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"Somos menos" (a cualquier cosa llaman resistir)
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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"Somos menos" (a cualquier cosa llaman resistir)

Me pregunto qué se entiende por resistir, más allá de un juego más o menos hábil de las expectativas en el campo de la propaganda

Foto: El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, tras ejercer su derecho a voto. (Europa Press/Eduardo Parra)
El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, tras ejercer su derecho a voto. (Europa Press/Eduardo Parra)
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La aportación de Pedro Sánchez al pensamiento político contemporáneo quedará plasmada para la historia en dos frases: la primera, “NO es NO”, la grabó en piedra en el otoño de 2016 y expresó la voluntad del entonces joven líder socialista de instalar al PSOE -y con él, al país- en la confrontación bipolar irrestricta y cerril.

La segunda frase definitoria la pronunció en la noche electoral del 23 de julio de 2023: “¡Somos más!”, proclamó desde el balcón de Ferraz. Obviamente, no se refería a su partido, que acababa de perder unas elecciones generales. Con aquel “somos más”, Pedro Sánchez trascendió su condición de dirigente partidario y se ungió como líder de un conglomerado de partidos (de izquierdas y de derechas, nacionalistas y no nacionalistas, constitucionales y anticonstitucionales) carentes de un proyecto compartido salvo el de cerrar el paso al Partido Popular.

De la liquidación del consenso fundacional del régimen del 78 (“No es no”) a la instauración del bibloquismo como método de conquista y retención del poder (“Somos más”). En medio, ocho años de parálisis con el impulso reformista del país agostado en el pantano de la bronca binaria y la corrosión institucional.

Ambos productos, fusionados en uno, nacieron en el laboratorio ideológico de Pablo Iglesias, que formuló el axioma de que, si se compactaba en una alianza duradera a todas las ramas de la izquierda y a todos los nacionalismos disgregadores, ese bloque resultaría imbatible y ello garantizaría el poder durante varias décadas. El sanchismo como constructo político no es otra cosa que el modelo estratégico de Iglesias llevado a la práctica por el PSOE de Sánchez, pasando por la demolición política del propio Iglesias y de su partido.

Foto: Sánchez en un mitin de la campaña de las europeas. (EP/Lorena Sopêna) Opinión

Apostar por el frentismo como principio estratégico en la lucha por el poder tiene dos consecuencias: se abandona la vocación mayoritaria autónoma, puesto que se deposita la conquista de la mayoría en el bloque y no en el partido. Y en la competición electoral, te haces dependiente del resultado que obtengan tus compañeros de viaje, que resulta tan importante (en ocasiones, más) que el de tu propio partido.

El invento sanchista funcionó mientras la acreditada solidez electoral del PSOE fue compatible con resultados decentes de sus socios. Pero llegó el momento fatal en que el Partido Socialista solo puede mantenerse a flote asfixiando electoralmente a sus aliados. El PP y Vox siguen siendo el enemigo de referencia hasta el delirio, pero los adversarios reales (aquellos con los que disputas directamente los votos) están en el campo propio.

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Las elecciones generales de 2023 fueron a la vez la última conquista y el último suspiro del modelo. Para que el PSOE se mantuviera a duras penas en la zona del 30% fue necesario someter, fragmentar y jibarizar a su acompañante en el Gobierno, detraer centenares de miles de votos de los nacionalistas -singularmente de ERC-, poner al PNV en máximo peligro y subir al carro al socio más peligroso, el carlista Puigdemont dispuesto a humillar a su nuevo deudor (que no aliado), que le pidan perdón por sublevarse contra el Estado y lo restituyan en la presidencia de la Generalitat. Solo Bildu se beneficia de una asociación que lo exonera de su pasado siniestro y le sirve en bandeja el poder en Euskadi más pronto que tarde.

La contradicción se ha hecho palmaria: para mantener su coalición de poder, el PSOE renunció a ser el primer partido de España y ahora considera un gran éxito perder por poco; pero para perder por poco necesita vampirizar a sus compañeros de bloque, lo que debilita a este y lo hace inútil para el objetivo de retener el poder. El resultado de las elecciones europeas ha hecho visible la quiebra del modelo.

Pedro Sánchez no hizo acto de presencia en la noche electoral del 9-J porque, ateniéndose a su lógica de hace un año, tendría que haber admitido que “ya somos menos”. Con un resultado como este, su investidura actual sería totalmente inviable aunque lograra retener de su lado a todos los que apoyaron su investidura anterior -que es mucho suponer-.

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El PSOE resiste” es un espejismo que la mayoría de los medios (incluido este que me acoge) han comprado en sus titulares. Me pregunto qué se entiende por resistir, más allá de un juego más o menos hábil de las expectativas en el campo de la propaganda.

Si se admite que lo ortodoxo es comparar una votación con la anterior de su misma naturaleza (elecciones europeas de 2019), el PSOE ha perdido más de dos millones de votos y no ha sido capaz de hacerse con ninguno de los escaños adicionales que correspondieron a España (de 54 a 61). Se dirá que esa pérdida se debe al diferencial de participación, pero resulta que, con el mismo diferencial, su principal adversario ha ganado casi un millón y medio de votos y diez diputados en el Parlamento Europeo. Si pasar de ganar por 13 puntos a perder por cuatro es resistir, que venga Dios y lo vea.

Si se toma como heterodoxo punto de comparación la última votación de ámbito nacional (generales de 2023), la desventaja del PSOE respecto al PP ha pasado de 300.000 a 700.000 votos. ¿Qué alguien hizo creer que la distancia sería mayor? Será problema de quien esparció la especie y de quienes la creyeron, pero ese retroceso en tan solo 11 meses se parece poco a lo que yo considero resistir. De hecho, con esa diferencia hoy estaría en la Moncloa Feijóo y no Sánchez.

Foto: Pedro Sánchez, este lunes, con otros miembros de la dirección del PSOE. (PSOE/Eugenia Morago)

(Por otra parte, hay que descontar la comprobada “minusvalía genovesa”: usted hace una encuesta el día de la convocatoria electoral, resta tres puntos de lucro cesante al PP por campaña manifiestamente incompetente y clava el resultado final).

Con todo, quizá lo más grave para el partido de Sánchez sea la distribución territorial del voto. Acostumbrado durante décadas a volar con dos motores (Andalucía y Cataluña), el primero ha colapsado para mucho tiempo y hoy los socialistas dependen desesperadamente de los votos del PSC para aparentar eso que llaman “resistir”. Si mi futuro electoral en España dependiera de eso, preguntaría, como en el chiste de Eugenio: “oiga, ¿hay alguien más?”.

La cuenta de daños del ciclo electoral 23-24 no es menor: una pérdida masiva de poder territorial, un Gobierno en minoría incapaz de sacar adelante una ley, una vicepresidenta dimitida de su propio partido y un Sumar en desbandada, el PNV y ERC con el agua al cuello, Puigdemont amenazando con dinamitar el chiringuito e Iglesias incubando la venganza, un rebrote del procés en el Parlamento de Cataluña con Salvador Illa en el alambre, un conflicto monumental con el Poder Judicial… y lo de Begoña.

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“Dulce derrota” y “amarga victoria” fueron términos que Alfonso Guerra inventó en 1996 para vestir una derrota por la mínima (aquella sí) tras trece años y medio en el Gobierno. Detrás de aquella “dulce derrota” vinieron ocho años de Gobierno de José María Aznar. Les diré algo personal: he vivido en la cocina de más de cincuenta campañas electorales. Si en todas ellas hubiera podido escoger entre una derrota dulce y una victoria amarga, no tengo duda de lo que habría elegido. Lo demás es propaganda, que forma parte de la política, pero no es lo mismo.

Ciertamente, el PSOE ha demostrado disponer de cinco millones de personas dispuestas a votarlo en cualquier circunstancia y haga lo que haga, algo que ningún otro partido tiene en Europa occidental. La capacidad de adherencia emocional de esa sigla, que roza el ámbito de lo místico, es extraordinaria y merece ser estudiada a fondo por los eruditos. Está por ver lo que suceda cuando el taxidermista que hoy lo dirige concluya su trabajo. Quizá lo que escribió Cervantes: “Caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese… y no hubo nada”.

La aportación de Pedro Sánchez al pensamiento político contemporáneo quedará plasmada para la historia en dos frases: la primera, “NO es NO”, la grabó en piedra en el otoño de 2016 y expresó la voluntad del entonces joven líder socialista de instalar al PSOE -y con él, al país- en la confrontación bipolar irrestricta y cerril.

Pedro Sánchez
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