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El dilema de Sánchez: ni Parlamento, ni elecciones
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El dilema de Sánchez: ni Parlamento, ni elecciones

El motivo por el que Sánchez no pide apoyos no es que le sobre fortaleza política para conducir la agenda, sino precisamente lo contrario. Sus socios de Gobierno ya le han dejado claro que no cuente con ellos para aumentar el gasto militar

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/J.J. Guillén)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/J.J. Guillén)
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Pedro Sánchez anda buscando los resquicios para producir una revolución presupuestaria en España sin pasar por el Parlamento. Lo encontrará. Se escurre como una lagartija, cualquier método es bueno para no reconocer su verdadero dilema: no puede presentar un proyecto en el Congreso porque se lo tumbarían y no puede convocar elecciones porque las perdería. Cuando un gobernante no puede sostenerse sobre el Parlamento ni sobre el electorado pero persiste en perpetuarse en el poder, no sé si estamos ya en una autocracia pero hemos dado el primer paso hacia ella, que es cortocircuitar la democracia parlamentaria.

Este es un primer ministro con ínfulas de jefe de Estado. Quizá por eso ha sacado de la manga una extraña ronda de consultas a los grupos parlamentarios, citados en la Moncloa y no en el Congreso, para platicar sin objeto conocido sobre la guerra de Ucrania, la situación de la Unión Europea y la obligación española de aumentar sustancialmente su gasto militar. En la gaseosa rueda de prensa posterior comenzó a endulzar el pedrusco como un inofensivo plan destinado únicamente a mejorar nuestras inversiones tecnológicas, con especial insistencia en el papel de las startups: cosa de emprendedores. En eso devendrá la industria de la guerra en la campaña oficialista de camuflaje y confusión que se avecina.

Lejos de él la intención de compartir información sustantiva, pedir apoyos, aunar políticas o negociar seriamente. Se trataba de echar el día a conversar plácidamente -media horita con cada uno- para que no se diga que no hay diálogo y dar cobertura a la comparecencia posterior. Alpiste para los telediarios y los tertulianos y una bonita colección de fotos para las portadas.

Nadie diría que el mundo está patas arriba como nunca lo estuvo desde 1945, que hay dos sujetos peligrosos como Putin y Trump al mando de las dos mayores potencias nucleares y que ambos se han juramentado para convertir Ucrania en un barrio periférico de Moscú y la Unión Europea en un juguete roto antes de partirse la cara entre sí. Mientras, los chinos (cuyo principal comisionado en España resulta ser un expresidente con vara alta en los pasillos del poder) se frotan las manos ante el botín que esperan obtener de la escabechina. El ambiente prebélico se va espesando de tal forma que, si llegamos sanos al mes de junio, Stefan Zweig lo va a petar en la Feria del Libro con su obra magna ( El mundo de ayer: memorias de un europeo), hoy plenamente contemporánea.

El motivo por el que Sánchez no pide apoyos no es que le sobre fortaleza política para conducir la agenda, sino precisamente lo contrario. Sus socios de Gobierno ya le han dejado claro que no cuente con ellos para aumentar el gasto militar. Sumar es una criatura en descomposición, pero sus múltiples facciones coinciden en hacerle la vida difícil a Sánchez, singularmente en lo que es trascendental. Pero no se van del Consejo de Ministros, como correspondería a una fractura de esa envergadura, ni el presidente tiene arrestos para enseñarles la puerta de salida. Simplemente, hace como si no existieran.

En cuanto a sus presuntos aliados parlamentarios, casi todos salieron ayer de la Moncloa renegando de los compromisos “militaristas” de una España en la que no creen ni les importa un comino. Su lógica es aplastante: si sobra pasta, tendrá que ser para nosotros, no para que España tenga unas Fuerzas Armadas del siglo XXI que merezcan tal nombre. Únicamente los de la derecha más mercenaria, PNV y Junts, dejaron la puerta entreabierta para vender sus votos a cambio de la consabida factura millonaria. Siempre lo hacen.

Así pues, el presidente del Gobierno y su partido se han quedado solos en la mayoría de la investidura, repleta de putinistas. En términos de racionalidad política, ello no debería plantear un problema especialmente preocupante; más bien tomarse como una buena noticia para el interés del país. Para atender a la guerra de Ucrania, el fortalecimiento de la Unión Europea, el aumento de los recursos para la defensa nacional (que es la europea) y el nuevo desorden geoestratégico, que es lo que hoy marca la agenda, el Gobierno podría disponer de una mayoría de 258 diputados que coinciden sustancialmente en esas materias. Bastaría con presentar al PP, como pidió ayer Feijóo, un acuerdo serio y limpio. Sucede, ¡ay!, que serio y limpio no son dos vocablos que mezclen bien con el sanchismo. Al menos, por debajo de los Pirineos.

El pasado día 12, el Parlamento Europeo aprobó una resolución contundente sobre la guerra de Ucrania, respaldando inequívocamente al país agredido. Votaron a favor los eurodiputados del PSOE y del PP sin que nadie se rasgara las vestiduras. De hecho, llevan años haciéndolo en la mayoría de las cuestiones importantes. En contra, los del bloque putinesco: Vox, Sumar, Podemos, ERC, Bildu y BNG.

En Bruselas y Estrasburgo, a los aliados domésticos de Sánchez no les da grima votar con la extrema derecha y con la posición de Trump, y al PSOE no le da grima coincidir con los conservadores y los liberales europeos, incluido el PP. Ambas líneas de comportamiento me parecen más coherentes que lo que hacen dentro del gallinero hispánico. Pero aquí, Sánchez siempre preferirá ganar angustiosamente las votaciones pagando facturas exorbitantes a la manada destituyente que sostener las políticas de Estado sobre una confortable mayoría central que representa dos tercios del congreso y de la sociedad. De hecho, la necesidad de contar con el PP para sacar adelante los compromisos europeos de España se vive en la Moncloa como una tragedia. Donde estén Otegi, Junqueras y Puigdemont, que se quite Feijóo.

Por otro lado, no es fraude menor tomar una decisión unilateral que, como reconoció el propio Sánchez, trasciende a esta legislatura. Si se trata de que el gasto en defensa suba de aquí a 2029 al 2% del PIB (cifra desactualizada, ahora ya se exige el 3%) eso incluye dos años de esta legislatura y dos de la siguiente. Es decir, compromete a quien gobierne en el futuro, lo que obliga aún más a tener en cuenta a quien representa la alternativa verosímil de gobierno. Este presidente se permitió ayer el lujo de reprochar a Rajoy que en 2014 asumiera en la OTAN el compromiso del 2% “para que lo cumpliéramos los gobiernos futuros”, pero no se aplicó el cuento a sí mismo.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), junto al líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo. (Europa Press/Eduardo Parra)

El numerito de ayer sirvió para hacer evidente que el Gobierno no tiene la menor intención de presentar un proyecto de presupuestos en el Congreso, ni ahora ni en el futuro divisable. Es más, Sánchez admitió que ni siquiera lo tiene elaborado, puesto que, a estas alturas, dice desconocer las cifras y las magnitudes que supondrá la alteración drástica de las prioridades presupuestarias en favor del gasto en defensa.

No creo que realmente las desconozca: más bien tiendo a pensar que sabe de lo que se trata y le asusta pensar en ello, y mucho más contárselo al Parlamento y al país. Y sabe también que para una operación como esa, que comporta un giro histórico en la cultura presupuestaria española, no cuenta con el respaldo de ninguno de sus actuales compañeros de viaje; y tendrá serias dificultades para hacérselo digerir a su propia base electoral, adiestrada -como toda la izquierda española-en la retórica antimilitarista.

Presentar un presupuesto no sólo tiene un riesgo manifiesto de que sea rechazado. Además, obliga a cantar la gallina. Poner en cifras lo que hoy se requiere de España no es compatible con el cuento de que se puede dedicar miles de millones adicionales a la defensa sin tocar el gasto social, sin subir abusivamente los impuestos ni agigantar aún más la deuda y, sobre todo, sin renunciar a llenar regularmente los bolsillos de los partidos nacionalistas que lo sostienen en el poder -cada vez más precariamente-. La cuadratura de ese círculo no existe, como saben muy bien los gobiernos europeos. Por eso la Comisión de Asuntos Económicos y Monetarios del Parlamento Europeo señala a España como el único país que se resiste a entregar su plan presupuestario sin motivo que lo justifique. El motivo es claro: no lo tiene. Y si lo tuviera, no lo mostraría ni atado.

Pedro Sánchez anda buscando los resquicios para producir una revolución presupuestaria en España sin pasar por el Parlamento. Lo encontrará. Se escurre como una lagartija, cualquier método es bueno para no reconocer su verdadero dilema: no puede presentar un proyecto en el Congreso porque se lo tumbarían y no puede convocar elecciones porque las perdería. Cuando un gobernante no puede sostenerse sobre el Parlamento ni sobre el electorado pero persiste en perpetuarse en el poder, no sé si estamos ya en una autocracia pero hemos dado el primer paso hacia ella, que es cortocircuitar la democracia parlamentaria.

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