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La carta de Sánchez: no es una reflexión, es un desafío
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Ignacio Varela

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La carta de Sánchez: no es una reflexión, es un desafío

La carta de Sánchez es algo más que una maniobra de distracción. Es victimista y, a la vez, pendenciera. Contiene una advertencia, un desafío y, en último término, una declaración de guerra

Foto: Un simpatizante participa este miércoles en una manifestación en apoyo al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)
Un simpatizante participa este miércoles en una manifestación en apoyo al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)
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Cuando Sánchez anuncia que va a reflexionar, hay que prepararse para lo peor. Basta leer la proclama difundida ayer para comprender al instante que nada está más alejado de su intención que renunciar a su cargo. No existe en ella la menor señal de contrición, reflexión honesta sobre su situación o simple preocupación por el prestigio de la institución que encarna.

Por el contrario, la iracundia impostada que traspira la detestable gramática del texto (lo que me hace pensar que proviene de su puño y letra) delata la vocación de patear el avispero con fines transparentes: cubrir a su señora convirtiendo las sospechas sobre sus andanzas mercantiles en una guerra política, provocar en su campo un cierre de filas beligerante en torno a Su Persona cortando de raíz cualquier tentación crítica, elevar la polarización del país a un nivel máximo de temperatura emocional y, sobre todo, producir un señalamiento intimidatorio contra los medios de comunicación, los jueces y los partidos de la oposición.

Foto: Posible dimisión de Pedro Sánchez, última hora en directo

El mensaje es inequívoco: a partir de ahora, cualquiera que hable de Begoña para cualquier cosa que no sea defender su pureza virginal será considerado fascista y deberá atenerse a las consecuencias. El manto protector se extiende al entorno inmediato del presidente, presuntamente implicado en diversos grados en manejos oscuros durante la pandemia.

Más allá de las derivaciones tácticas y estratégicas, lo primero que contiene el manifiesto es una exigencia irrestricta de impunidad para hoy y para el futuro. En su intención, nadie podrá sugerir -mucho menos, investigar o perseguir- un posible comportamiento irregular en el espacio del pedrismo sin recibir un anatema fulminante y sin que el honrado pueblo sea llamado a prender fuego a los herejes en la plaza pública (algo de eso veremos este sábado en la calle Ferraz).

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados este miércoles. (Europa Press/Jesús Hellín)

La carta de Sánchez es algo más que una maniobra de distracción (aunque también es eso). Es victimista y, a la vez, pendenciera. Contiene una advertencia, un desafío y, en último término, una declaración de guerra. Es un intento psicótico de convertir un caso de posible corrupción en una cruzada política que divida tajantemente el espacio público en dos campos: el de los fieles y el de los infieles, siendo la adhesión inquebrantable a Pedro y Begoña la línea divisoria entre unos y otros.

La letra y el espíritu del documento son más propios de un caudillo populista latinoamericano que de un primer ministro democrático europeo. Un gobernante nórdico (o, sin ir tan lejos, portugués), ante la presencia de sospechas fundadas sobre la limpieza de la actuación de su cónyuge y de varios colaboradores íntimos, puede considerar que esa circunstancia no es compatible con su permanencia en el cargo. Si tal fuera el caso (que obviamente no lo es), Sánchez habría pedido audiencia al jefe del Estado, le comunicaría su dimisión, haría una declaración pública y se pondría en marcha el mecanismo constitucional de una nueva investidura.

Pero no ha hecho nada de eso, ni tiene la menor intención de hacerlo. Por el contrario, su histriónico aspaviento remite más a lo que se espera de personajes como Donald Trump, Cristina Kirchner o López Obrador que a lo que hizo hace unos meses António Costa o a lo que haría, por ejemplo, la primera ministra de Dinamarca por menos de la mitad de lo que aquí ha salido a la luz hasta el momento.

Sánchez señala sin disimulos a los agentes del mal. Para empezar, los medios que considera desafectos. Se refiere en concreto a dos de ellos. ¿Por ser, como él dice, ultraderechistas? No nos hagas reír, Pedro. El Confidencial se ha ganado el honor del señalamiento presidencial por publicar información veraz sobre las actividades de Begoña Gómez, que resulta ser la mujer del presidente del Gobierno -lo que, por sí mismo, confiere a la información un indudable interés público-. Subrayo: informaciones, no acusaciones. No se encontrará en este medio nada que no sea un relato de hechos contrastados y respaldados documentalmente. En esta casa se sabe de sobra lo que en la Moncloa se ignora: que las imputaciones delictivas corresponden exclusivamente a los jueces.

Por cierto, en el relato de los hechos no se han incluido las amenazas que nuestros directivos han recibido en las últimas semanas, de viva voz, por parte de altos responsables de la presidencia del Gobierno.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una imagen de archivo. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez) Opinión
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No nos engañamos: El Confidencial es un medio importante, pero no tanto como 'The New York Times' y 'The Washington Post' cuando Donald Trump también los señaló como la anti-América en términos similares a los usados por Sánchez. Es obvio que no se trata solo de amedrentar a este periódico, sino de lanzar una advertencia terminante a toda la galaxia mediática. Al parecer, los medios informativos tienen cinco días de plazo para decidir de qué lado de la trinchera se sitúan. La única respuesta honorable a esa conminación es no escucharla y seguir practicando el periodismo libre y no mercenario.

El segundo enemigo, infinitamente más peligroso, es el Poder Judicial, con el que Sánchez mantiene un contencioso permanente desde que decidió asociarse a los responsables de la insurrección institucional de 2017 en Cataluña. El rasgo común de todos los gobiernos populistas del planeta es su afán de someter a los medios y a los jueces, y este no se priva de ninguna de las dos cosas.

El factor desencadenante de la carta furiosa del presidente ha sido que un juez de instrucción ha abierto diligencias previas en torno a la actuación de su señora. Me apresuro a enfatizar que “diligencias previas” no significa nada en términos de culpabilidad. Begoña Gómez tiene tanto derecho a gozar de la presunción de inocencia como cualquier otro ciudadano español, y haría bien la oposición si se contuviera a la hora de dar por hechos delitos que, por el momento, nadie ha probado.

Foto: Foto: Europa Press/Eduardo Parra. Opinión
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Se comprende que resulta sumamente enojoso para un primer ministro pasar meses con su cónyuge sometida a una investigación judicial por cosas tan feas como tráfico de influencias y corrupción en el ámbito privado. Especialmente tratándose de un presidente que no ha vacilado en decapitar a estrechos colaboradores por mucho menos que eso y que tiene por costumbre pisotear sistemáticamente la presunción de inocencia de sus adversarios. Precisamente por eso, estaría justificado que la reflexión que Sánchez anuncia sobre su permanencia en el cargo fuera sincera. Pero a estas alturas el personaje es demasiado conocido como para albergar cualquier ilusión al respecto. Y si alguien dudara, el tono desafiante de su escrito desengaña a los biempensantes más pertinaces.

Hoy nadie en España piensa que Pedro Sánchez esté pensando seriamente en dejar el poder. Más bien se espera (él espera) la escenificación de una irracional oleada aclamatoria acompañada de un diluvio de injurias contra los infieles; y, a partir del lunes, un nuevo salto en la confrontación cainita que ha convertido la política española en un muladar.

No soy yo quién para prejuzgar si Begoña Gómez cometió o no algún delito, ni siquiera si su comportamiento fue éticamente dudoso o estéticamente impropio de la mujer del presidente del Gobierno. Pero de algo estoy seguro: aunque todo se demostrara judicialmente, lo que a ella se le imputa es de menor cuantía en comparación con la vesania cismática de su marido, dominado por un apetito desordenado de poder cuya calificación clínica corresponde a otros especialistas y dispuesto a provocar que el único medio siglo de convivencia civilizada del que hemos disfrutado los españoles sea un paréntesis en nuestra historia.

En todo caso, si Sánchez dimite el lunes, me como mi sombrero.

Cuando Sánchez anuncia que va a reflexionar, hay que prepararse para lo peor. Basta leer la proclama difundida ayer para comprender al instante que nada está más alejado de su intención que renunciar a su cargo. No existe en ella la menor señal de contrición, reflexión honesta sobre su situación o simple preocupación por el prestigio de la institución que encarna.

Pedro Sánchez
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