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Las tres némesis de Pedro Sánchez
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Ignacio Varela

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Las tres némesis de Pedro Sánchez

Dicen que, para prolongar la legislatura, Sánchez debe renunciar a gobernar. Visto lo visto, digo yo que, si lo primero es inevitable, quizás resulte preferible lo segundo

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Francisco J. Olmo)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Francisco J. Olmo)
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La mascarada del pasado fin de semana en Sevilla pifió su pretendido efecto euforizante sobre la tropa sanchista. No sólo por lo efímero de su impacto público; también porque los reflectores de pega, las pantallas inmensas proyectando una y otra vez imágenes abrumadoras del Gran Timonel y la música a todo gas no consiguieron camuflar el latido melancólico del evento, donde las sonrisas eran postizas, los gritos sonaban a lamentos (“¡Vienen a por nosotros!”) y por la pasarela desfiló una colección de sujetos y sujetas empapelados por la Justicia o en vísperas de estarlo.

Más allá de los efectos especiales para impostar entusiasmo donde se mascan la rabia y el miedo, lo más notable del momento es la desconexión abismal entre ese partido y la realidad social. Es relativamente sencillo elaborar una lista con las cuestiones de la actualidad nacional o internacional a las que obligatoriamente debería dar respuestas un partido que está en el Gobierno y pretende seguir estándolo:

La situación económica y la extraña concurrencia de un buen crecimiento del PIB con el descenso de la renta per cápita y el empobrecimiento de la población. El contraste entre el “adelanto por la izquierda” que se predica y la agudización de las desigualdades y de la pobreza infantil. La errática política de inmigración. La incapacidad para vehicular un modelo de financiación autonómica que no haga reventar las costuras del Estado. Los múltiples bloqueos institucionales provocados por la furia partidista que nos corroe. Y con carácter inmediato, la forma en que se va a sacar a la Comunidad Valenciana del agujero en que la metieron entre la DANA y la incompetencia de los gobernantes. Por otro lado, parece igualmente obligada una mirada a Ucrania y a Oriente Medio, a la triste situación de una Unión Europea que se deshace por su eje o a la inminente reaparición en la Casa Blanca del líder del nacionalpopulismo mundial.

Nada de todo eso atrae hoy la atención del partido que gobierna España. De Sevilla no ha salido ni un mensaje que tenga algo que ver con la vida de las personas (si exceptuamos a las que allí estaban), lo que explica el vasto desinterés que ha suscitado fuera de la burbuja político-mediática. Pero el problema no es un congreso fallido, es que llevamos así desde el primer día de la legislatura. Este Gobierno transmite la impresión de una nave corsaria con el casco agujereado y un incendio en la sala de máquinas, donde la tripulación entera, del capitán al último grumete, no tiene otra ocupación que achicar agua y apagar fuegos.

Foto: Montero y Cerdán en el Congreso del PSOE, en Sevilla. (Europa Press/Rocío Ruz) Opinión
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Si alguna vez existió un proyecto de gobierno para esta legislatura, pasó al olvido. Hoy la única emergencia es flotar, aunque sea sin destino conocido. Encelados en su mismidad, ni Pedro Sánchez ni ninguno de sus ministros pueden predecir en qué estarán ocupados dentro de 15 días, aunque sabemos que no será en algo que interese al presente y al futuro de España. Todo lo que se emite desde ahí es estrictamente coyuntural y autorreferencial, mezcla confusa de embestidas ciegas con impúdicas autofelaciones, y más sectarizado a medida que crecen sus agobios. Tan ocupados están en blindar el búnker que no tienen tiempo ni para recurrir a medidas demagógicas, tan abundantes en la anterior legislatura.

Los frentes abiertos son múltiples, pero tres némesis los amenazan más que ninguna otra cosa:

Foto: Pedro Sánchez en el 41 Congreso Federal del PSOE. (EFE) Opinión
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La primera némesis -o la más perentoria- es la nube oscura de la corrupción, que ha conducido a este Gobierno a declarar la guerra a la Justicia y a los medios no sometidos a su disciplina: una reacción típica de los regímenes populistas, pero no sólo de ellos. Acierta Pablo Pombo cuando subraya la similitud entre la estrategia defensiva del sanchismo y la del kirchnerismo. Pero igualmente podrían encontrarse similitudes, por ejemplo, con la figura de Nixon ante el Watergate; y el vómito de la número dos del Gobierno y del PSOE señalando al PP como un partido golpista no se diferencia del modo en que Nicolás Maduro se refiere a la oposición venezolana. Por fortuna, aquí los disidentes están protegidos por el hecho providencial de que España está en la Unión Europea y no en el Caribe.

La reacción furibunda del oficialismo ante la avalancha de casos de presunta corrupción que investigan los tribunales (me pregunto qué otra cosa deberían hacer los jueces, según Moncloa y sus voceros) nos conduce a una alternativa siniestra: o en España existe una conjura masiva de jueces dispuestos a prevaricar para tumbar al Gobierno, o el Gobierno de España se ha propuesto someter al Poder Judicial y acabar de raíz con su independencia. Dar por cierta cualquiera de las dos hipótesis tiene un efecto igualmente desestabilizador, porque ambas nos convertirían en un régimen político no homologable con las democracias europeas. No obstante, una y otra se repiten cotidianamente, a los dos lados de la trinchera, por parte de personas tan responsables por sus cargos como insensatas por su comportamiento.

Aunque todo lo demás que está en los tribunales y/o en los medios se demostrara falso (lo que resulta difícil de creer), los hechos que el Gobierno y su partido ya han admitido como ciertos son suficientemente graves para que, en la mayoría de las democracias, la posición del Ejecutivo se considere insostenible. Lo específico de este presidente es que no existe ninguna circunstancia en la que llegue a considerar que su posición en el poder es insostenible.

Foto: Pedro Sánchez durante el Congreso del PSOE. (Europa Press/J.Olmo) Opinión
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La segunda némesis del sanchismo es el avanzado estado de descomposición del conjunto de partidos que le dieron la investidura. Sumar es una colección de retales sueltos, listos para el despojo o para la absorción. Podemos sólo espera el momento de su doble venganza, contra Yolanda Díaz y contra Sánchez. ERC camina por la cuerda floja: su debilidad es casi anémica, coquetea con el cisma interno y tres gobiernos socialistas dependen de su apoyo. Puigdemont es siempre una apuesta de riesgo: sabe bien que toda su fuerza radica en mantener tenso el dogal sobre el cuello de Sánchez y, llegado el momento, dar el tirón final. El PNV vive asustado por Bildu respirando electoralmente en su nuca y, a la vez, discretamente espantado por la radicalización izquierdista del sanchismo. De tal forma que el aliado más fiel y seguro que tiene este Gobierno resulta ser el partido de los herederos de ETA.

Llegado a este punto, Sánchez se ve obligado a firmar compromisos antagónicos con unos y otros -o con los aliados y consigo mismo, como ha sucedido en Sevilla con la financiación autonómica- y ganar tiempo para incumplirlos todos, sabedor de que en ningún caso tendrá fuerza suficiente para hacer honor a su palabra.

Con todo, la peor de las némesis que se cierne sobre Sánchez es su divorcio radical con la calle. No niego que siga existiendo un numeroso contingente de electores eventualmente dispuestos, por distintas razones, a depositar en la urna la papeleta del PSOE. Pero ninguna de esas razones pasa por la adhesión personal a Pedro Sánchez, por la confianza que inspire a la población o por su crédito político, que quedó agotado hace tiempo. Es lo que sucede cuando el liderazgo se confunde con la jefatura. Es llamativo cómo este presidente llegó al poder presentándose como un trasunto de Bartlet (El Ala Oeste de la Casa Blanca) y la cosa ha terminado como una fotocopia de Frank y Claire Underwood, coprotagonistas de House of Cards. Sin embargo, cuanto más se deteriora su figura, más insiste su partido en enfeudarse a su persona. Ellos sabrán lo que hacen.

Dicen que, para prolongar la legislatura, Sánchez debe renunciar a gobernar. Visto lo visto, digo yo que, si lo primero es inevitable, quizás resulte preferible lo segundo.

La mascarada del pasado fin de semana en Sevilla pifió su pretendido efecto euforizante sobre la tropa sanchista. No sólo por lo efímero de su impacto público; también porque los reflectores de pega, las pantallas inmensas proyectando una y otra vez imágenes abrumadoras del Gran Timonel y la música a todo gas no consiguieron camuflar el latido melancólico del evento, donde las sonrisas eran postizas, los gritos sonaban a lamentos (“¡Vienen a por nosotros!”) y por la pasarela desfiló una colección de sujetos y sujetas empapelados por la Justicia o en vísperas de estarlo.

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