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Sobre la aparente crisis de Vox
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Sobre la aparente crisis de Vox

El partido de Abascal venía avanzando de forma lenta pero sostenida en las encuestas anteriores y en esta oleada ha sufrido una pequeña contracción

Foto: El presidente de Vox, Santiago Abascal. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
El presidente de Vox, Santiago Abascal. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
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Tres encuestas sobre elecciones generales publicadas en este último fin de semana: por orden cronológico de aparición, el electopanel semanal de Electomanía, la de Sigma Dos para El Mundo y la de NC Report para La Razón. Sus estimaciones de voto son notablemente parecidas entre sí, lo que siempre resulta tranquilizador para los profesionales. Todas ellas reflejan un aumento de la ventaja de la derecha sobre la izquierda (que pasaría de 5 puntos en julio de 2023 a 8 puntos en la actualidad) y todas ellas sitúan la suma del PP y Vox claramente por encima de los 180 escaños en el Congreso y excluyen (en el momento actual) la posibilidad de una tercera edición del Frankenstein que permitiera una nueva investidura de Sánchez.

No obstante, nada hay en ellas que sugiera un terremoto electoral respecto a lo que sucedió en las urnas en 2023. Nadie está disparado y nadie hundido: las subidas y bajadas de votos de los partidos principales son tenues, aunque su traslación a escaños resulta suficiente para provocar un cambio contundente en la mayoría parlamentaria -y por tanto, en el Gobierno- si esta estimación se confirmara a la hora de la verdad, lo que está por ver. Demasiado pronto para ejercer de profeta, incluso para especular con fundamento.

A falta de algo espectacular, portadistas y analistas coinciden en destacar la caída de las expectativas de Vox. Es más el ruido que las nueces, porque en las tres encuestas el resultado de Vox es mejor que el de las últimas generales. Lo que pasa es que el partido de Abascal venía avanzando de forma lenta pero sostenida en las encuestas anteriores y en esta oleada ha sufrido una pequeña contracción, que tendría que repetirse o aumentar en los próximos meses para poder hablar con propiedad de una tendencia. Hoy por hoy, lo único contante y sonante en términos demoscópicos es que los partidos de la de la derecha avanzan al unísono mientras los de la izquierda retroceden también al unísono, lo que coincide con lo que está sucediendo en toda Europa.

La impresión de estancamiento electoral de Vox tiene más que ver con el ambiente que con los números. En pleno auge de la extrema derecha internacional, tras el triunfo resonante de Trump, el resultado impactante de Alternativa por Alemania y la consolidación de Milei en Argentina y de Meloni en Italia, además de la del lepenismo como alternativa inminente de poder en Francia, todo lo que no sea un avance visible de los partidos de la derecha inmoderada suena a gatillazo. Es el caso de Vox, que tocó techo en las generales de noviembre de 2019 con un 15% y desde entonces ha sido incapaz de repetir ese porcentaje.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal. (Europa Press) Opinión

Aparentemente, todo en el contexto favorecería una crecida electoral de Vox. El regreso de Trump al poder y su galopada de las primeras semanas en la Casa Blanca desató la euforia en la ultraderecha planetaria, que dispone del liderazgo global que les falta a todas las fuerzas de la centralidad democrática, tanto las conservadoras como las nominalmente progresistas. Santiago Abascal ha obtenido recientemente un doble espaldarazo internacional con su elección como presidente de Patriotas por Europa (donde cohabita con personajes tan distinguidos como Le Pen y Orbán) y con los mensajes de reconocimiento y cariño difundidos por el mismísimo patriarca de la Casa Blanca. El manejo increíblemente torpe por parte del PP de la tragedia de Valencia y la astucia de Vox enviando sus mesnadas a retirar barro mientras los partidos del establishment se embarraban en un intercambio de reproches sucio y estéril proporcionaron a los de Abascal un gol clamoroso en un territorio clave (justo aquel donde comenzó a gestarse la pifia de Feijóo en las generales de 2023). Por si algo faltara, el sanchismo no ceja en su empeño de patrocinar el crecimiento de la extrema derecha, a la que obsequia cotidianamente con el tratamiento privilegiado de enemigo de referencia.

Ciertamente, el clima social favorece a las fuerzas que se mueven en el límite fronterizo del sistema. La deriva del PSOE hacia el populismo identitario y su sumisión ante los nacionalismos disolventes son un caldo de cultivo muy potente para encabronar primero y radicalizar después a varias cohortes de hombres jóvenes y de mediana edad, heterosexuales saturados, con sus proyectos vitales truncados prematuramente por la precariedad y, además, señalados por la inquisición posmoderna como violadores en potencia. Nada estimula tanto la impugnación radical del orden político de la democracia como la frustración vital y el miedo al futuro.

Foto: Santiago Abascal durante la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) en Buenos Aires. (EFE/Juan Ignacio Roncoroni) Opinión

En sentido opuesto, no falta un montón de síntomas de que, finalmente, lo más probable es que Vox no alcance a satisfacer las esperanzas que depositan en él la internacional nacionalpopulista y el oficialismo sanchista. Falla, para empezar, el material humano. Vox no es sino una escisión del PP, conducida por un grupo de activistas mediocres incapaces de escalar en la jerarquía de su partido de origen; y en el tiempo transcurrido desde su emergencia, no han sido capaces de reclutar una figura que ofrezca un destello de inteligencia o brillantez. Al revés, las han perdido. Por eso los votantes de Vox babean encandilados ante el discurso bien estudiado de Isabel Díaz Ayuso, que contrasta con la zafiedad de sus dirigentes.

El Partido Popular es una de las escasísimas fuerzas del centroderecha europeo que han sobrevivido al vendaval de las crisis sucesivas del siglo XXI; hoy se proyecta como la alternativa de gobierno más verosímil al poder sanchista. La expansión electoral de Vox encontrará un tope infranqueable mientras eso siga siendo así, de ahí el esfuerzo de la Moncloa por ayudar a la extrema derecha a saltar los diques e inundar el espacio de la oposición.

Se ha comprobado que al partido de Abascal le sienta francamente mal el ejercicio del poder. Su participación en gobiernos de coalición autonómicos y municipales con el PP se ha saldado con un fracaso estrepitoso. No sólo por las astracanadas de los individuos designados para entrar en esos gobiernos, también por su manifiesta incapacidad para asimilar la lógica de la gestión pública. Pasados unos meses, huyeron unilateralmente de las coaliciones de gobierno en las que participaban y no pasó nada; más bien los gestores del PP y los ciudadanos en esos territorios respiraron aliviados. Algo parecido ocurrirá cuando los socialistas se liberen del yugo de sus aliados actuales, si tal cosa llega a suceder.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal, durante su intervención en la CPAC 2025 en Washington. (EFE/EPA/Will Oliver)

El mayor obstáculo para el crecimiento de Vox, a mi juicio, proviene de su código genético. No se trata de un partido de la nueva derecha anarcoide que pregona la libertad ilimitada del individuo y la desaparición virtual del Estado, que es la fórmula que triunfa en este tiempo. Vox no puede evitar ser y aparecer como una prolongación extemporánea de la derechona trabucaire, heredera del pensamiento nacionalcatólico del siglo XIX español (nada que ver con el fascismo, por cierto). Su pensamiento está más cerca del cura Santa Cruz y similares que de Steve Bannon o J.D Vance. Por eso resulta difícilmente homologable en la segunda década del siglo XXI, más allá de las ganas de fastidiar al establishment de los partidos sistémicos.

El partido de Abascal, en fin, se encuentra hoy ante un dilema estratégico insondable. Es difícil ser a la vez un nacionalista español y postrarse a los pies de un tipo como Trump, que detesta todo lo que huela a Europa y, singularmente, lo que se exprese en español. Las políticas de Trump chocarán indefectiblemente con los intereses de España (eso si no nos toma como víctimas propiciatorias para un escarmiento ejemplar); y cuando eso suceda, los dirigentes de Vox tendrán serias dificultades para explicarse. En la percepción social mayoritaria, ya ha comenzado a suceder: quizá de ahí venga el tropezón demoscópico que apenas apunta. O quizá yo esté confundiendo la realidad con mis deseos.

Tres encuestas sobre elecciones generales publicadas en este último fin de semana: por orden cronológico de aparición, el electopanel semanal de Electomanía, la de Sigma Dos para El Mundo y la de NC Report para La Razón. Sus estimaciones de voto son notablemente parecidas entre sí, lo que siempre resulta tranquilizador para los profesionales. Todas ellas reflejan un aumento de la ventaja de la derecha sobre la izquierda (que pasaría de 5 puntos en julio de 2023 a 8 puntos en la actualidad) y todas ellas sitúan la suma del PP y Vox claramente por encima de los 180 escaños en el Congreso y excluyen (en el momento actual) la posibilidad de una tercera edición del Frankenstein que permitiera una nueva investidura de Sánchez.

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