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Izquierda y progresismo no son la misma cosa
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Izquierda y progresismo no son la misma cosa

Cualquiera de los seis presidentes anteriores de la democracia dejará mejor recuerdo que este en la historia de España. Y cualquiera de ellos, los de izquierdas y los de derechas, hizo cosas más progresistas y más provechosas para el procomún

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal)
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Lenin, padre intelectual de Pablo Iglesias (el de Podemos), publicó en 1920 un opúsculo titulado ' La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo'. El comunista alemán Otto Bilis lo describió como "un escrito polémico, lleno de veneno y bilis, agresivo, tosco, plagado de tergiversaciones, sospechas y falsedades, odioso y amenazante como una bula papal de excomunión", lo que puede predicarse de toda la producción escrita de Vladimir Ilich y de su propia vida.

A Francisco Largo Caballero, antecedente histórico remoto del actual sanchismo, lo llamaban "el Lenin español", lo que él, en su estulticia, tomaba como un gran elogio; sin embargo, Lenin no habría dudado en incluir a Largo Caballero entre los afectados por la enfermedad infantil del izquierdismo, una especie de idiocia política que han heredado prácticamente todos los dirigentes de la actual izquierda española, empezando por Sánchez.

La palabra "progresismo" no aparece jamás en los textos de Lenin, ni en los de Marx y Engels, ni en los discursos de Pablo Iglesias (el fundador del PSOE) o en las soflamas largocaballeristas. Tampoco aparece el concepto en el Programa Máximo del PSOE, redactado en 1879, que antiguamente figuraba en el carné que te entregaban al ingresar en esa cofradía.

Todo ello es lógico, porque toda esa gente, se llamaran comunistas o socialistas, creía que el motor de la historia era la lucha de clases (más bien de castas, como clarificó Antonio Escohotado) y su objetivo declarado no era el progreso de la humanidad (un concepto blando y pequeñoburgués donde los haya), sino la abolición de las clases sociales mediante el exterminio de una de ellas -la burguesía- y la incautación del poder político por la otra -el proletariado-, lo que exigía la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción y su apropiación por el Partido Obrero.

Foto: El periodista Esteban Hernández en la actualidad. (Salomé Sagüillo)

Lo que diferenciaba a unos de otros era la nada menor cuestión de la libertad: necesaria para los socialistas, prescindible para los comunistas. En realidad, una vez abolidas las clases sociales, suprimida la propiedad privada y ocupado el poder político por el Partido Obrero (o su variante en cada país), resulta congruente la respuesta de Lenin a Fernando de los Ríos: Libertad, ¿para qué?

La idea del progresismo enraíza más con la Revolución Francesa, protagonizada por la burguesía frente al absolutismo monárquico, que con la izquierda clásica ligada al movimiento obrero. La idealización del progreso personal y colectivo, plasmado en la fórmula mágica "Libertad, Igualdad, Fraternidad", es un producto esencialmente burgués que, en la actualidad, puede ser indistintamente compartido -o combatido- por personas alineadas en lo que convencionalmente seguimos llamando izquierda y derecha.

Foto: Bandera comunista. Opinión
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No fueron los herederos de Marx y Lenin quienes trajeron al mundo los valores del progreso, sino más bien los de Rousseau y Voltaire, entre otros. La civilización occidental es hija de la Ilustración, no de la revolución proletaria -que tuvo que olvidar a Marx y recuperar el ideario ilustrado para quitarse el pelo de la dehesa y hacerse socialdemócrata tras comprobar en la práctica el infierno al que condujeron las distintas versiones de la dictadura del proletariado.

Regresemos a nuestra actualidad doméstica

Sostener contra viento y marea un Gobierno minoritario -y, por ello, inane- resignado a la parálisis. Congelar la agenda reformista del país. Hacer convivir una fase de crecimiento de la economía con el aumento vertiginoso de la desigualdad social y de la pobreza infantil. Condenar a varias generaciones a la precariedad vital mientras se destina el grueso de los recursos públicos a los viejos que votan y el servicio de una deuda colosal. Descuidar irresponsablemente el cuidado y mantenimiento de los servicios públicos y las infraestructuras. Provocar un choque institucional múltiple, haciendo imposible la colaboración entre las distintas administraciones públicas. Atentar contra la división de poderes, tratando de tomar la Justicia por asalto y despreciando al Parlamento. Cancelar de hecho los presupuestos anuales y sustituirlos por un uso opaco y discrecional del dinero de los contribuyentes, sometidos a reiteradas agresiones fiscales. Instalar y excitar un clima de cerril polarización partidista fabricada en los laboratorios del poder, con grave peligro de que se contagie a la sociedad. Enlazar conflictos sucesivos con países decisivos para la política exterior de España.

Sigo: maltratar la verdad con saña, encadenando embustes cada vez más impúdicos con el burdo pretexto de los "cambios de opinión". Ignorar abiertamente los mandatos constitucionales cuando su cumplimiento resulta incómodo. Plantar cara cínicamente a una oleada de casos de corrupción que comprometen al corazón mismo del poder: la familia del presidente, los ministros del presidente, los dirigentes del partido del presidente y, quizá, al presidente mismo -por acción o por consentimiento-. Aceptar el chantaje continuado de partidos antisistema cuyo objetivo es el desmantelamiento del Estado y la desintegración de la nación.

Foto: Pedro Sánchez, presidente de España. (EP/Gustavo Valiente) Opinión
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Este apretado resumen de una legislatura infausta puede ser obra de la izquierda, cosas mucho peores se han visto en el mundo realizadas indistintamente por la izquierda o por la derecha, hasta llegar a las guerras imperialistas y el crimen masivo de las poblaciones.

Ahora bien ¿tiene algo de progresista? Nada en absoluto. Es muy difícil encontrar en los 18 meses de esta legislatura alguna acción impulsada directamente por el Gobierno que haya producido avances sustanciales en la libertad, la igualdad o la fraternidad de los españoles. Más bien al contrario: hoy hay más ciudadanos que se sienten presionados o amenazados por la vis expansiva del poder ejecutivo, las desigualdades son mayores y más profundas y la convivencia está sometida a ataques inclemente por políticos profesionales que creen extraer algún rédito de sus estrategias cismáticas.

La tan comentada superioridad moral de la izquierda está ligada al secuestro fraudulento del concepto "progresista", como si una cosa y la otra fueran indisociables. Nada que ver: la izquierda, como la derecha, son referencias de topografía política cada vez menos relevantes (hay quienes lo han reducido todo a una escala de 1 a 10 y con eso van por la vida ejerciendo de analistas políticos). La historia ha demostrado que en ambas caben individuos progresistas y reaccionarios, demócratas y totalitarios, pacíficos y belicosos, honrados y canallas, amantes de la verdad y embusteros redomados, generosos y avaros, cultos e iletrados.

Foto: Iván Espinosa de los Monteros posa para El Confidencial. (A. M. V.)

Pocas cosas detesto más que las vivencias eclesiásticas de la política. En las células de los partidos antifranquistas se nos adoctrinaba para aprender que la izquierda defiende ideales e intereses generales mientras la derecha sólo defiende sus negocios e intereses particulares (Marx y Lenin correrían a gorrazos a quien sostuviera esa memez). El caso es que nos tragábamos la patraña como otros aprendían de memoria el catecismo del padre Ripalda. Me pregunto si es tan difícil aceptar que hay interpretaciones distintas del interés general y que todas son igualmente legítimas mientras respeten la dignidad del prójimo.

El Gobierno de Sánchez es de izquierda: no malgastaré un minuto en refutarlo, aunque no sería difícil hacerlo. A quien eso le baste para permanecer plácidamente en el rebaño, con su pan se lo coma. Pero la etiqueta no garantiza que su forma de gobernar sea progresista, ni que la razón histórica esté de su parte, ni que el país avance bajo su mando, ni que el interés general de los españoles esté mejor servido. Por limitarnos a esta legislatura, un somero repaso empírico revela más bien que estamos viviendo un período tan oscuro como improductivo. Cualquiera de los seis presidentes anteriores de la democracia dejará mejor recuerdo que este en la historia de España. Y cualquiera de ellos, los de izquierdas y los de derechas, hizo cosas más progresistas y, sobre todo, más provechosas para el procomún.

Lenin, padre intelectual de Pablo Iglesias (el de Podemos), publicó en 1920 un opúsculo titulado ' La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo'. El comunista alemán Otto Bilis lo describió como "un escrito polémico, lleno de veneno y bilis, agresivo, tosco, plagado de tergiversaciones, sospechas y falsedades, odioso y amenazante como una bula papal de excomunión", lo que puede predicarse de toda la producción escrita de Vladimir Ilich y de su propia vida.

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