Una Cierta Mirada
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Cada victoria nacionalista es un respiro para Sánchez
Hoy Euskadi está un poco más lejos de España y España un poco más fuera de Euskadi. Lo que, al parecer, es una gran noticia para el partido de Sánchez
No por esperado deja de ser trágico el resultado de las elecciones vascas. El 66% de los votantes repartió sus apoyos entre dos partidos nacionalistas de vocación secesionista y nula convicción constitucional. Casi la mitad de ellos respaldó a la sigla que administra el legado político de ETA. Esas mismas fuerzas coparon tres de cada cuatro asientos en el nuevo Parlamento: una mayoría aplastante, más que sobrada para hacer lo que les dé la gana en cuanto decidan concertarse entre sí para algún fin que, por definición, no podrá ser bueno para España.
Los dos partidos de ámbito nacional, teóricamente encargados de sostener el armazón del Estado común, sumaron un raquítico 23% de los votos y tan solo obtuvieron uno de cada cuatro escaños. Por su parte, la llamada eufemísticamente “izquierda a la izquierda del PSOE” (cuántas revueltas para no decir simplemente extrema izquierda), enfangada en una reyerta suicida, prosiguió su resuelta marcha hacia el infierno: un solitario escaño para Sumar (que no cesa de restar) y cero patatero para los restos de Podemos, que hace pocos años ganó unas elecciones generales en Euskadi.
Ya quisieran algo parecido para sí los nacionalistas catalanes. Si algún día alcanzaran dos tercios de los votos y tres cuartos de los escaños en su Parlamento, no habría quien los parara en su designio rupturista. Como no habrá quien pare a los nacionalistas vascos el día que decidan aunar sus fuerzas. Un día que llegará inexorablemente, como inexorable es que Bildu sobrepase al PNV y tome más pronto que tarde el liderazgo de las operaciones en el campo nacionalista, que se expande abrumadoramente al mismo tiempo que se encanija el espacio visible de la España constitucional en el País Vasco.
No soy capaz de comprender desde qué punto de vista puede sentirse satisfecho con este resultado un constitucionalista español, sea de derechas o de izquierdas. Creíamos tener un problema serio en Cataluña —sin duda lo tenemos—, y resulta que donde más avanzado está el proyecto de desarticulación del Estado es en el País Vasco.
Comprobado que, en el marco de la Unión Europea, es prácticamente imposible sacar a Cataluña y Euskadi de España, los nacionalistas han decidido sacar a España de sus respectivos territorios. El resultado de esta votación revela que la erradicación progresiva de todo lo que huela a España está mucho más avanzada en el País Vasco que en Cataluña. Entre otros motivos, porque los nacionalistas vascos —sus dos facciones, pero especialmente la heredera de ETA— han demostrado ser mucho más inteligentes estratégicamente que sus correligionarios de Cataluña.
Se dice que hay socialistas contentos con este resultado y que Sánchez es uno de sus beneficiarios. El motivo no puede ser el esmirriado desempeño de un Partido Socialista cada vez más alejado de aquel que solo se conformaba con ganar; aficionado, por el contrario, a remar a favor de sus aliados nacionalistas en sus territorios y exhibir una colección de medallas de bronce como si fueran de oro.
Se dice que, al quedar satisfechos tanto el PNV como Bildu (el primero porque seguirá gobernando en Euskadi e influyendo en Madrid y el segundo porque desde hoy influirá mucho más en Madrid y sabe que gobernar en Euskadi es cuestión de no mucho tiempo), la mayoría sanchista se asegura seguir a flote una temporada y, además, el PSE será admitido como comparsa en el Gobierno vasco.
Hay que estar ciego para no ver que el Partido Socialista perderá todo interés y utilidad para los nacionalistas el día que Sánchez salga de la Moncloa y lo que quede del PSOE después de su mandato (si es que queda algo) se vea abocado a una larguísima travesía del desierto. Hay que estar despistado o ensoberbecido para no percatarse de que los nacionalistas no son ya compañeros de viaje del PSOE, sino al revés: el PSOE se ha convertido en el compañero de viaje de los nacionalistas en su labor destituyente. Trabajó para consolidar al BNG como alternativa de poder en Galicia, ha trabajado en Euskadi para que tanto Bildu como el PNV alcancen sus objetivos y celebrará que en Cataluña se recomponga la alianza nacionalista, sacrificando al PSC si es necesario por no poner en peligro el apoyo de alguno de sus aliados necesarios, sea ERC o Junts.
Resulta asombroso el alborozo con que el candidato del PSE celebra una subida del 0,6% respecto a un resultado mediocre en 2020, mientras sus socios en el Gobierno central se desploman y entregan votos a mansalva a Bildu, como en Galicia se los entregaron al BNG. El poder de Sánchez ha llegado a tal punto de precariedad que su proyecto político y electoral consiste básicamente en que los nacionalistas se vean recompensados y prosperen en sus propios territorios.
El PNV ha salvado el pellejo por los pelos (quizás hayamos asistido a su última victoria electoral, la más pírrica que se recuerda) y Bildu ha obrado el milagro de ser el partido más extremista de Euskadi y, a la vez, el más transversal. En la superficie todo seguirá igual, con un Gobierno de coalición del PNV con el PSE. Pero la corriente de fondo se ha agitado como nunca tras esta votación. No solo por la validación moral de los herederos de ETA a cambio de nada. También y sobre todo porque, a partir de ahora, se aplicará tajantemente el principio de la bilateralidad confederal en la relación del Gobierno Vasco con el Estado, lo que es contrario a la letra y el espíritu de la Constitución y radicalmente opuesto al modelo federal que los socialistas dicen defender. En el horizonte, un desguace por piezas de la Constitución de 1978 sin necesidad de tocar formalmente ni uno de sus artículos. Como escribieron Levitski y Ziblatt en su célebre libro, así mueren las democracias en el siglo XXI.
Tampoco tiene motivo de orgullo el Partido Popular, que, desde que le tocó el gordo de la lotería en las elecciones municipales y autonómicas de mayo del 23, se acomodó en la nadería y no pierde ninguna oportunidad de perder oportunidades. Tras una campaña tan inexplicablemente inane como todas las recientes, obtener en Vizcaya dos escaños de 25 y en Guipúzcoa uno de 25 no es lo que se espera de un partido que pretende gobernar en España.
Lo pintoresco de esta elección es que el PNV, 125 años después, ha regresado a sus orígenes. Sabino Arana lo fundó como un partido bizkaitarra y así quedó tras el recuento. En Álava y sobre todo en Guipúzcoa, Bildu lo apalizó a placer. Aunque el resultado y el auxilio del PSE (dos viejas glorias en apuros) le permitan seguir aferrado a Ajuria Enea, sus días como fuerza hegemónica del nacionalismo vasco están contados.
Lo serio es la clase de demencia senil que parece haberse apoderado del oficialismo: olvido selectivo de lo que pasó hace nueve años (la existencia de ETA) y memoria de elefante, igualmente selectiva, para lo que pasó hace 90 (la guerra civil).
Y lo dramático es que hoy Euskadi está un poco más lejos de España y España un poco más fuera de Euskadi. Lo que, al parecer, es una gran noticia para el partido de Sánchez. Quizá lo sea: hace tiempo que el interés de ese partido y el de España dejaron de converger.
No por esperado deja de ser trágico el resultado de las elecciones vascas. El 66% de los votantes repartió sus apoyos entre dos partidos nacionalistas de vocación secesionista y nula convicción constitucional. Casi la mitad de ellos respaldó a la sigla que administra el legado político de ETA. Esas mismas fuerzas coparon tres de cada cuatro asientos en el nuevo Parlamento: una mayoría aplastante, más que sobrada para hacer lo que les dé la gana en cuanto decidan concertarse entre sí para algún fin que, por definición, no podrá ser bueno para España.
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