Es noticia
Un Gobierno para vegetar
  1. España
  2. Una Cierta Mirada
Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

Por

Un Gobierno para vegetar

La pregunta pertinente no es si es posible vegetar en el Gobierno y bobear en la oposición hasta que el enemigo se parta la crisma en una curva, sino si es deseable para el procomún

Foto: El ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)
El ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Que alguien que se sienta en el Consejo de Ministros afirme públicamente que con los presupuestos de 2023 se vive divinamente en el Gobierno y que no hay inconveniente alguno en permanecer así durante cuatro años -o los que sea menester- solo puede interpretarse como una exhibición de analfabetismo constitucional o, alternativamente, de infinita desfachatez. En el caso de Óscar Puente no es necesario elegir una de las dos hipótesis porque el personaje reúne generosamente ambas condiciones.

Es claro que la babosada no se le ha ocurrido al inefable ministro. Él solo repite, siempre de la forma más zafia posible, lo que escucha a sus jefes. De hecho, en las próximas semanas esa tesis se convertirá progresivamente en doctrina oficial. Primero la repetirán hasta la náusea los voceros gubernamentales. Después se extenderá a sus terminales mediáticas y la veremos desarrollada en columnas, editoriales y tertulias. Incluso aparecerán sesudos catedráticos de la cosa (de cualquier cosa) avalándola académicamente. Al contrario del de García Márquez, este coronel en jefe siempre tiene quien le escriba al servicio de la causa.

Lo único que nos libraría de la pegajosa chorrada de que sin presupuestos se vive mejor sería que, por el camino, alguien encontrara algo que convenciera a Puigdemont de que los vote. Debería ser algo carísimo y, por venir de donde viene, nocivo para España, porque la relación del PSOE con los independentistas funciona como la inflación: en cada ocasión en que hay que comprar sus votos, los precios se ponen por las nubes y los pagan el país y el Estado de derecho. La investidura de Sánchez costó una ley de amnistía, la de Salvador Illa la promesa de un concierto económico para Cataluña y vaya usted a saber lo que valdría el apoyo de Junts a los presupuestos. No quiero imaginar la escalada inflacionaria que traería consigo la cuestión de confianza que reclaman la oposición y algunos colegas.

Pero si Puigdemont, tras embolsarse el botín, salvara in extremis el presupuesto, la doctrina voltearía en un santiamén. Atronarían timbales y trompetas para anunciar al mundo la hazaña prodigiosa lograda por el Gobierno progresista y los presupuestos que hoy se desprecian como un objeto superfluo y prescindible pasarían a ser una conquista histórica, pieza esencial de la gobernabilidad y garantía de progreso y bienestar para todos y todas. La elasticidad argumental del sanchismo es inabarcable.

Produce cierto rubor tener que escribir sobre el abecedario, pero recuerdo que en mi primera clase de derecho político me explicaron que, en las democracias parlamentarias, la existencia y posterior subsistencia de un Gobierno está necesariamente ligada a su capacidad para obtener y después mantener la confianza del Parlamento. A falta de ese requisito, la base de sustentación del Gobierno quiebra y hay que dar paso a otro que sí obtenga esa confianza o, en su defecto, convocar a los ciudadanos a elegir otro Parlamento. La segunda lección fue que la máxima expresión de la confianza o desconfianza del Parlamento en el Gobierno es la aprobación o rechazo de las cuentas del Estado, que contiene un significado político muy superior a su mera funcionalidad contable. Subrayar esto es como tener que explicar a un profesional del fútbol que no se puede meter goles con las manos, pero a ese grado de mistificación ha llegado la política española.

Por eso, que el primer ministro de una democracia parlamentaria anuncie (en un discurso leído) que está dispuesto a gobernar con o sin el respaldo del poder legislativo es una de las cosas más subversivas que se han escuchado en Europa en las últimas décadas. Y no sé qué es más escandaloso: que un Sánchez desatado muestre al desnudo su alma de autócrata o que demócratas largamente acreditados digieran y den por bueno el disparate por el único motivo de que proviene del campo propio.

Tras el argumento que el Gobierno dicta y Puente cacarea existe algo más que una adulteración de la lógica constitucional. Ciertamente, el mecanismo de la moción de censura constructiva bloquea en la práctica cualquier alternativa parlamentaria al actual Gobierno. Pero la situación de minoría y/o de chantaje permanente en la que este se encuentra bloquea también su posibilidad de gobernar efectivamente. La consecuencia es que se condena al Parlamento, al propio Gobierno y al país entero a vegetar tanto tiempo como esa situación se prolongue.

Si se lo propone, Pedro Sánchez puede quedarse en La Moncloa hasta el último día de la legislatura. No hay forma legal de desalojarlo, salvo una sentencia judicial que lo inhabilitara (lo que, por hoy, no está en el horizonte). Pero será un presidente ornamental e inoperante, incapaz de desarrollar una acción de gobierno que merezca tal nombre, de emprender cualquier reforma importante y de abordar eficazmente -no sólo retóricamente- los problemas del país. Un presidente y un Gobierno autocondenados a estar por estar durante tres años largos. Mejor dicho, a estar con el único propósito de que no estén otros. En la circunstancia actual, Pedro Sánchez y su Gobierno solo sirven como tapón: su función y su programa consisten estrictamente en ocupar los sillones mientras sea legalmente posible para impedir que los ocupe el adversario (incluyendo en el concepto a otros de su partido).

El caso es que para mucha gente eso es suficiente, y ello ayuda a comprender ciertos apoyos que Sánchez conserva, que de otra forma serían inexplicables. Así como la mayoría de los votos que se emitieron en las elecciones de julio del 23 tuvieron una motivación negativa, de oposición más que de adhesión, existen amplios sectores de la sociedad dispuestos a sostener a Sánchez, aunque no haga nada salvo subastar el Estado por piezas, si con ello cierran el paso a Feijóo (o a “la derecha y la ultraderecha”, según el vocabulario del oficialismo). Como hay otros dispuestos a respaldar a Feijóo, aunque no crean en él, si con ello consiguen sacar a Sánchez del poder.

Foto: Sánchez reúne a todos sus diputados y senadores. (EFE/Javier Lizón) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Hagan juego: tic tac o "Gobierno para rato"
Antonio Casado

En ningún lado de la trinchera electrificada en que se ha convertido la política española existe algo parecido a un proyecto de gobierno que busque ofrecer soluciones a la vez viables y deseables y con vocación auténtica de conseguir el respaldo de una mayoría social. En Ferraz y Moncloa cuentan usurariamente cuánta gente sigue dispuesta a deglutir cualquier guiso condimentado con cianuro con tal de que no gobierne la derecha. En Génova, hasta dónde debe hacerse llegar la cólera antisanchista para que salgan los números, sin pensar ni poco ni mucho en el día después. Unos se sienten satisfechos ejerciendo de tapón y otros solo esperan que alguna vez funcione el sacacorchos.

La pregunta pertinente no es si es posible vegetar en el Gobierno y bobear en la oposición hasta que el enemigo se parta la crisma en una curva (los hechos demuestran que es posible), sino si es deseable para el procomún. Me preocupa la cantidad de personas que parecen pensar que, si les garantizan que el de enfrente se descrisme, España irá bien.

Que alguien que se sienta en el Consejo de Ministros afirme públicamente que con los presupuestos de 2023 se vive divinamente en el Gobierno y que no hay inconveniente alguno en permanecer así durante cuatro años -o los que sea menester- solo puede interpretarse como una exhibición de analfabetismo constitucional o, alternativamente, de infinita desfachatez. En el caso de Óscar Puente no es necesario elegir una de las dos hipótesis porque el personaje reúne generosamente ambas condiciones.

Presupuestos Generales del Estado Pedro Sánchez
El redactor recomienda