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Una Cierta Mirada
Por
El apocalipsis. ¿Y España, qué?
El presidente del Gobierno comparece en solitario con un discurso muy suyo, plagado de sortilegios y socorros de bisutería para aparentar que hace algo útil
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Un Calígula se ha sentado en el trono de Roma (Washington) y parece dispuesto a arrasar con todo, empezando por su propio país. Los expertos se preguntan si, cuando se hagan visibles los efectos nefastos de su actuación, reconducirá esta hacia la racionalidad o seguirá adelante hasta el final, cegado y ensoberbecido por su propio poder. Nadie posee la respuesta cierta, pero algo es seguro para quienes más y mejor saben: la economía mundial y el orden internacional no soportarían cuatro años como los tres meses transcurridos desde la exaltación presidencial de Donald Trump. Si esto sigue así, el tinglado reventará más pronto que tarde.
El presidente de Estados Unidos ha hecho lo que durante meses -incluso durante años- anunció que haría en cuanto regresara al poder. Trump ha declarado la guerra comercial al resto del planeta, cumpliendo una promesa tan alocada como largamente anticipada.. y no creída.
Siempre pasa lo mismo con los autócratas, ególatras, psicópatas y demás humanoides peligrosos cuando ocupan el poder. Nos resulta cómodo creer que sus anuncios son bravatas, que finalmente su comportamiento se atendrá a los códigos convencionales de la cordura y que, en todo caso, sus asesores y el aparato institucional que los rodea los frenarán. No escarmentamos: es una maldita coartada para la galbana y la inacción.
Hoy estamos aterrorizados por una gama de motivos, todos verosímiles, que van de lo más global y apocalíptico a lo más personal y cotidiano. Los que saben de historia recuerdan que las guerras comerciales fueron demasiadas veces el preámbulo de las otras guerras, las que matan a millones de seres humanos. Por eso, el sistema de libre comercio basado en reglas comúnmente respetadas y en grandes asociaciones comerciales (como fue en su origen la Unión Europea) es la mejor vacuna conocida contra las guerras.
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Los videntes de la geoestrategia temen que nos adentremos en un orden mundial regido por tres imperios: el estadounidense degenerado, el chino y el ruso, que sólo atienden a la lógica de la fuerza y que están abocados a chocar violentamente entre sí, con las consecuencias que todos presentimos. Por el camino nos habríamos dejado, entre otras cosas valiosas, la democracia como sistema político y la convivencia civilizada como forma de vida.
Los que saben de finanzas auguran a corto plazo un decrecimiento económico brutal en las economías occidentales, empezando por la estadounidense, acompañado de una nueva espiral inflacionaria. Los analistas políticos acompañan ese pronóstico con el de un fortalecimiento de las fuerzas extremistas que se nutren del malestar social.
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Los Gobiernos hacen cuentas sobre el efecto que la indigestión de aranceles tendrá sobre su economía nacional y buscan la forma de protegerse del temporal, sea navegando en solitario o en compañía de otros -como, afortunadamente, es el caso de España-. El dilema de Gobiernos escapistas como el nuestro es cómo comprar armas a mansalva sin que los votantes se enteren de que gastas su dinero en armarte hasta los dientes.
Muchos ciudadanos comunes temen con razón por su propia economía. El empresario teme por la salud de su negocio, el asalariado por su empleo y su salario y el jubilado por sus ahorros. Una cierta atmósfera prebélica se va espesando por días. Antes, la economía jodía la política. Ahora es la política la que jode la economía… y algunas cosas más.
En España, el presidente del Gobierno comparece en solitario con un discurso muy suyo, plagado de sortilegios y socorros de bisutería para aparentar que hace algo útil. Lo más intrigante del evento es lo que aparece rotulado detrás del orador: “Compra lo tuyo. Defiende lo nuestro”. Parece cocinado largamente y destinado a enmarcar toda una línea discursiva. El mensaje se presta a varios ejercicios de hermenéutica, pero de momento me quedaré con el más obvio y menos malicioso: ¿se prepara el Gobierno español para apuntarse a una suerte de proteccionismo comercial resumido en la consigna “compra producto nacional”? ¿Se ha debatido eso en el seno de la Unión Europea, o es un casticismo? Digo yo que si Trump nos ha empaquetado a todos en el tarifazo (menos mal), la respuesta debería ser también concertada en cuanto a la comunicación.
Un expresidente y asesor áulico de tiranos comparece en el programa de Alsina para promocionar un libro, prescribir una dieta angelical de diálogo como plato único (“fundamentalista de la palabra”, se autodenomina) y dejar caer, de entrada, lo que realmente le importa: “El objetivo esencial es plantear una alternativa, de buscar y contribuir a crear áreas de comercio libres en el resto del mundo”. Por si no se ha entendido bien, se apresura a citar a China, porque el cliente siempre tiene la razón.
No es Zapatero el único político europeo partidario de echarse en los brazos de China como alternativa a la relación con Estados Unidos; pero su influencia en el actual habitante de su antiguo despacho hace su postura más relevante. Mientras escucho la entrevista recuerdo la distinción clásica entre el pacifismo y el apaciguamiento de los agresores y pienso que, en los años 30 del siglo pasado, este señor sería Chamberlain.
En cuanto a la solución histórica de entregarse a los chinos, no lo veo claro. Espero vivir para ver a Trump fuera de la Casa Blanca, pero ni yo ni los que son más jóvenes llegaremos a ver al Partido Comunista de China fuera del poder. Como dice Felipe González, la visión de los chinos es confuciana: ya han descontado el tiempo de Trump y son los únicos que miran más allá de sus narices.
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Un excelente analista económico nos resume la posición de las dos grandes potencias: “Estados Unidos consume el doble de lo que produce y China produce tres veces más de lo que consume” (en eso los europeos nos parecemos más a los yanquis). Señala a la dictadura comunista como “los ganadores de la globalización”. Como para dejarse caer en sus manos, si es que no lo estamos ya.
El PP tiene poco original que plantear en esta emergencia y se atiene prudentemente a la prédica de Von der Leyen. De momento, perfil bajo, aunque deja claro que no está con Trump y aprovecha para soltar una merecida cornada a Vox. Supongo que Feijóo espera que Sánchez dé señales de vida.
La posición endiablada del partido de Abascal no es ni de lejos lo más importante de este tumulto universal, pero sí de lo más sabroso. Celebraron la victoria del maníaco pelonaranja como si fuera propia, y se las prometieron muy felices: dieron por hecho que con él al frente del movimiento nacionalpopulista les entrarían los votantes como churros. El caso es que su líder global ha mostrado la cara y sus ganas de dañar a Europa, con España dentro. No veo a Abascal capaz de penetrar en el Despacho Oval y variar ese designio. Resultará difícil para un partido del más acendrado nacionalismo hispánico hacer compatibles la defensa irreductible del interés nacional y la babeante adulación hacia quien no actúa como un amigo de la españolidad, más bien lo contrario. Hace bien el PP en ponerlos ante el espejo.
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Llevo todo el día pensando que si esta es la situación más peligrosa que hemos conocido para la paz en el mundo, para la Unión Europea y para el bienestar de los españoles, a qué esperan el presidente del Gobierno y el líder de la oposición para reunirse y, por una vez, hablar en serio de lo que está pasando y lo que debe hacerse. Les guste o no, representan en España a las dos fuerzas centrales de Europa, las que crearon y sostienen el proyecto común, hoy amenazado por los gigantes del mundo; y recibieron el voto y la confianza de dos de cada tres votantes. Es imposible que Sánchez piense que Junqueras, Otegi, Puigdemont y demás ralea le ayudarán a manejar esta situación. Y es igualmente imposible que no haya empezado a sentir el frío de la soledad política en los altos despachos de Bruselas. Alemania señala el camino.
Leo en El Confidencial que el ministro de Economía está reunido con una delegación del Partido Popular. Espero que sea sólo una primera aproximación, y que esta vez la cosa vaya en serio. En este trance, no es posible defender con solvencia la necesaria unidad de acción de los europeos desde un país atravesado por un cisma político urdido por su propio Gobierno.
Un Calígula se ha sentado en el trono de Roma (Washington) y parece dispuesto a arrasar con todo, empezando por su propio país. Los expertos se preguntan si, cuando se hagan visibles los efectos nefastos de su actuación, reconducirá esta hacia la racionalidad o seguirá adelante hasta el final, cegado y ensoberbecido por su propio poder. Nadie posee la respuesta cierta, pero algo es seguro para quienes más y mejor saben: la economía mundial y el orden internacional no soportarían cuatro años como los tres meses transcurridos desde la exaltación presidencial de Donald Trump. Si esto sigue así, el tinglado reventará más pronto que tarde.