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Una Cierta Mirada
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Ganar después de perder: el fetiche de 2030 y el regreso del sanchismo al poder
Es una ingenuidad voluntarista pensar que, por el hecho de dejar de ser presidente del Gobierno, Sánchez se retirará apaciblemente y dará paso a que los socialdemócratas con carné (una especie en extinción) reconduzcan ese partido hacia la cordura
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2030 es la fecha que más veces aparece en los discursos que le escriben a Pedro Sánchez. El sanchismo ronda retóricamente en torno a ese año como hacen los parafílicos con sus fetiches. No obstante, ese fetiche ha ido cambiando de sentido con el paso del tiempo
En el sanchismo germinal se esgrimió como el horizonte de culminación de un proyecto ambicioso de transformación, aprovechando pro domo sua los objetivos globales fijados por la ONU en 2015 para desarrollar en tres lustros (nos hemos comido dos tercios del período y estamos como estábamos, probablemente peor. Hoy la Agenda 2030 viene siendo la chochona del Consejo de Ministros, relegada en el ministerio más inane del Gobierno que, en la tómbola del 23, cayó en manos de un político anónimo de Sumar llamado Bustinduy.
En la fase del sanchismo superviviente, 2030 señalaría la fecha hasta la que Sánchez aparenta estar seguro de mantenerse en el poder. Esta versión del fetiche funciona como objetivo de combate para los fieles y amenaza disuasoria para los infieles. Así sigue apareciendo reiteradamente en los textos oficiales del PSOE y en los discursos del presidente y secretario general. Con 2030 se anima a unos y se tortura a otros: seguimos en el mundo de las parafilias políticas.
En el actual sanchismo terminal, algunos barruntamos que 2030 puede tornar en un producto de laboratorio altamente sofisticado y, por ello, inconfesable: condensaría la hipótesis de una posible alternancia en las próximas elecciones (no sin una monumental reyerta previa que dejará el país hecho unos zorros) con la perspectiva de un retorno temprano al poder tras el fracaso del gobierno de la derecha y la ultraderecha, al que se contribuiría con acciones de desestabilización institucional y callejera según el patrón largamente practicado por el peronismo. En esa visión, 2030 sería el instante del retorno triunfal al poder de Sánchez para pulverizar en dos tramos el récord de González. El mito de la resurrección encarnado por un líder providencial.
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No vale la pena seguir especulando sobre la duración de esta legislatura que nació tarada por decisión de Sánchez y tarada expirará cuando Sánchez lo decida. Sólo una sacudida mundial -cada vez menos descartable- puede alterar sustancialmente la execrable política española actual. Pero ese sería el momento que haría inexorable alguna fórmula de unidad nacional; y, a estas alturas, no hay nadie en España más inadecuado que Pedro Sánchez para encarnar la unidad de la Nación.
En su segunda investidura, Sánchez necesitó la agregación circunstancial de 120 diputados del partido de su propiedad, 31 de la extrema izquierda y 27 nacionalistas. En el actual estado de las cosas, es impensable que pudiera repetirse un alineamiento astral semejante para habilitar la tercera investidura. El pastel de la izquierda merma consistentemente y, además, se divide por minutos, de forma que soñar con 150 diputados de la izquierda de ámbito nacional no forma parte de la realidad.
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Es estéril todo intento por parte del PSOE de conservar su fuerza electoral sin vampirizar mortalmente la de sus compañeros de coalición, manteniéndolos además unidos entre sí. No es imposible que el partido de Sánchez consiga situarse por encima del 30% del voto, pero eso tendría que ser a costa de absorber casi por completo al yolandismo y a una parte de los nacionalistas, porque es nula su capacidad de atraer votantes procedentes de su flanco derecho; bastante logro sería evitar una fuga masiva hacia ese flanco de nuevos huérfanos y encabronados.
Además de los números, todo en el contexto nacional y en el internacional conspira contra una fórmula de gobierno como la sanchista. En tiempos de aroma prebélico y crisis económica, una alianza política en España sin mayoría parlamentaria y sin presupuestos, de signo antimilitarista y claramente renuente a aumentar el esfuerzo defensivo, infiltrada por elementos afines a la Rusia de Putin y a la China de Xi Jinping, con comunistas sentados en el Consejo de Ministros y sostenida por nacionalistas de vocación destituyente, con serios problemas de corrupción en el corazón del Gobierno y un presidente con el crédito agotado en su país y al que en Bruselas van tomando la medida del impostor que siempre fue.
Es muy dudoso que a Sánchez le funcione en la Unión Europea y en la OTAN el timo de la estampita de hacer pasar los guardias rurales por gastos militares. Tan dudoso como que los jueces abandonen las múltiples piezas de corrupción en que el Gobierno y su partido están atrapados, salvo alcaldada mayúscula del Tribunal Constitucional que soliviantaría aún más a la opinión pública y convertiría las elecciones en un referéndum implícito sobre la vigencia de la Constitución. Y no menos dudoso que, a base de desembarcar ministros en las candidaturas autonómicas, el PSOE consiga recuperar una porción significativa del poder territorial que perdió en mayo del 23.
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En estas condiciones, sean cuando sean las elecciones generales, es imposible que en la Moncloa no se esté considerando la eventualidad de tener que salir del Gobierno en algún momento entre el actual y el final de 2027. Lucharán por evitarlo, pero lo cierto es que sólo tienen alguna esperanza si Feijóo se empeña en facilitarles la tarea como se empeñó en el verano del 23, lo que no me parece probable.
Ahora bien, es igualmente verosímil que, pasada la euforia inicial, el Gobierno resultante de esas elecciones sea tan frágil y polarizador como el actual. Cuanto más fuerte sea Vox en la nueva fórmula de poder, mejor para el sanchismo. Las operaciones para desestabilizar ese Gobierno y hacerlo durar lo menos posible comenzarán la misma noche de las elecciones. Ahí volverán a encontrarse todos: el partido de Sánchez (que seguirá siendo de Sánchez), la extrema izquierda, los nacionalistas al completo, los sindicatos, el entramado social de la izquierda y, quizá, el gigantesco conglomerado de poder mediático y empresarial que se está construyendo a toda velocidad precisamente para ese doble uso: intentar retener el poder y, si no es posible, blindar a la oposición encabezada por el propio Sánchez o por uno de los suyos.
También servirá para ello el contexto del próximo lustro, que será cualquier cosa menos agradable para los Gobiernos occidentales y para sus poblaciones. Es posible, incluso probable, que Feijóo llegue a la Moncloa; pero es seguro que su mandato será una tortura, y no sólo por culpa del sanchismo revanchista.
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Es una ingenuidad voluntarista pensar que, por el hecho de dejar de ser presidente del Gobierno, Sánchez se retirará apaciblemente y dará paso a que los socialdemócratas con carné (una especie en extinción) reconduzcan ese partido hacia la cordura. En diez años de poder orgánico implacable ha tenido tiempo de sobra para construirse un partido a su medida, y lo ha aprovechado con determinación diga de mejor causa. Sólo el rótulo permanece como testimonio de un pasado definitivamente pasado.
No hubo nada de azaroso en la decisión de convocar el Congreso del PSOE tan pronto como fue posible hacerlo estatutariamente. Pedro Sánchez tiene asegurada la jefatura de su partido al menos hasta finales de 2028. Agotará el plazo hasta el último segundo y sólo entonces decidirá si se dan las condiciones para intentar un nuevo asalto a la Moncloa o prefiere designar a dedo un sucesor. Sólo una decisión judicial que lo implique personalmente puede impedirle luchar por regresar al poder; y en ese caso, se denunciará públicamente un golpe de Estado judicial y prefiero no imaginar el escenario resultante.
No digo que todo eso vaya a suceder como lo he descrito. Hay en ello mucho de fantasioso y el sanchismo no está solo en España, aunque a veces parezca creerlo. Lo que digo es que los "bombillitas" de la Moncloa incuban el plan y que una de las condiciones de su realización es que la polarización se agudice hasta extremos desconocidos y, sobre todo, se contagie a la sociedad. Como dice el refrán, mala hierba nunca muere.
2030 es la fecha que más veces aparece en los discursos que le escriben a Pedro Sánchez. El sanchismo ronda retóricamente en torno a ese año como hacen los parafílicos con sus fetiches. No obstante, ese fetiche ha ido cambiando de sentido con el paso del tiempo