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Una Cierta Mirada
Por
Sánchez y sus ministros: una tipología
Las conversaciones entre Sánchez y Ábalos demuestran también hasta qué punto esta gente se siente más propietaria del Estado que inquilina en el Gobierno
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Existe una persona en el mundo a la que el presidente del Gobierno ama con todo su cuerpo y su alma. Obviamente, esa persona es Pedro Sánchez. Existe otra a la que teme cervalmente: su nombre es Begoña. Ahí comienza y concluye su universo emocional (desconozco el lugar que ocupen en su corazón sus padres y sus hijas).
El resto del planeta se compone de un conjunto informe de sujetos, sujetas y sujetes, cuyo valor en la óptica presidencial es meramente instrumental. Estos (es decir, la humanidad fuera de su familia) se dividen en tres grupos: a) aquellos de los que puede obtenerse algo provechoso (por ejemplo, su voto si figuran en el censo y los expertos monclovitas los señalan como "público objetivo" o votantes potenciales); b) Quienes no aportan al convento sanchista algo útil o comestible, que son meros objetos cuya única función es no estorbar, y c) los enemigos reales o imaginarios, que, en el mejor de los casos, deben ser neutralizados.
En alguno de estos tres grupos figuran también sus colaboradores, que frecuentemente pasan de una a otra categoría por motivos más o menos caprichosos o ignotos. José Luis Ábalos fue un ejemplar destacado del grupo A, tras su expulsión del paraíso transitó durante un tiempo por el grupo B y ahora está en primera fila del grupo C. Nada que ver con la confianza: Sánchez deposita tal volumen de confianza en sí mismo que no le queda un gramo para los demás. Muchos se equivocaron a este respecto y hoy penan en el destierro preguntándose qué les sucedió.
Se dice que, además de los ya publicados por El Mundo, hay una tonelada de mensajes intercambiados entre Sánchez y Ábalos, el patrón y el capataz. Es lógico, como lo es el tono palurdo y trapacero en el que se expresan. A estas alturas, sólo pueden sorprenderse de ello quienes padecen ceguera voluntaria.
Ahora bien, no olvidemos que, además de dos compinches, quienes conversan son el presidente del Gobierno y el ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, usando dispositivos facilitados por la Administración y pagados por los contribuyentes.
El ejemplo sirve para tipificar la muy peculiar relación de este presidente con sus ministros, ministras y ministres. Atendiendo al proceder de cada uno, no es difícil clasificarlos en cuatro categorías, a saber:
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Están los ministros gestores, de quienes se espera un manejo más o menos aseado de sus competencias, obediencia debida y meterse en política lo menos posible, ateniéndose en todo caso al argumentario de cada mañana. Quizá los dos casos más claros de este grupo sean el ministro de Economía y la de Defensa, aunque pertenecen a especies distintas. El primero es un funcionario disfrazado de ministro y Robles una política ambiciosa camuflada en un uniforme militar: "Una pájara", como ha detectado su presidente, que no le quita ojo. (Pájara: persona astuta y con muy pocos escrúpulos, RAE).
Hay un nutrido grupo de ministros de compañía o de adorno, de quienes se espera que no hagan absolutamente nada destacable, especialmente si se trata de actuaciones relacionadas con su área de gestión. Son, desde luego, los ministros de Sumar, que bastante recompensa tienen con estar donde jamás soñaron llegar: los Bustinduy, Urtasun, Mónica García o Sira Rego. Pero también otros como Isabel García (Vivienda y Agenda Urbana) o Elma Saiz (Inclusión, Seguridad Social y Migraciones). No es que sus materias sean poco importantes: lo son ellas, ellos y elles, salvo por su condición de ministros de cuota.
Lo específicamente sanchista es la figura de los ministros gladiadores. Su misión en el Gobierno no tiene relación con el rótulo de los ministerios que les dan cobertura. Son los perros de presa del sanchismo, que van al choque cotidiano con el PP con motivo o sin él, persiguen a los periodistas insumisos, reparten caramelos entre los dóciles e intoxican a todos, amenazan empresarios o pastorean líderes sindicales, rastrean jueces golpistas y vigilan a los barones y dirigentes territoriales.
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Óscar López, por ejemplo, sabe de sobra que la Superioridad no lo evaluará por lo que haga en materia de transformación digital o función pública (de hecho, es preferible que no haga nada), sino por su ferocidad en el campo de batalla y su eficiencia en el control de los medios. Lo mismo puede decirse de Montero y la Hacienda Pública (una vez abandonados los presupuestos en esta legislatura, sólo le queda el papel de mujer pantera), Pilar Alegría, rigurosamente inédita en Educación y deplorablemente notoria como portavoz, Óscar Puente -quizá el más zafio- a quien claramente no lo nombraron para que los trenes funcionen, y varios otros.
Capítulo aparte en este grupo merece el inefable Marlaska, que desaprende derecho por horas y tiene pendiente explicar a su amo por qué no liquidó la UCO cuando hacerlo no habría sido un escándalo mundial. Y por supuesto, es obligatorio incluir en esa categoría de gladiadores de la causa sanchista a la presidenta del Congreso, que se presta cada semana a arrastrar la dignidad del cargo.
Los gladiadores son, aparentemente, los predilectos del jefe porque pertenecen a su misma especie; pero, precisamente por ello, son también quienes más se juegan la piel. Ahora han enviado a varios de ellos a que les partan la cara en las elecciones autonómicas, aunque quizá recalen en alguna embajada de relumbrón si hay tiempo para ello.
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Queda la categoría de los ministros capataces. Los encargados de que nadie se salga del rebaño sin recibir la correspondiente represalia. Ha habido tres de estos: Ábalos, que terminó como terminó. Bolaños, que terminará como terminará pese a su resbaladizo jesuitismo. Y Pablo Iglesias, que se aburrió al comprobar que estar en el Gobierno no equivale a tener todo el poder y dejó paso al gran fiasco que ha resultado ser Yolanda Díaz.
Las conversaciones entre Sánchez y Ábalos demuestran también hasta qué punto esta gente se siente más propietaria del Estado que inquilina en el Gobierno: sólo así se entiende que olviden que los presidentes autonómicos no son funcionarios de Ferraz, sino gobernantes votados por el pueblo soberano y elegidos por un parlamento: es decir, que poseen la misma legitimidad de origen que el primer ministro, además de ostentar la condición constitucional de representantes ordinarios del Estado en sus territorios. Que no se les marca, no se habla con ellos "pegándoles toques" y no se les castiga con los PGE (en el caso de que este Gobierno vuelva a tener algún presupuesto).
Con todo, lo más enigmático de este y otros casos es que los políticos de esa generación aún no hayan comprendido que el cacharrito que llevan en el bolsillo es un arma de destrucción masiva y se ahorquen con el teclado una y otra vez. Pichones de monda…
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En fin, puesto a buscar "petardos", Sánchez podría encontrar una buena cantidad de ellos sin necesidad de salir del complejo de la Moncloa. Incluso en su propio despacho.
Existe una persona en el mundo a la que el presidente del Gobierno ama con todo su cuerpo y su alma. Obviamente, esa persona es Pedro Sánchez. Existe otra a la que teme cervalmente: su nombre es Begoña. Ahí comienza y concluye su universo emocional (desconozco el lugar que ocupen en su corazón sus padres y sus hijas).