Una Cierta Mirada
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Puigdemont hizo presidente a Sánchez, y Sánchez hará 'president' a Puigdemont
El 'expresident' numeró una a una sus conquistas de los últimos cien días y en cada una de ellas su voz y su rostro mostraban el doble orgullo de someter a su antojo al Gobierno
• "Que el primer ministro de un Estado miembro de la Unión Europea haya sido investido gracias a un acuerdo negociado y firmado fuera de su país es la primera muestra de la excepcionalidad de la etapa que hemos abierto".
• “Hemos sentado al Gobierno de España en un espacio de negociación en Suiza, con mediación internacional. Algo que nunca nadie pensó que pasaría. Sin mediación internacional no me habría reunido con el PSOE, ni con el PP, ni con ningún partido español”.
• “Ellos saben que no hemos renunciado a nada, que no lo haremos, y que mantenemos la legitimidad y la legalidad del referéndum y de la declaración de independencia” (Se refiere al referéndum y la declaración de independencia de 2017). Respecto a los del futuro:
• “Intentar acordar un referéndum de autodeterminación es la primera opción. Es tan posible como era la amnistía. Pero si la vía de la negociación no da frutos o se alarga estérilmente, nosotros no renunciaremos a asumir la plena independencia”.
Puede decirse más alto, pero no más claro. Carles Puigdemont enumeró una a una sus conquistas de los últimos cien días y en cada una de ellas su voz y su rostro mostraban el doble orgullo de someter a su antojo al Gobierno de España y demostrar cuán inútiles y pardillos han sido los de ERC. Su larguísima pero impactante alocución podría resumirse así: He tenido que regresar yo, único presidente legítimo de Cataluña, para que el independentismo deje de postrarse ante Sánchez y sea Sánchez quien se postre ante nosotros. Ahora, hagan el favor de apartarse y devuélvanme el trono que me arrebataron.
No fue el discurso de presentación de un candidato electoral; ni siquiera puede tomarse como un mitin de campaña. Fue el de un presidente destituido ilegítimamente, reclamando la vara de mando que le corresponde por derecho natural para reiniciar y completar la tarea que tuvo que dejar a medias hace seis años. Fue el discurso de un caudillo que regresa para ponerse de nuevo al frente de su pueblo y conducirlo al fin a la tierra prometida de la independencia; una proclama con claras resonancias gaullistas y cuidados toques de tarradellismo: “La institución de la Presidencia de la Generalitat no podía regresar de forma vergonzante, tenían que darse las circunstancias adecuadas”.
Las “circunstancias adecuadas” para resucitar a un personaje que hace un año parecía destinado al basurero de la historia no las ha creado Puigdemont, sino la adicción al poder de Pedro Sánchez, dispuesto a sacrificar cualquier lealtad -empezando por la lealtad constitucional- y pagar facturas que serían inasumibles para alguien responsable por el afán de esnifar unas dosis más de su droga favorita. El 22 de julio de 2023, Carles Puigdemont no era nadie, apenas un espectro del pasado, y su partido enfilaba el camino de la liquidación. Esa misma noche, Sánchez le vendió su alma y lo convirtió en el individuo más poderoso de España.
En el pecado llevará la penitencia. Estas elecciones de Cataluña son tan cómodas para él como meterse en una piscina de pirañas: ningún resultado le beneficia y el que más problemas le crea es que gane su caballo.
Si Puigdemont regresa a Cataluña (lo que probablemente hará en la última semana de la campaña para convertir la votación del 12-M en un plebiscito), será para restituirse presidente de la Generalitat al frente de una nueva coalición secesionista y someter al Gobierno de España a una segunda y doble extorsión: la económica (una financiación privilegiada para Cataluña pactada bilateralmente, reventando los mecanismos de reparto equitativo de los recursos en un Estado descentralizado) y la política (un referéndum de autodeterminación, sáquelo usted de donde pueda igual que ha sacado la amnistía).
Si Sánchez, en un inesperado gesto de dignidad, rechazara el chantaje, perdería de golpe todos los apoyos nacionalistas y se quedaría desnudo en el Congreso. Si lo acepta quizá le permitan seguir una temporada más en el poder, pero levantará tal oleada de indignación y agravios en el resto de España que dejará al país aún más descoyuntado de lo que está y a los fragmentos que queden de su partido abocados a una larguísima travesía del desierto. Como de lo primero se derivaría un daño inmediato para él y de lo segundo un destrozo mediato del procomún, elegirá lo segundo.
Por mucho que repugnen el orador y lo que representa, hay que admitir que Puigdemont pronunció ayer el discurso político más potente -también el más claro- que se ha escuchado en España en los últimos años. Con la restitución como concepto vertebrador de la pieza, trazó un relato preciso y descarnado de lo que sucede en la política española y de lo que se propone hacer cuando recupere el poder en Cataluña. Parece difícil combinar tanto delirio con tanta verdad, pero lo consiguió. Quizá porque la realidad resulta delirante.
En su soflama no ahorró un solo correazo a sus adversarios. Presentó al presidente del Gobierno de España como un carterista al que es sencillo vaciarle la cartera mostrándole un polvo blanco con aroma de poder personal. Maltrató sin piedad a sus rivales de ERC, presentados como pazguatos en la negociación con Sánchez y completamente ineptos en la gestión de gobierno (como si él hubiera sido Churchill). Los señaló como culpables de la división del independentismo y les ofreció displicentemente, como vía de expiación, que se incorporen como subalternos a un nuevo proceso secesionista bajo su liderazgo providencial. En pura tradición pujolista, despreció olímpicamente al PSC, presunto ganador estéril de la elección del 12-M. Se sabe de sobra que ningún partido nacionalista osará prestar sus votos para hacer president a Salvador Illa, al que se le va poniendo cara de Inés Arrimadas en la elección del 17 -o quizá de Reventós en 1981- . Y no tuvo una sola palabra buena ni mala para la derecha española: no juegan en su liga y, además, siempre le complace dejar aleteando la idea de que, si Sánchez se porta mal, llegado el caso tampoco le importaría cargárselo aliándose con Feijóo.
No es difícil que Puigdemont sea el próximo presidente de la Generalitat
Para blindar aún más la pieza, excitó las bajas pasiones del personal planteando un clásico: el agravio frente a Madrid. No a Madrid como representación de España, sino específicamente a la capital, a la que identificó inequívocamente como el rival a batir en el saqueo de los recursos comunes y como insólita beneficiaria de todos los favores de un Gobierno central dispuesto a cubrir de oro a Madrid con tal de hundir en la miseria a Cataluña. Fue la parte que peor le quedó, pero imagino la estupefacción de Ayuso, que cabalga sobre el discurso exactamente inverso.
No es difícil que Puigdemont sea el próximo presidente de la Generalitat. No necesita quedar el primero, aunque no cabe descartar que la descarga emocional de su regreso y la torpeza de sus adversarios obren ese milagro. Por lo demás, le basta con asegurarse de que la investidura de Illa es inviable (lo que resulta un juego de niños) y situarse en la cabeza del bloque nacionalista, con una sólida ventaja sobre ERC. A los de Junqueras no les quedaría otra que maniobrar a la desesperada para repetir las elecciones (lo que seguramente les reportaría una dura represalia electoral en la repetición) o doblar la cerviz y aceptar los camarotes destinados a la tropa en la nueva singladura capitaneada por el president regresado del exilio.
Está por ver el efecto del discurso de Puigdemont sobre el alicaído ánimo de la grey separatista, pero es posible que a unos cuantos de ellos, deseosos de volver a creer, este sermón de la montaña les haya acelerado el corazón.
Realmente, da gusto disfrutar de reconciliaciones como esta.
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