Es noticia
El orden mundial en quiebra y España en la inopia
  1. España
  2. Una Cierta Mirada
Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

Por

El orden mundial en quiebra y España en la inopia

Resulta enternecedor -y a la vez enervante- el asombro con que en estos días se constata que el orden internacional ha saltado por los aires y que Estados Unidos ha dejado de ser nuestro paraguas y, probablemente, nuestro aliado

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters/ Kevin Lamarque)
El presidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters/ Kevin Lamarque)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Arriesgando una reprimenda de Rubén Amón -cuyo artículo de ayer sobre el orgullo de ser europeo comparto íntegramente-, no se me ocurre una forma más clara de explicar el alcance de la quiebra del orden mundial que recurrir a una de esas hipérboles históricas cuyo abuso denuncia Amón en su último libro (lo que también comparto). Pero toda norma tiene su excepción y esta podría ser una de ellas.

En mayo de 1940, la Alemania nazi estaba a punto de ganar la guerra. Hitler se había apoderado prácticamente de toda Europa salvo del Reino Unido, que resistía en solitario. Hitler había anudado un pacto de no agresión con la Unión Soviética de Stalin. Los Estados Unidos no querían saber nada de una guerra europea que no les concernía. El grueso del ejército británico estaba aislado y bloqueado en Dunkerque. Parecía un juego de niños que las tropas alemanas cruzaran el canal de la Mancha y culminaran su victoria en pocos días. De hecho, todos en Londres (el Parlamento, el Rey, la prensa, sus propios ministros) apremiaban a Winston Churchill a negociar la capitulación en las condiciones menos deshonrosas que pudieran obtenerse. Todos, menos uno: el primer ministro.

Salvando de antemano las evidentes diferencias del texto y el contexto, el recuerdo viene a cuento porque, en estos días críticos, no me abandona la idea de que, con un Donald Trump en aquella Casa Blanca, Estados Unidos habría tardado poco en cocinar un acuerdo con Hitler, la democracia se habría extirpado de Europa y el mundo habría quedado sometido al equilibrio entre tres imperios: el norteamericano desentendido de los valores democráticos, el alemán de Hitler y el soviético de Stalin.

Tal como hoy lo percibo, ese o uno parecido es el designio último del proyecto de Trump (probablemente compartido por Putin y Xi Jinping), del que el encuentro siniestro de Riad será un preaviso destinado a aplastar el Estado soberano de Ucrania, humillar a Europa y declarar extinguido el respeto a las fronteras de los débiles.

Foto: El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski (EFE/Necati Savas)

Estados Unidos, Rusia y China ocupan una parte sustancial de la superficie terrestre, acumulan cerca del 40% de la riqueza mundial, poseen los tres ejércitos más poderosos y los recursos tecnológicos más sofisticados y, sobre todo, controlan el 90% de las armas nucleares existentes en el planeta. En un juego de poder planteado al desnudo, eso es más que suficiente para imponer al mundo un triunvirato de condominio incontestable. Posteriormente, sometidos los pigmeos, llegará el momento de solventar, por las buenas o por las malas, las diferencias entre los gigantes.

En el último tercio del siglo XX cayó el Muro de Berlín y la democracia se impuso sobre los distintos totalitarismos. Desaparecieron numerosas dictaduras en el este y el sur de Europa, también en Latinoamérica. Desde entonces ha habido tiempo suficiente para hacer de la Europa democrática una verdadera potencia económica, tecnológica y militar a la que sea imposible despreciar, capaz de asentar su poder sobre algo más que la superioridad moral de su modelo político. No sólo desperdiciamos la ocasión a base de procrastinar y mirarnos al ombligo, sino que nos debilitamos mortalmente con la tragedia del Brexit y la irrupción corrosiva del nacionalpopulismo en nuestras sociedades.

Foto: Kubilius en una sesión del Parlamento Europeo. (EFE/Teresa Suarez)
TE PUEDE INTERESAR
¿Puede este señor 'random' hacer de Europa una potencia militar que no tema al futuro sin EEUU?
Enrique Andrés Pretel Ūla Klimaševska (Agencia ELTA. Lituania)

Desde 2020, hubo cien formas legítimas de impedir el regreso de Trump a la Casa Blanca. Al final ganó por 1,4% de votos populares. Biden y el establishment del Partido Demócrata le pusieron la victoria en bandeja tras una sucesión increíble de incurias características de las élites decadentes: los mismos vicios que en Europa están llevando a la ruina política a los partidos institucionales de la derecha y la izquierda. Este domingo nos llevaremos las manos a la cabeza cuando los neonazis se conviertan oficialmente en la alternativa de poder en Alemania, cosa predecible desde hace tiempo sin que nadie haya hecho algo efectivo por evitarlo.

Llevamos los europeos mucho tiempo advirtiéndonos de lo que haría Trump cuando recuperara el poder: entregar Ucrania a Putin, reventar el sistema comercial y utilizar los aranceles como instrumento de castigo, respaldar a las fuerzas nacionalpopulistas, interferir groseramente en nuestras elecciones, recrudecer la guerra cultural contra la democracia liberal… y sólo después del 20 enero han comenzado los ¿líderes? europeos a mesarse los cabellos porque Trump hace de Trump. La reunión de París habría estado mucho mejor convocada al día siguiente de las elecciones norteamericanas y con planes concretos sobre la mesa. No digo ya, porque sería soñar, si, además, existiera en el campo de las democracias algún liderazgo reconocido con capacidad de unirnos e infundir respeto. Resulta enternecedor -y a la vez enervante- el asombro con que en estos días se constata que el orden internacional ha saltado por los aires y que Estados Unidos ha dejado de ser nuestro paraguas y, probablemente, nuestro aliado. Más claro no han podido decirlo: “Hay un nuevo sheriff en la ciudad”.

No creo que se trate por el momento de destruir la Unión Europea: aún es un cliente demasiado valioso. Lo que se querrá es debilitarla y someterla. El mejor método para ello es dividir a sus miembros: puentear a los órganos comunes y empezar a aplicar premios y castigos selectivos.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. (Europa Press/DPA/Daniel Torok) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
La victoria de Trump, el nuevo orden global y sus orígenes
Rafael Salama Falabella

España sufrirá el trumpismo como los demás miembros de la Unión Europea. Pero como explicó claramente Ángel Villarino, si el nuevo sheriff decidiera aplicar algún escarmiento ejemplar, la España de Sánchez es el candidato número uno para que nos pongan la cara a cuadros.

El nuestro es, de lejos, el Gobierno más “zurdo” que existe en Europa (de hecho, el único con comunistas en su interior). Nuestro presidente no pierde ocasión de alardear de su izquierdismo y en varias ocasiones, antes y después de las elecciones, ha insultado personalmente a Trump, proponiéndose como líder de la resistencia, además de provocar estúpidamente a Israel y ganarse su enemistad para muchos años.

Dentro de la UE, España tiene un volumen perfecto como chivo expiatorio: ni demasiado grande, ni demasiado pequeño. Unos cuantos aranceles de castigo sobre productos esenciales, acompañados de restricciones severas en el suministro de material energético y tecnológico, resultarían funestos.

Foto: Imagen de contenedores de exportación. (EFE/John G. Mabanglo)

En la OTAN España encabeza el ranking de morosos en el gasto en defensa, y este Gobierno carece de autonomía política para comenzar siquiera a resolver el problema sin reventar por dentro. Por eso Sánchez no es que no pueda presentar los presupuestos por falta de votos, es que no quiere ni oír hablar de ello y prefiere dejar pasar el tiempo, zafando y zafando, antes que dar la cara en Bruselas o que sus socios se la partan en el Congreso. Nuestra frontera sur es explosiva, con Marruecos como aliado incondicional de USA, la inmigración descontrolada como amenaza permanente, la bomba de relojería del Sáhara occidental y, sobre todo, los caramelos de Ceuta y Melilla ahí, para quien quiera tomarlos. Si Trump es capaz de entregar a Rusia un pedazo sustancial del territorio de Ucrania sin despeinarse, no creo que, llegado el momento, le quite el sueño recompensar a sus amigos marroquíes con esas dos pequeñas ciudades.

Por si algo faltara, la extrema polarización doméstica y la tendencia irrefrenable de nuestros políticos a convertir cualquier asunto en un conflicto hispano-español impide cualquier respuesta unitaria en defensa del interés nacional. De nuestras múltiples debilidades esta es la más paralizante y destructiva, y lo saben muy bien todos aquellos que desean dañar a España.

Mientras el orden mundial se tambalea y nos pone en el ojo del huracán, este es el momento en que el presidente del Gobierno y el líder de la oposición han sido incapaces no ya de intentar un acuerdo, sino de intercambiar una palabra sobre la que puede convertirse en la mayor crisis mundial desde 1945 y constituye, desde ya mismo, una amenaza existencial para la Unión Europea. La sesión del miércoles en el Congreso fue una fotocopia deprimente de las doscientas anteriores. Por una vez, en los bares y hogares españoles se habla con preocupación de la situación en el mundo. En donde no se habla es en el Parlamento. Seguimos en la inopia.

Arriesgando una reprimenda de Rubén Amón -cuyo artículo de ayer sobre el orgullo de ser europeo comparto íntegramente-, no se me ocurre una forma más clara de explicar el alcance de la quiebra del orden mundial que recurrir a una de esas hipérboles históricas cuyo abuso denuncia Amón en su último libro (lo que también comparto). Pero toda norma tiene su excepción y esta podría ser una de ellas.

Donald Trump
El redactor recomienda