Es noticia
El peor Sánchez que hemos conocido
  1. España
  2. Una Cierta Mirada
Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

Por

El peor Sánchez que hemos conocido

De todas versiones de Sánchez que han ido apareciendo en el escenario, la más reciente es la peor. De aquel simulacro de reflexión de abril del 24 salió el personaje aún más desquiciado y envilecido que antes

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante una sesión plenaria. (Europa Press/Fernando Sánchez)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante una sesión plenaria. (Europa Press/Fernando Sánchez)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Nos lamentamos con razón de que el Gobierno de Sánchez degrade al Parlamento haciendo de él un decorado baldío, lo que es sacrílego en un sistema llamado democracia parlamentaria. La oposición lo critica, también con razón, cuando pervierte el proceso legislativo, se cisca en sus obligaciones constitucionales o secuestra las funciones del Parlamento. El lamento y la crítica son tan justos como estériles. Está claro que este hombre no vino al mundo para respetar las reglas, y no va a empezar a hacerlo ahora que ha pasado de practicar el bonapartismo a creerse Napoleón.

Además, cuando acude a alguna de las dos Cámaras el efecto es singularmente nocivo para el medio ambiente. Aumenta el porcentaje de azufre en el aire, los índices de contaminación se disparan y hay que sacar de nuevo las mascarillas para protegerse de la fetidez discursiva que se expande no sólo en el hemiciclo, sino en todo el espacio público.

Para él y sus subalternos, debate es sinónimo de combate y sus desafíos son siempre iguales: a navaja y sin reglas. Los servicios de recogida de basuras tienen que emplearse a fondo después de cada función, especialmente después de las que Sánchez protagoniza tras asegurarse las condiciones más ventajosas: turnos y tiempos ilimitados para él, nada de votaciones peligrosas y una presidenta del Congreso a cuyo lado Negreira parecería Temis, diosa griega de la Justicia.

En esta última temporada se han intensificado dos hábitos particularmente apestosos. El primero es hacer de sus comparecencias parlamentarias lo mismo que de sus decretos legislativos: un revoltijo caótico de asuntos dispares que le permite subrayar unos, escamotear otros y colar imposturas y falacias a granel.

Foto: Reunión del Consejo de Seguridad Nacional que ha presidido el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Pool/Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa) Opinión

En sus peroratas nunca se sabe en qué cubilete está el dado: se pasa de ser el mejor gobierno del mundo arreglando apagones nacionales a sacarse de la manga decenas de miles de millones para algo vaporoso que llaman seguridad y defensa, pero no va sobre armas; y de ahí a esos ferrocarriles que no tienen parangón en la elegancia con la que se quedan parados durante horas en medio de la nada para que sus pasajeros, aprisionados en el interior, disfruten del paisaje sin prisas. Lo único que no cambia es el final: la culpa es inexorablemente de la derecha y de los ultrarricos, que son la misma cosa (al parecer, hay en España 11 millones de ultrarricos). El truco es que en el discurso sanchista no hay dado, sólo cubiletes moviéndose a toda velocidad. Si la oposición no se dejara hipnotizar sistemáticamente por los exorcismos del trilero y dispusiera de algo parecido a un plan, sería más factible detectar el timo y lograr una mayoría que confíe en ella para repararlo.

La segunda estafa es el empleo de la ideología no para iluminar la realidad, sino para oscurecerla: hacer de la confusión un objetivo valioso en sí mismo. Claro que hay aproximaciones ideológicas distintas al tema de la energía: pero ninguna de ellas, que yo sepa, propugna dejar a dos países completamente colapsados durante una jornada entera para demostrar cuán eficaces somos recuperando la luz extraviada. El alegato sanchista para esta calamidad es tan insensato como el de un cirujano que provocara un infarto agudo a un paciente (y de paso, a su vecino) para después alardear de cómo le salvó la vida en el quirófano. Como dijo Eugenio D’ors en memorable ocasión: señor Sánchez, los experimentos, con gaseosa.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, preside una reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad Nacional, en el complejo de la Moncloa. (EFE/Pool/Moncloa/Fernando Calvo) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Políticos inútiles e inutilidad de la política
Javier Caraballo

Sucede que el episodio no fue un experimento ni hubo en él nada de ideología, aunque sí de despiste doctrinario. Todo fue más cutre: sencillamente, se nos fue la luz por la incompetencia supina de los gobernantes actuales, que llueve sobre la galbana y la incuria de sus antecesores en varios lustros de parálisis nacional inducida por el sectarismo y la ignorancia.

Sánchez está pagando ahora el precio de su forma detestable de ejercer el poder -autorreferencial, prepotente, egocéntrica, cegata para lo importante y ojo avizor para lo miserable- y, además, el de los tiempos en que nos creímos campeones del mundo de todo y nos dedicamos a sestear, a patear la ley o, alternativamente, a despedazarnos entre nosotros. Que a esto lo llamen progresismo es un síntoma más de la enfermedad.

Alardeamos de poseer el sistema financiero más sólido del mundo y los bancos españoles reventaron al primer golpe de viento. Éramos la envidia del mundo por nuestro maravilloso sistema sanitario hasta que llegó la pandemia y nos convertimos en líderes mundiales de los contagios y el descontrol. Somos conscientes desde hace años de que se necesita un nuevo diseño energético acorde al cambio climático y a la exigencia de la revolución digital, pero han tenido que saltar los plomos de la nación entera para que algunos expertos (desde luego, no los políticos) nos ilustren sobre los atrasos, desequilibrios e insuficiencias acumulados en esa y en tantas materias esenciales. Sostiene Puente que no existen ferrocarriles como los españoles (al parecer, él inventó el AVE), pero el caso es que últimamente la crónica ferroviaria es pasto de la sección de sucesos: los trenes chocan, se detienen, se retrasan escandalosamente o se les rompen las tripas en pleno recorrido. Llueve fuerte en Valencia y una región entera se anega sin que desde 1957 se haya hecho algo útil para prevenir las riadas. Al contrario, se promovió un urbanismo codicioso sobre un terreno en el que no debería permitirse edificar ni una casa de muñecas. Resultado: 235 muertos de los que nadie se hace responsable y todos los culpables señalan al culpable ajeno con furia similar.

Foto: La presidenta del grupo Red Eléctrica de España, Beatriz Corredor. (EFE/Fernando Villar) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Beatriz Corredor como síntoma
Pablo Pombo

Las reformas esenciales están atascadas en España desde hace 15 años. Para empezar, la de la Constitución. Pero también la del sistema energético, la de la educación, la de la fiscalidad, la de la financiación autonómica, la de la ley electoral, la de las pensiones, la de las administraciones públicas y también las de las infraestructuras básicas, que se van carcomiendo hasta que un día se rompen y se disparan las acusaciones recíprocas. España tiene una aluminosis progresiva que nos negamos a reconocer, aunque los síntomas son cada día más evidentes.

Problema: nada importante puede hacerse sin activar mecanismos de concertación política y de lealtad institucional que han sido desterrados de la política española. En eso el sanchismo es más culpable que nadie, porque hizo del cisma bipolar el código genético de su existencia.

Sostiene Sánchez que el Gobierno aún no sabe lo que pasó el 28 de abril, Día Nacional del Apagón. Le haré el favor de no creerlo. No es que no lo sepa, es que no puede explicarlo, ni ahora ni en el futuro. Por si quiere una pista para hacer algo útil, en lugar de examinar 15 minutos que ya han explicado los expertos, que examine los últimos 15 años, incluidos los de su Gobierno.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, accede al hemiciclo en la comparecencia sobre la inversión en defensa y el apagón. (Europa Press/Fernando Sánchez)

De todas las versiones de Sánchez que han ido apareciendo en el escenario, la más reciente es la peor. De aquel simulacro de reflexión de abril del 24 salió el personaje aún más desquiciado y envilecido que antes, lo que parecía difícil. En el último año ha cometido más desafueros y errores inexplicables que en los siete que lleva en La Moncloa. Y sospecho que lo peor está por llegar.

Esperamos recibir este año a más de 80 millones de visitantes extranjeros, que son quienes nos dan la vida. Más nos vale que no hayan estado atentos a las noticias de España de los últimos meses, porque existe el riesgo de que busquen algún otro destino donde la electricidad no se caiga, los trenes no se paren, los ríos no se desborden y los gobernantes nacionales no sean un peligro para la nación.

Nos lamentamos con razón de que el Gobierno de Sánchez degrade al Parlamento haciendo de él un decorado baldío, lo que es sacrílego en un sistema llamado democracia parlamentaria. La oposición lo critica, también con razón, cuando pervierte el proceso legislativo, se cisca en sus obligaciones constitucionales o secuestra las funciones del Parlamento. El lamento y la crítica son tan justos como estériles. Está claro que este hombre no vino al mundo para respetar las reglas, y no va a empezar a hacerlo ahora que ha pasado de practicar el bonapartismo a creerse Napoleón.

Pedro Sánchez
El redactor recomienda