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Ignacio Varela

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Puigdemont solo asegura la continuidad de Sánchez si él es presidente de la Generalitat con un Gobierno de coalición independentista. Asegura también la ruptura si el PSC "hace un Collboni" para arrebatarle la presidencia

Foto: El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont. (Reuters/Albert Gea)
El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont. (Reuters/Albert Gea)
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Se ha dicho, con razón, que los socios de Sánchez son más claros y fiables que Sánchez, que ha hecho de la mendacidad una forma de vida. Por eso conviene escucharlos con atención: al contrario de lo que pasa con el presidente, casi siempre sucede lo que ellos dicen que sucederá.

Quien haya seguido con atención las declaraciones públicas de Carles Puigdemont desde aquella proclama del 5 de septiembre en la que especificó sus condiciones para hacer posible la investidura de Sánchez sabe que en su discurso cohabitan tres atributos raramente concordantes. Es tortuoso y a ratos fantasioso, incluso delirante. Es sofisticado desde el punto de vista táctico: el contenido está cocinado a fuego lento y la expresión medida. Y es transparente: deja las maniobras de engaño y distracción para sus subalternos, pero Puigdemont no miente ni oculta sus intenciones.

De todo ello hay material abundante en la exhaustiva entrevista de más de 7.500 palabras que Puigdemont concedió al diario independentista 'El Nacional', publicada en dos entregas el pasado fin de semana. Lo menos que puede decirse es que el texto no tiene desperdicio. Leerlo íntegramente y con atención analítica es imprescindible para conocer mejor al personaje: su visión de sí mismo y de la misión que se atribuye, sus obsesiones y, sobre todo, su planteamiento estratégico ante las próximas elecciones catalanas y sus posibles resultados. Vamos por partes, necesariamente resumidas:

El exilio y el retorno

Puigdemont adopta una tonalidad que evoca clarísimamente a Tarradellas cuando habla de su fuga en 2017 y de su próximo regreso. Rodea ambas circunstancias de un vocabulario épico y trascendente muy alejado de la realidad de un gobernante irresponsable y cobarde que, después de meter a su país en un lío monumental, salió de naja para no hacerse cargo de sus actos.

Foto: Carles Puigdemont presenta su candidatura. (EFE/David Borrat) Opinión
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Él lo presenta de modo triunfal: “Hemos conseguido impedir que el presidente de la Generalitat fuera esposado y enviado a una prisión española”. Admitamos que la afirmación es objetivamente cierta.

Puigdemont se atribuye, durante los años de su fuga, la alta misión de “preservar el valor simbólico de la presidencia de la Generalitat”, una institución secular de rancio abolengo “que no es una presidencia de una comunidad autónoma ni de una región europea”. Connota que otros podían ir a la cárcel y después negociar un indulto vergonzante, pero él no podía hacerlo sin deshonrar la majestad de su cargo. “El Estado español me propuso un indulto, y yo lo rechacé (…) Lo que no haría nunca sería negociar para mí ventajas tipo indulto, a cambio de rendir la institución de la Generalitat. Eso no lo habría hecho nunca yo”. Omite añadir que, para obtener un indulto, antes tendría que haber sido apresado, procesado y condenado, como quienes, se deduce, consintieron en rendir la institución de la Generalitat para obtener una ventaja personal. No es este el único reproche cargado de veneno que dedica a sus rivales de ERC, junto con una llamada imperativa a reconstruir la unidad del independentismo bajo su augusta presidencia (“sin unidad, sin restaurar en una misma mesa la conversación que nos llevó a octubre de 2017, no podremos hacer nada”).

Foto: Carles Puigdemont en un acto. (Europa Press)

Precisamente por el estatus excepcional que cree poseer, afirma que “por dignidad institucional, no puedo ser el jefe de la oposición” -como si hubiera algo indigno en esa función-. “”No sé qué harán Illa o Aragonès, pero es que ellos no están en las mismas condiciones que yo”. Él no se ve como un candidato, sino como el dueño de una finca exhibiendo su título de su propiedad.

El relato se tiñe aún más de providencialismo al hablar de su inminente retorno. Cuenta que tiene a un equipo trabajando en la escenificación del retorno “como un acto de país, también de unidad independentista (…) un acto de gran trascendencia y de gran relevancia más allá de Catalunya y de España”. Por ello, "queda descartado que sea un acto vinculado a mi campaña electoral". Tal como lo pinta, sería una especie de Diada vinculada a Su Persona.

El advenimiento se producirá en el Parlament exactamente el día del Pleno de la investidura, “porque tiene que haber una continuidad con el lugar de donde salimos”. Me fui como presidente y como presidente regresaré, parece querer decir el mesías, tratando a quienes le sucedieron en el cargo (también investidos en el Parlament tras unas elecciones) como meros interinos o realquilados.

Su situación judicial

A partir de ahí, fantasea con “una detención en directo”, que lo sería de un presidente recién elegido (más bien, restablecido) por un Parlamento democrático. Pero se siente bastante seguro de su situación judicial: “¿Puede ser que me arresten? Puede ser, pero estarían obligados a soltarme. Incluso en caso de que (la amnistía) quede suspendida porque se presente un recurso ante el TJUE o ante el Constitucional, la ley se tiene que aplicar en relación a las medidas cautelares”. Con razón admite que “no estaría yo hoy aquí hablando con usted si no fuera por Gonzalo Boye”.

La amnistía

Hemos arrancado a España una cosa que no querían de ninguna manera. La amnistía era el tabú, era el demonio. Es una victoria política que hemos sudado y la hemos arrancado de las manos del Estado español. Claro está que esto no es suficiente”. Una vez más, tiene razón en los hechos y desmiente el cuento chino del bolañismo. Acompañemos esta constatación de una cristalina declaración de principios: “Lo que más me ha afectado (durante el exilio) no ha sido el luchar ante España o confrontarme con España, eso a mí me ha motivado. Cada vez que España pone una dificultad, un problema, un persecución, un espionaje, a mí eso me motiva; y creo poder presentar ya una hoja de servicios muy contundente de resistencia ante los ataques de España”. Del individuo que así se expresa depende hoy el Gobierno de España. No hay más preguntas, Señoría.

Puigdemont y el Gobierno de Sánchez

La sofisticación táctica aparece cuando se le pide que analice los escenarios poselectorales y cómo afectarán a la estabilidad del Gobierno de Sánchez. Aquí es preciso hacer un ejercicio de hermenéutica porque el discurso se vuelve deliberadamente espeso. Pero, descomponiendo las piezas, puede distinguirse la hoja de ruta:

Foto: El candidato de JxCAT y expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. (EFE/David Borrat) Opinión
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a) Si del 12 de mayo sale una mayoría parlamentaria del independentismo, Puigdemont no contempla otro desenlace que su investidura presidencial. Por supuesto, no considera (ni la entrevistadora le pregunta por ello) la hipótesis de que ERC lo rebase y tenga que ser él quien vote a Aragonès. A partir de ahí, hablaría con todos: con Sánchez de presidente a presidente, en el Palau de la Generalitat o en la Moncloa (“quizá tiene que haber alguna otra antes, fuera de foco, quizás”). Con Feijóo, ¿por qué no? (“Nuestro objetivo no es decidir quién gobierna España ni hacer un frente de izquierdas en España. España decidirá lo que quiera, nosotros vamos a defender Catalunya ante quien esté, y si un día los españoles deciden que es el señor Feijóo, como si fuera otro, negociaríamos con ellos, claro que sí”). Incluso con el Rey, porque “lo normal sería que los jefes de Estado se reunieran entre ellos”.

b) Si, habiendo una mayoría independentista, ERC decidiera formar un tripartito de izquierdas con el PSC y los comunes, se denunciaría como una traición a la patria y se pondría en revisión la relación con ambos: con ERC y con el PSOE.

c) Si no hubiera una mayoría independentista y de resultas de ello gobernara Illa, “no hay nada que decir. Nosotros, también legítimamente, decidiremos” (es decir, reabriremos la negociación con Sánchez), con la salvedad de que, en ese caso, “no seré yo quien conduzca la negociación con el PSOE, serán otras personas”.

Foto: El secretario general de Junts, Jordi Turull, la periodista Marcela Topor, y el 'expresident' Carles Puigdemont, ayer en Edna. (EP/Glòria Sánchez) Opinión

d) Lo que produciría la quiebra fulminante de la mayoría sería que alguien cayera en la tentación de “hacer un Collboni”. Este es el titular de la segunda entrega de la entrevista: “Si Illa hace un Collboni, ya sabe cuáles son las consecuencias para Pedro Sánchez”. Eso pasaría por un pacto para investir a Illa que contara con el apoyo directo o indirecto del PP.

En resumen: Puigdemont solo asegura la continuidad de Sánchez si él es presidente de la Generalitat con un gobierno de coalición independentista (“con Illa no hay nada que negociar desde el punto de vista de la investidura”). Asegura también la ruptura si el PSC “hace un Collboni” para arrebatarle la presidencia. Y deja abiertos los demás escenarios para decidir según su conveniencia.

Eso sí, deja en el aire un último recordatorio: “Nosotros no hemos comprometido la estabilidad de la legislatura, no hemos comprometido con el voto a la investidura el apoyo a los presupuestos como otros sí han hecho. Nosotros hemos dicho explícitamente que negociaremos caso a caso, nombramiento a nombramiento, ley a ley. Y creo que ya se han dado cuenta de cuál es nuestra metodología, si no lo sabían”.

Lo que es una forma poco disimulada de repetir el lema de esta legislatura: Pedro, date preso.

Se ha dicho, con razón, que los socios de Sánchez son más claros y fiables que Sánchez, que ha hecho de la mendacidad una forma de vida. Por eso conviene escucharlos con atención: al contrario de lo que pasa con el presidente, casi siempre sucede lo que ellos dicen que sucederá.

Carles Puigdemont
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