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La pregunta de Aragonès y la radiografía de las dos Cataluñas
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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La pregunta de Aragonès y la radiografía de las dos Cataluñas

No tendría inconveniente en aceptar un referéndum con la pregunta de Aragonès con una sola condición: que el voto fuera obligatorio y se garantizara la participación del censo completo

Foto: Junqueras, Aragonés y Vilagrà en un mitin de ERC. (Europa Press/Kike Rincón)
Junqueras, Aragonés y Vilagrà en un mitin de ERC. (Europa Press/Kike Rincón)
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Concluido el cuestionario preelectoral en Cataluña, los entrevistadores de IMOP-Insights formularon a bocajarro una última pregunta: ¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente?. Obsérvese que se reproduce textualmente el texto de la pregunta que Pere Aragonès propone para un referéndum de autodeterminación.

El resultado global es claro: en este momento, el 43,4% de los catalanes declara que quiere un Estado independiente y un 50,5% declara que no lo quiere. El 6,1% restante ofreció respuestas evasivas o no se pronunció. Ni en la pregunta ni en la respuesta hay trampa ni cartón, siempre que no se adornen con circunloquios manipuladores.

La diferencia es de un 7,1% para quienes no desean un Estado independiente. Tomando como referencia el actual censo electoral, ello significa que, en un hipotético referéndum con una participación del 100% de los adultos con derecho a voto, el No a la independencia ganaría al Sí con algo más de 400.000 votos de diferencia.

Naturalmente, nunca habría un 100% de participación, salvo que se implantara para la ocasión el voto obligatorio. Ahí está el truco ventajista, la verdadera apuesta de los independentistas. Ellos saben —como sabe cualquier persona familiarizada con la cuestión— que, en una consulta de ese tipo, los partidarios de la independencia participarían masivamente y entre los no independentistas habría una abstención igualmente masiva, porque muchos de ellos rechazarían la celebración misma del referéndum. Así pues, el tablero estaría inclinado de saque hacia un lado.

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Conviene profundizar sobre las respuestas, porque la encuesta de IMOP ofrece mucha información valiosa. ¿Cómo se distribuyen los partidarios y los detractores de un Estado independiente para Cataluña?

En esto, como en casi todo, la primera variable discriminatoria es la lengua de preferencia. Cualquier encuesta seria que se realice en Cataluña comienza ofreciendo la opción de usar el catalán o el castellano. Si la ficha técnica no especifica que se ofreció esa elección, no sigan leyendo la encuesta.

Foto: Pere Aragonès, Salvador Illa y Josep Rull en un debate electoral durante la campaña de las elecciones catalanas. (EFE/Quique García)

En esta ocasión, el 52% de las entrevistas se realizó en castellano y el 48% en catalán, según la decisión de las personas consultadas. Algo normal en una sociedad naturalmente bilingüe en la que, además, hay una presencia cuantiosa de personas no nacidas en Cataluña.

Ahora bien, resulta que el idioma de preferencia es determinante para las posiciones sobre la independencia, igual que lo es para todas las demás cuestiones políticas en Cataluña.

Apareció el elefante en la habitación. La simetría inversa es estremecedora. Quienes prefieren expresarse en catalán son abrumadoramente partidarios de la independencia y quienes prefieren hacerlo en castellano, abrumadoramente opuestos. Este dato bastaría por sí solo para comprender la obsesión de los políticos nacionalistas por la cuestión lingüística.

Si aplicamos el mismo prisma a cualquier pregunta de este o de otros estudios (incluidos los comerciales), obtendríamos una partición similar. Parecería que la elección de uno u otro idioma para responder una encuesta adquiere cierto aroma de beligerancia. Ni el catalán ni el castellano están en peligro de extinción en Cataluña, pero existe información sociológica de sobra para sostener que la cuestión lingüística opera como el factor de división social, política y cultural más activo en esa sociedad.

La segunda variable significativa es la edad. Quizás alguien se sorprenda al descubrir que, pese al adoctrinamiento que supuestamente reciben en las escuelas, los jóvenes constituyen el segmento menos independentista de la sociedad catalana.

El sentimiento independentista aumenta con la edad. De hecho, solo entre los mayores de 55 años el secesionismo es levemente mayoritario. Entre los menores de 35 años, la diferencia es de 18 puntos a favor de quienes no desean dejar de ser españoles. Si se quiere reforzar esta impresión, he aquí un dato adicional: el grupo social más opuesto a la independencia son… los estudiantes. 23,5% a favor de un Estado catalán separado de España y 67% en contra.

Tercer elemento importante: el tamaño de población. El independentismo es prevalente en las poblaciones pequeñas y declina visiblemente en los grandes núcleos urbanos, en los que la diferencia a favor de seguir en España es de 16 puntos. Obviamente, aquí pesa Tabarnia: la ciudad de Barcelona y los grandes municipios de su cinturón industrial, donde existe un numeroso contingente de inmigrantes y de españoles no nativos de Cataluña en primera o segunda generación. A la luz de estos datos se entiende mejor el ramalazo xenófobo y antiinmigrante que adquiere crecientemente el discurso nacionalista, así como la emergencia en su seno de patologías extremas como la Aliança Catalana liderada por la supremacista alcaldesa de Ripoll.

El mapa adquiera aún mayor claridad, observando las respuestas en cada una de las cuatro provincias. El independentismo fracasa estrepitosamente en Barcelona y moderadamente en Tarragona, que resultan ser las dos provincias más pobladas, más mestizas social y culturalmente y más abiertas al influjo del exterior. Por el contrario, prevalece claramente en las dos provincias menos pobladas, culturalmente más homogéneas y, por así decirlo, más recluidas en su mismidad, Girona y Lleida.

El siguiente elemento a considerar es el más obvio, pero no por ello menos impactante: la estimación de voto. Previsiblemente, habrá cuatro partidos independentistas y cuatro no independentistas en el próximo Parlamento catalán. Si sumamos los porcentajes que IMOP estima para cada uno de ellos, se reproduce el empate crónico: 47,2% para los independentistas y 47,4% para los no independentistas. Más allá de los avatares y peripecias de cada sigla, así estamos desde 2015.

El impacto visual del gráfico es terrible. Si únicamente respondieran a la pregunta de Aragonés los votantes de partidos nacionalistas, la independencia de Cataluña arrasaría con porcentajes superiores al 70% (¡94% en el caso de Junts, el nuevo aliado de Sánchez!). Si, por el contrario, la pregunta se limitara a los votantes de partidos no nacionalistas, el espejo nos devolvería la imagen de un rechazo aplastante de la secesión. Y no es cuestión de posiciones ideológicas: en cada bloque hay dos partidos de izquierdas y dos de derechas, así que tanto los nacionalistas como los que no lo son tienen donde elegir dentro de su campo.

Podría añadir más datos que no harían, sino corroborar el diagnóstico. Por ejemplo, el nivel de renta. El independentismo es mayormente un asunto de clases medias acomodadas. Los pobres y quienes viven en la precariedad no quieren saber nada de largarse de España, especialmente si habitan en una ciudad populosa y no tienen ni para pagar un alquiler modesto en un barrio de la periferia.

Foto: El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, junto a Carles Puigdemont en Bruselas. (EFE/Olivier Hoslet)
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Más allá del juego de las predicciones para el 12-M, este estudio, como cualquier otra investigación rigurosa y no mercenaria que se realice sobre Cataluña, ofrece la imagen de una sociedad fracturada en dos mitades. Dividida en todos los aspectos: social y económicamente, culturalmente, generacionalmente y, por supuesto, políticamente. Esta es la obra resultante, buscada con premeditación y alevosía, de cuatro décadas y media de nacionalismo identitario en el poder.

Por lo demás, el mapa de la división entre independentistas y no independentistas es transparente: rechaza la secesión, la Cataluña urbana, joven, mestiza, cosmopolita y abierta. Y la abraza la Cataluña introvertida, que ofrece el perfil inverso. Salvada la cuestión lingüística —que en el Reino Unido no se vive en términos cismáticos— no me digan que esta fotografía no les recuerda lo que sucedió con el infausto referéndum del Bréxit.

Si no fuera por el impedimento constitucional —que para mí es manifiesto y dirimente—, no tendría inconveniente en aceptar un referéndum con la pregunta de Aragonès con una sola condición: que el voto fuera obligatorio y se garantizara la participación del censo completo. Aun sabiendo que, cualquiera que fuera el resultado de la votación, no resolvería el problema de una sociedad fracturada pertinazmente por sus gobernantes. Como en el Brexit.

Concluido el cuestionario preelectoral en Cataluña, los entrevistadores de IMOP-Insights formularon a bocajarro una última pregunta: ¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente?. Obsérvese que se reproduce textualmente el texto de la pregunta que Pere Aragonès propone para un referéndum de autodeterminación.

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