viene sucediendo en España.

Mientras tanto, ¿quién gobierna en España? El Gobierno de Sánchez ha consumido sus primeros meses traficando con Puigdemont y tratando de contener el incendio de la corrupción. El problema de partida es que se aceptaron unas condiciones en las que la única forma viable de estar en el Gobierno es renunciar a gobernar, y nada indica que esto sea transitorio.

“Hablas de perlas, pero las perlas no forman el collar, es el hilo”, escribió Gustave Flaubert en una carta del 31 de enero de 1852 a su amante Louise Colet cuando iba a empezar a escribir Madame Bovary.

Pedro Sánchez Amnistía
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