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Para qué sirve el congreso de un partido autocrático
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Para qué sirve el congreso de un partido autocrático

Sánchez ha procedido al desmontaje programado de todos los mecanismos de control, de contraste y de elaboración colectiva de las decisiones anteriormente existentes en el PSOE

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el pleno celebrado este jueves en el Congreso. (EFE/Javier Lizón)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el pleno celebrado este jueves en el Congreso. (EFE/Javier Lizón)
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Probablemente, en este momento Pedro Sánchez esté arrepentido de haber elegido estas fechas para convocar el sedicente 41 congreso del Partido Socialista (digo sedicente porque en 2024 varios conceptos de ese enunciado son cuestionables, si no resueltamente caducos). Quizá tomó la decisión sin prever -o subestimando- la concatenación de circunstancias adversas que hoy se ciernen sobre la organización que dirige y sobre el Gobierno que preside. Hasta el punto de que el espectáculo aclamatorio programado para este fin de semana, por mucho confeti y luces de colores que lo adornen, tiene todas las papeletas para resultar fallido.

Asistiremos a un mitin de tres días a mayor gloria de un líder tan ensoberbecido como esquilmado en su crédito, pero el lunes nada habrá cambiado en la política española a causa de ese congreso. Ni el Gobierno habrá recuperado un gramo de fuerza, ni el PSOE dispondrá de una hoja de ruta para el país distinta del manual de resistencia, ni la confusa coalición que lo sostiene será menos precaria ni, sobre todo, se habrá evaporado la pesadísima carga de la corrupción. La única diferencia de este congreso con los anteriores de la era sanchista es que en esta ocasión será preciso un esfuerzo suplementario de impermeabilización para garantizar que ni una gota de la realidad penetre en el recinto.

Pedro Sánchez tenía un año para fijar la fecha del congreso y eligió la más temprana posible. Ninguna de las interpretaciones de esa decisión -ni siquiera las fabricadas por la propagada oficialista- remite a la situación o las necesidades de España. Las versiones más generosas aluden al deseo de fijar en piedra, como doctrina oficial, la migración ya consumada desde la socialdemocracia al ideario y al vocabulario de los populismos. Otros han hablado de preparar el terreno para proceder a la enésima purga de quienes, dentro del aparato de poder, no muestran entusiasmo suficiente en la adhesión inquebrantable al régimen; como si Sánchez necesitara congresos para cortar cabezas a placer.

Personalmente, creo que el móvil prevalente de la decisión fue despejar el calendario. Dejar libre lo que queda de legislatura para afrontar en cualquier momento unas elecciones generales, asegurando previamente la jefatura del partido durante cuatro años más para Sánchez o para quien él decida, cualquiera que sea el dictamen de las urnas.

Foto: El jefe del Ejecutivo, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal) Opinión
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Resulta enternecedora la convicción de que una derrota electoral del PSOE que le haga perder el Gobierno conllevará automáticamente la desaparición del escenario político de Pedro Sánchez y la liquidación voluntaria y pacífica del sanchismo. Si costará que desaloje Moncloa por las buenas, sacarlo de Ferraz será una tarea hercúlea y, con toda probabilidad, cruenta; y de conseguirse, lo que quedará después será un campo de ceniza y un edificio en ruinas. Sánchez y su producto político, que no es otra cosa que un modelo de ejercicio del poder concebido como un fin en sí mismo, alberga una firme vocación de unidad de destino en lo universal; y jamás contempla, como hace la cultura democrática, la hipótesis de su propio final o de una alternancia sosegada. No en el Gobierno y mucho menos en su partido, del que ha tomado posesión con la voluntad de hacer de ello un hecho irreversible. De ahí que, a medida que se aproxime el final, la crispación bipolar alimentada desde el poder y secundada por la oposición crecerá hasta la exasperación. Quien crea que ya se ha visto lo peor del sanchismo, que se siente y espere a lo que está por venir.

Lógicamente, un modelo político como ese exige la previa transformación de una organización democrática en autocrática. Creo que fue Trotski quien formuló el axioma: dime cómo es tu organización y te diré cuál es tu ideología. Sánchez ha procedido al desmontaje programado de todos los mecanismos de control, de contraste y de elaboración colectiva de las decisiones anteriormente existentes en el PSOE. También puede hablarse de una desorganización metódica, entendida no como desorden sino como extirpación del entramado orgánico para dejar en pie únicamente el mando unipersonal del secretario general y, por debajo de él, un conjunto informe de oficiales serviles y la llamada “militancia” -así, en singular-. Ha tenido una década para construirse un partido a su medida y no puede negarse que lo ha logrado.

Foto: Pedro Sánchez, entre Cristina Narbona y Santos Cerdán, en una reunión de la Ejecutiva del PSOE. (Europa Press/Carlos Luján)

En él, los órganos antiguamente decisorios (congresos, comités federales, ejecutivas, etc.) quedan como objetos ornamentales que se exhiben cuando conviene, siempre que a nadie se le ocurra tomarlos como lugares donde ensayar el debate libre, mostrar la discrepancia o simplemente intercambiar ideas distintas. Los llamados críticos lo entendieron tan bien que ni siquiera lo han intentado.

En ese contexto se entiende mejor lo sucedido con Juan Lobato. Un episodio menor en una organización militarizada, como es la decapitación sumarísima de un político igualmente menor (tanto en lo social como en lo orgánico), que repentinamente ha adquirido una resonancia pública no esperada a causa de un movimiento en falso del subalterno en vísperas de la fiesta mayor. Bastantes problemas tiene Sánchez con la familia (en el sentido doméstico del término y también en el cinematográfico) para que un pigmeo amenace con disputarle el protagonismo en su carísimo homenaje. Imaginar la llegada de Lobato al recinto del congreso tras haber declarado ante un juez, dando una rueda de prensa multitudinaria y predicando honor y tolerancia es mucho más de lo que alguien como Sánchez está dispuesto a consentir. Nunca sabremos la naturaleza de la intimidación que ha sufrido en estos días el pobre Lobato para resignarse a poner sumisamente la cabeza bajo la guillotina.

En una organización autocrática de raíz plebiscitaria, no hay un colectivo de dirigentes de distinto nivel que interactúen desde esa condición y se respeten como tales. Existe un único centro de mando y los demás son meros delegados de la autoridad en los territorios, una especie de gobernadores civiles de los que no se esperan ideas propias, sino disciplina y eficacia en el cumplimiento de las órdenes.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso. (EFE/Chema Moya) Opinión
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Si Lobato hubiera razonado como un verdadero dirigente del Partido Socialista (pongamos un Leguina, un Rodríguez de la Borbolla, un Rodríguez Ibarra o tantos otros), quien se habría jugado la cabeza sería la cortesana del gabinete monclovita que osó instruirle sobre lo que debía hacer en el parlamento autonómico; aún más cuando la instrucción era potencialmente delictiva. En su lugar, lo que hizo fue cubrirse en lo judicial acudiendo clandestinamente a un notario y obedecer la orden política: al día siguiente, tal como se le había indicado desde Palacio, arrojó a la cara de Ayuso el famoso correo sobre su novio, quizá filtrado ilegalmente por la Fiscalía. Con ello no hizo sino precipitar la ejecución de una sentencia firmada desde hace mucho tiempo.

Lo característico de las organizaciones autocráticas es que son incompatibles con el pluralismo. Este, que es el aire que respiran las democracias y las mantiene vivas, asfixia a las autocracias y las hace fatalmente disfuncionales. Simplemente, no se lo pueden permitir. Por eso es una ensoñación pensar en un congreso del partido de Sánchez que sirva para algo más que para exaltar al líder. Si para ello hay que construir un escenario de cartón piedra y una campana neumática que lo aísle herméticamente del exterior durante tres días, se hace. Habrá quien disfrute la función o, al menos, sienta algún consuelo más o menos místico. Pero el lunes, la realidad estará esperando.

Probablemente, en este momento Pedro Sánchez esté arrepentido de haber elegido estas fechas para convocar el sedicente 41 congreso del Partido Socialista (digo sedicente porque en 2024 varios conceptos de ese enunciado son cuestionables, si no resueltamente caducos). Quizá tomó la decisión sin prever -o subestimando- la concatenación de circunstancias adversas que hoy se ciernen sobre la organización que dirige y sobre el Gobierno que preside. Hasta el punto de que el espectáculo aclamatorio programado para este fin de semana, por mucho confeti y luces de colores que lo adornen, tiene todas las papeletas para resultar fallido.

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