Una Cierta Mirada
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La propuesta de Puigdemont a Junqueras: frenar a Illa y salvarse juntos (Junts pel Sí)
Nos fue bien cuando competimos juntos y nos ha ido mal cuando nos hemos fracturado
Cuando apareció el avance de participación de las 18 horas, se encendieron las luces de alarma. La participación a esa hora era anormalmente baja: más próxima a la paupérrima participación pandémica de 2021 (51,3%) que a la media histórica de las elecciones autonómicas en Cataluña (62,5%). Además, un análisis somero mostraba que la abstención era notablemente intensa en las zonas de tradicional mayoría nacionalista, invirtiendo una pauta de décadas.
Es muy infrecuente el fenómeno de lo que podríamos llamar “abstención activa”, aquella que adquiere un contenido político más allá del mero desinterés. Este es uno de esos casos extraordinarios. La base electoral del independentismo ha enviado un mensaje tajante a sus dirigentes. Un mensaje de hastío, de frustración y de despecho: nos engañasteis en 2017 prometiendo lo que sabíais imposible. Habéis prolongado la estafa durante los años posteriores, vendiendo pompas de jabón. Manipulasteis nuestros sentimientos con el anzuelo de la lucha contra la represión, cuando solo buscabais arrancar en Madrid un salvoconducto de impunidad. Os habéis navajeado entre vosotros en una lucha obscena por el poder plagada de ajustes de cuentas personales. Y lo peor: durante más de una década habéis privado a Cataluña de un Gobierno merecedor de tal nombre, poniendo en su lugar comandos de agitación o de mera rapiña. La gestión de los sucesivos Govern -singularmente, este último- ha batido todos los registros conocidos de incuria y de ineficiencia.
El balance de los Gobiernos nacionalistas del pospujolismo muestra un fracaso político descomunal en la conquista del paraíso terrenal de la independencia, una sociedad envilecida por la división y un firme avance hacia la decadencia del que fue el territorio más próspero y avanzado de España. Recuerdo cuando se hablaba de Cataluña como un oasis de civilidad política que contrastaba con crispación y la discordia reinantes en la política española. Hoy sucede lo contrario: Cataluña exporta polarización sectaria al resto del país.
El resultado está a la vista: hace tres años, los partidos secesionistas celebraron con alboroto la hazaña de sobrepasar el 50% de los votos (haciendo la cuenta tramposa de incluir en la suma un partido extraparlamentario). Hoy se han quedado en el 43,2%, alojando entre ellos una excrecencia ultra que completa el menú: ya tienen en su seno un sistema de partidos completo, con extrema, derecha, izquierda y extrema izquierda.
Por su parte, las fuerzas no independentistas (cubriendo también el arco político completo) han crecido del 47,1% al 52,7. Nueve puntos y media de ventaja de los no indepes sobre los indepes, que es el eje sobre el que ha girado la política en Cataluña desde 2012, cuando Artur Mas se subió de un brinco insensato al carro secesionista para camuflar la doble catástrofe de la bancarrota económica y la corrupción galopante.
Así pues, resulta que, en la Cataluña de 2024, los nacionalistas se abstienen más que los no nacionalistas en una elección específicamente catalana y los que desean irse de España son claramente minoritarios frente a los que quieren quedarse. Observen la simetría: 53-43 es la relación electoral entre el bloque no independentista y el independentista y 52-43 es la relación entre quienes en las encuestas se declaran opuestos a que Cataluña sea un Estado independiente y los partidarios de la secesión.
El empate crónico se ha deshecho, y un somero análisis de los datos muestra que una buena parte de quienes acostumbraban votar indepe han renegado de sus líderes y lo han hecho por el procedimiento expeditivo de ignorar sus llamadas al voto y quedarse en casa. Otra parte ha saltado el muro por la parte menos espinosa. En las elecciones generales de 2023, cerca de 400.000 votantes de ERC en 2019 se pasaron al PSC. En esta ocasión, los estudios poselectorales mostrarán una transferencia de unos 200.000 votos del partido de Junqueras al de Illa.
Es notable que, descendiendo ERC 7,6 puntos, Puigdemont solo haya subido 1,6 respecto a su resultado anterior. Además de la derrota contundente del independentismo como bloque, otro asunto resuelto en esta elección es el de la hegemonía en el espacio nacionalista. Finalmente, Puigdemont se impuso a Junqueras: el fugado venció al encarcelado. Y lo hizo apelando a lo que llaman el gen convergente, sacando a pasear al patriarca y al santoral entero de la Convergència que él mismo destruyó.
Demasiado poco y demasiado tarde. Carles Puigdemont no será presidente de la Generalitat con este Parlamento, y eso salen ganando España y la racionalidad política. Le sobraron los 100.000 votos de Aliança Catalana (como en 2021 los del PdeCAT) y le faltó el coraje para plantarse en Barcelona. Cuando se hace una campaña mesiánica se espera que el mesías aparezca, no basta que se quede emboscado al otro lado de la frontera. En frase que tomo prestada de Rafa Latorre, entre su jefe de campaña y su abogado prefirió hacer caso a su abogado (¿o acaso ambos eran la misma persona?). Puigdemont fue un gobernante de pega y ha demostrado ser un mesías de guardarropía, un impostor por sus cuatro costados.
Luego está el eterno juego de establecer quién ganó y quién perdió. Depende del criterio que se use. El mío es que gana quien alcanza su objetivo inicial y pierde quien no lo consigue (por eso es tan importante acertar al fijar el objetivo).
El objetivo de Illa era ser presidente de Cataluña y, de momento, es el único candidato viable: objetivo provisionalmente cumplido. El del PP era resucitar, salir del pozo y superar de largo a Vox, y también lo logró. Los populares reconquistan el cetro de la derecha españolista en Cataluña y pasan de 3 a 15 diputados sin quitar un solo voto o escaño a Vox. Quizá esto sirva a sus dirigentes nacionales para sacarse de encima la obsesión de que solo pueden prosperar disputando el territorio de la extrema derecha.
Paradoja: ganaron los dos grandes partidos españoles, los que pactaron el 155. Ninguno de los demás competidores cumplió su objetivo inicial.
Y ahora, ¿qué? El panorama inmediato -del mediato ya hablaremos- está bastante más claro de lo que se esperaba. Solo hay dos desenlaces viables:
El primero es que Salvador Illa sea investido presidente con los votos victoriosos de su partido y los perdedores de los comunes y de ERC, aunque se forme un gobierno gemelo al de España y los de Junqueras se queden fuera, salvando lacara mediante un pacto de legislatura que versaría sobre bilateralidad estricta de aire confederal, financiación privilegiada y algún compromiso más o menos vaporoso sobre el referéndum.
El segundo es que ERC se pliegue al tratado de paz que le propuso Puigdemont en su alocución de la noche electoral. Ignoro de dónde sale la interpretación de que Puigdemont reclamó a Sánchez que obligue al PSC a hacerlo presidente. A mí me parece que fue cristalino, y su único destinatario era Junqueras o quien mande a partir de ahora en ERC: nos fue bien cuando competimos juntos y nos ha ido mal cuando nos hemos fracturado. Una vez despejado quién es aquí el líder, os ofrezco una vía para que ambos salvemos la cara y el poder: no os embarquéis con Illa, porque os machacaremos. Forcemos la repetición de elecciones y reinventemos aquel Junts pel Sí que nos llevó a la gloria. Solo así evitaremos que los españoles se hagan con el poder en Cataluña y, sobre todo, solo así nos perdonarán los indepes que hoy nos han aplicado una durísima abstención de castigo.
En cuanto a Sánchez, es lógico que enarbole la victoria del PSC como propia. Si un dirigente político no se muestra satisfecho cuando su partido gana claramente unas elecciones, ¿cuándo lo hará? Si le complace alardear de que este resultado es el fruto de su genialidad política, no seré yo quien pierda el tiempo discutiéndoselo. Y si se siente personal y políticamente reforzado, está en su derecho.
Queda sin resolver el hecho objetivo de que los secesionistas han salido de esta elección más débiles que nunca en Cataluña, pero más poderosos que antes en el Congreso de los Diputados. Y que tratarán de compensar su derrota en su territorio elevando el chantaje sobre el Gobierno de España. En todo caso, mejor eso que el bochorno nacional de cerrar el ciclo siniestro del 'procés' con la reposición triunfal de Puigdemont en la presidencia de la Generalitat.
Cuando apareció el avance de participación de las 18 horas, se encendieron las luces de alarma. La participación a esa hora era anormalmente baja: más próxima a la paupérrima participación pandémica de 2021 (51,3%) que a la media histórica de las elecciones autonómicas en Cataluña (62,5%). Además, un análisis somero mostraba que la abstención era notablemente intensa en las zonas de tradicional mayoría nacionalista, invirtiendo una pauta de décadas.