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Montero y la marca de la casa: de la socialdemocracia al cinismo integral
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Ignacio Varela

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Montero y la marca de la casa: de la socialdemocracia al cinismo integral

Para la gente de su jaez los principios sagrados devienen circunstanciales y las circunstancias, sagradas. Estar a favor o en contra depende de lo que en cada caso le parezca favorable para su bando

Foto: La vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Hacienda, María Jesús Montero. (EFE/Julio Muñoz)
La vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Hacienda, María Jesús Montero. (EFE/Julio Muñoz)
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"Puesto que cualquier hombre se considera inocente hasta no ser declarado culpable, si se juzga indispensable detenerlo, cualquier rigor que no sea necesario para apoderarse de su persona debe ser severamente reprimido por la Ley".

Así reza el artículo 9 de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano que la Asamblea Nacional Constituyente francesa aprobó el 26 de agosto de 1789. Un texto simple y breve de trascendencia universal, un parteaguas histórico que debería enseñarse en las escuelas como el texto fundacional del Estado de derecho. Asombran la claridad y limpieza expresiva de su preámbulo y sus 17 artículos, que, en mi opinión, no han sido superados por ninguna declaración política posterior. Otra cita, hoy de rabiosa actualidad: “Una sociedad en la que no esté establecida la garantía de los derechos ni determinada la separación de los poderes carece de Constitución” (artículo 16). Puede decirse más largo, pero no mejor.

El principio de que todos somos inocentes mientras no se demuestre judicialmente lo contrario es dogma desde hace dos siglos y medio. Entonces se decidió que es preferible un culpable absuelto por falta de pruebas a un inocente condenado; nadie civilizado, sea progresista o conservador, ha osado discutirlo. Hasta que llegó María Jesús Montero, capataz del ejército sanchista desde el degüello de Ábalos.

Vicepresidenta primera del Gobierno de España y ministra de Hacienda. Diputada nacional. Vicesecretaria general del PSOE. Secretaria general del PSOE de Andalucía y segura candidata derrotada a la presidencia de la Junta. Es difícil meter tanto en una persona de insondable ignorancia jurídica y política, sintaxis borrascosa y sectarismo irrestricto.

Foto: La vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Hacienda, María Jesús Montero. (EFE/Pepe Torres) Opinión
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Gonzalo Quintero Olivares

En la polémica desatada estos días, la primera pregunta pertinente es qué diablos pinta la vicepresidenta económica del Gobierno pontificando en público sobre una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña relativa a un caso de presunta violación que afecta a un exfutbolista y a una mujer. Es decir, sobre algo completamente alejado del ámbito de sus competencias y sus saberes. Estoy seguro de que Montero no se ha molestado en leer ni una página de las dos resoluciones judiciales, la que condenó a Alves y la que después lo absolvió. Ello no le ha impedido anatemizar como “una vergüenza” que la presunción de inocencia prevalezca sobre el testimonio de una parte interesada, no sostenido en pruebas suficientes según la opinión experta y unánime de una Sala compuesta por tres mujeres y un hombre. La intrépida gobernanta no sólo dictamina -con desacato incluido- sobre un asunto que desconoce; además, se adentra en el territorio de la dogmática jurídica para transportarnos 250 años atrás, antes de la Revolución Francesa. Como a su jefe, no le faltan osadía ni descaro. Es la marca de la casa.

Supongo que Montero no está en contra de la presunción de inocencia. Tampoco a favor: lo más probable es que el tema le traiga sin cuidado, por eso igual suelta el disparate que pide disculpas. Para la gente de su jaez los principios sagrados devienen circunstanciales y las circunstancias, sagradas. Estar a favor o en contra depende de lo que en cada caso le parezca favorable para su bando (aunque incluso para apreciar lo favorable le falta sutileza). Defiende de forma beligerante la presunción de inocencia de Begoña Gómez o del fiscal del Estado y se la niega con igual furor al novio de Ayuso o a Dani Alves.

Foto: Dani Alves, tras conocerse la absolución. (Reuters/Nacho Doce)

¿Qué se le ha perdido a la ministra de Hacienda y vicesecretaria del PSOE en el caso de Alves? Nada que tenga que ver con la Justicia, ni siquiera con la ideología. Simplemente, ha oído campanas en el lobby feminista de su secta sobre el “yo sí te creo, hermana” (hay que ver cuánto de eclesiástico e integrista hay en el izquierdismo carpetovetónico) y ha buscado colgarse una medalla ante la parroquia de la forma más ceporra.

En el próximo mitin llamará delincuente confeso a González Amador o a cualquier otro fascista (fascista = no suficientemente oficialista), los del rebaño la aplaudirán igual y se quedará tan ancha. Espero que los vaivenes de la política no le hagan defender un día la restauración de la pena de muerte o la abolición del sufragio universal; pero si le toca, lo hará con ese desgarro que la distingue, plagado de rudezas conceptuales y de horrores gramaticales.

De nuevo, la marca de la casa. La lista de los ejemplos es agotadora. Sánchez, Bolaños y ¡ay!, Pumpido -presumible corredactor de la ley- consideran hoy que la amnistía es constitucional con la misma certeza con que lo negaron ayer. Prometen un ongi etorri a Puigdemont en Barcelona con tanta sinceridad como antes aseguraron que lo traerían a España para entregarlo a la Justicia.

Foto: La secretaria general del PSOE-A y vicepresidenta, María Jesús Montero, intervienen en el congreso del PSOE de Málaga. (Álex Zea / Europa Press)

¿Cree Sánchez en la división de poderes? Depende, su hemeroteca no es pacífica sobre esa materia ni sobre ninguna otra. Creía firmemente en ella cuando gobernaba Rajoy y dejó de creer cuando durmió por primera vez en la Moncloa: con el cambio del colchón, vinieron los cambios cotidianos de ideario. Así como Zapatero afirmó en su día que la Nación española es un concepto discutible, para el sanchismo son episódicas, por ejemplo, la independencia judicial, la integridad territorial de España o el papel del Parlamento en una democracia parlamentaria. La Constitución misma es un objeto contingente: intocable unos días, prescindible otros y siempre interpretable en su beneficio, según aproveche o estorbe al convento.

¿Es Sánchez un izquierdista radical? No lo creo, ni tampoco un moderado socioliberal o cualquier otra etiqueta ideológica que quiera ponérsele. Más bien lleva en el bolsillo una colección variada de etiquetas y las alterna según el lugar, el momento y la circunstancia. Por ejemplo, el Sánchez de los Consejos Europeos es un personaje opuesto al del Congreso de los Diputados, que, a su vez, es distinto al del despacho de la Moncloa, al de los mítines y al de las entrevistas en la SER. Este presidente es un maestro del cosplay, el arte de interpretación de roles acompañado de múltiples disfraces; y ha adiestrado a su congregación en esa disciplina. Cualquier sanchista que se precie debe ser capaz de encarnar cualquier papel y defender cualquier tesis al toque de corneta.

¿Es socialdemócrata el PSOE? Sólo lo fue durante 40 de los 146 años que ha pervivido la sigla. No lo fue en absoluto hasta 1939. Durante el franquismo fue un partido desterrado y ausente. Sí fue socialdemócrata entre 1974 y 2014, aunque sólo se reconoció así desde 1979. Con Sánchez comenzó una nueva mutación de la criatura, manteniéndose el rótulo como eficaz reclamo electoral y fetiche fidelizador de la clientela.

Foto: La vicepresidenta del Gobierno y ministra de Hacienda María Jesús Montero. (Europa Press/Álex Zea) Opinión

Discutir con un sanchista es un ejercicio trabajoso y con frecuencia estéril. Como el personaje de Arthur Koestler, su sistema cerrado de pensamiento les permite creer todo lo que pueden probar y pueden probar todo lo que creen. Primero fijan su posición según las indicaciones de la superioridad y después despliegan el argumentario para sostenerla. Oído uno, oídos todos. Como las posiciones son cambiantes, también lo son los argumentos, de modo que los términos del debate de esta semana ya no valen para la siguiente. Por otro lado, tampoco es que la solidez de los argumentos quite al sueño al pastor de esa manada.

El diccionario ofrece cuatro acepciones de la palabra “cinismo”: 1. Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables. 2. Impudencia, obscenidad descarada. 3. Doctrina de los cínicos, que expresa desprecio hacia las convenciones sociales y las normas y valores morales. 4. Afectación de desaseo y grosería.

Elijan la que más les guste. O empaqueten todas ellas y aplíquenlas al método sanchista de gobierno. Lo fino es explicar que Sánchez ha metido al PSOE en una deriva hacia el populismo con rasgos autocráticos. Pero resulta más próximo a la realidad constatar que ese partido ha transitado de la socialdemocracia al cinismo integral como su doctrina de la política y de la vida. Por eso, pronto nos harán saber que acusar a Montero de haber menospreciado la presunción de inocencia es un nuevo bulo de la-derecha-y-la ultraderecha en su pretensión de derrocar al Gobierno legítimo de España. Paciencia, sólo es la marca de la casa.

"Puesto que cualquier hombre se considera inocente hasta no ser declarado culpable, si se juzga indispensable detenerlo, cualquier rigor que no sea necesario para apoderarse de su persona debe ser severamente reprimido por la Ley".

María Jesús Montero
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