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Me llamo Pedro Sánchez y necesito un abogado
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Me llamo Pedro Sánchez y necesito un abogado

Tal como se han puesto las cosas en España, la permanencia duradera del sanchismo en el poder ya no es compatible con la independencia del poder judicial. Uno de los dos tiene que caer para que el otro sobreviva

Foto: El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
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Emiliano García-Page dejó caer en su entrevista con Carlos Herrera esta frase tremenda, más por lo que sugiere que por lo que dice: "Las cosas que más preocupan a Sánchez ni siquiera están hoy en los periódicos". O no conozco al presidente de Castilla-La Mancha -y lo conozco hace treinta años- o García-Page es muy consciente de lo que contiene esa afirmación.

Es de esperar que, para completar su ejercicio de coherencia, el secretario general del PSOE de Castilla-La Mancha sienta el ánimo de reproducir esa misma frase en uno de los cinco minutos que le concederán para hablar en el comité federal de su partido.

La frase de Page toca con precisión quirúrgica el centro nervioso de la situación política actual. Hay que partir de ella en cualquier análisis que pretenda comprender en qué punto de degradación está la gobernanza de España y entrever lo que pueda suceder en los próximos meses. No es que lo difundido hasta ahora sea poco relevante: con una décima parte de ello, un primer ministro europeo normal habría abandonado su cargo hace tiempo. El drama es que lo sabido hasta ahora es sólo el anticipo de lo que está por saberse, y lo actuado por jueces y tribunales no es ni la mitad, en cantidad y trascendencia, de la tarea que tienen por delante.

Si esto lo sabe un actor lateral y ajeno a los hechos como el presidente de Castilla-La Mancha, con más razón lo sabe el guionista, director y actor protagonista de la película, presidente del Gobierno y propietario de la organización reconvertida al populismo y de funcionamiento autocrático que, sólo a efectos de fidelización mística de la parroquia, sigue rotulándose con la sigla PSOE.

Foto: Eduardo Madina y Felipe González, dos horas después de la rueda de prensa de Sánchez en Ferraz. (EFE/J.P.Gandul)

Todos y cada uno de los movimientos de Pedro Sánchez desde la gamberrada de sus ejercicios espirituales en abril de 2024 vienen condicionados por la aguda consciencia de lo desvelado por Page en la COPE y lo que puede suponer para su persona. La larga lista de los comprometidos hasta ahora, desde la mujer y el hermano a los dos secretarios de Organización (uno de ellos, ministro predilecto) y la colección de hampones internos y externos que componen el reparto de la trama, funcionan como parapetos o sacos terreros cuyo sacrificio se dará por bueno si sirve para preservar al habitante del minarete monclovita. El problema es que varios de ellos no parecen dispuestos a interpretar de buen grado el papel de mártires por la causa. Quizá lo más triste es que a la lista de los kamikazes voluntarios se apunten, por ejemplo, el fiscal general y el presidente del Tribunal Constitucional.

El desafío del sanchismo al Estado de derecho es una batalla compleja que se desarrolla simultáneamente en varios escenarios. En algunos su posición es cómoda y dominante: por ejemplo en su partido, domado, depurado y disecado durante una década de silencio y sumisión genuflexa. Por ese lado tiene poco o nada que temer.

Foto: Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo) Opinión

Más frágil es la pista parlamentaria. De momento, en el cálculo mercantil de sus aliados -más bien acreedores- sigue prevaleciendo el beneficio que esperan obtener de un Gobierno tambaleante, dispuesto a firmar sin tasa talones al portador -no sólo de dinero- con cargo al contribuyente y a la democracia.

Menudos aliados son esos que ni siquiera aceptan hacerse una foto contigo (y el único que lo acepta es el más abyecto). Un día no lejano concluirán que a esa vaca exhausta ya no se le saca ni un vaso más de leche y que, para reactivar sus causas subversivas, vivirán mejor contra Feijóo que con Sánchez.

Aun así, Feijóo no encontrará ahí los cuatro votos que le faltan para que la moción de censura sirva de algo, lo que personalmente celebro. El líder del PP sólo llegará a la Moncloa pasando por las urnas y en las condiciones que los electores establezcan. Cualquier otra especulación palaciega es una pérdida de tiempo y de higiene, y España anda escasa de ambas cosas.

Foto: Pedro Sánchez en la Conferencia de Presidentes. (Europa Press) Opinión
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Gana peso, en lo subjetivo, lo que ocurre en la batalla mediática. Los medios no decidirán si el sanchismo perdura o no en el poder, pero ellos -sobre todo, algunos de ellos- darán las primeras señales del veredicto final. Si el genio de la lámpara maravillosa ofreciera a Sánchez elegir entre el final inmediato de las guerras en Ucrania y Oriente Medio o afianzar su control político del Grupo Prisa, no vacilaría un segundo en aferrarse a lo segundo. Pero el genio no existe y, por fortuna, ninguna de las dos cosas depende de este presidente en apuros.

Como sucede en el tenis, hay una pista principal donde realmente se dirime el resultado del torneo. Lo que hoy se contempla en la pista principal es el enfrentamiento a vida o muerte entre el poder ejecutivo y el poder judicial. El primero en busca de su inmunidad y de un poder sin límite ni control. El segundo, en defensa propia y en la del Estado de derecho.

La ofensiva contra la división de poderes y, singularmente, contra una Justicia independiente no es novedosa ni sorpresiva: se produce invariadamente, siempre en los mismos términos, allí donde emerge un régimen populista. La hemos visto antes, con resultados diversos, en Nicolás Maduro, Cristina Kirchner, Berlusconi, Víktor Orbán, López Obrador, Donald Trump y tantos otros. Es ya una batalla global, mucho más trascendente en nuestro tiempo que la división convencional entre la izquierda y la derecha. De su desenlace depende la supervivencia de la democracia representativa (perdón por la redundancia).

Foto: Pedro Sánchez en su rueda de prensa del jueves. (Europa Press) Opinión
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Tal como se han puesto las cosas en España, la permanencia duradera del sanchismo en el poder ya no es compatible con la independencia del poder judicial -entre otras piezas esenciales de nuestro sistema constitucional, igualmente amenazadas-. Uno de los dos tiene que caer para que el otro sobreviva. Me adelanto a decir que no son los jueces quienes han planteado la contienda en esos términos: forma parte del código genético del populismo, sea originario o adquirido como el del PSOE. En esa tesitura, este columnista sabe muy bien cuál es su sitio.

En mi opinión (que no tiene por qué ser la de García Page), eso que Sánchez teme más que ninguna otra cosa y aún no está en los periódicos es su propio encausamiento. Parece difícil haber vivido durante once años rodeado de presuntos delincuentes de toda confianza, que tantos de ellos estén ya implicados en múltiples sumarios de corrupción y que algún juez instructor no considere conveniente en algún momento procesal que el jefe de todos ellos y supuesto beneficiario de sus manejos sea citado a declarar asistido por su abogado.

Si tal cosa llegara a suceder, habría que formalizarlo en un suplicatorio que debería aprobar el Congreso de los Diputados. Ese sería el primer instante crucial: un paso en falso, una reacción imprudente y la actual crisis institucional se convertirá en una crisis constitucional de alcance imprevisible. El otro momento decisivo será cuando llegue el momento de convocar las elecciones y las estimaciones de voto respetables (lo que excluye al CIS) anuncien que el final del sanchismo en el poder es inminente.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), y el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz. (EFE/Moncloa/Fernando Calvo) Opinión
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Ello quizá explique que, de las rogativas que le transmitió Rufián, la única ante la que Sánchez se plantó fue la supresión de los aforamientos para políticos acusados de corrupción. "Los necesito", le dijo. No para su familia, sus ministros o diputados como el infame Gallardo, sino para sí mismo, por si acaso.

Medio siglo atrás, algunos jóvenes aprendimos de Ramón Rubial esta lección elemental: primero está el interés del país y de la sociedad, después el del partido y, en último lugar, el de los dirigentes. Lo que Sánchez llama obscenamente "mi organización" ha invertido drásticamente esa ecuación. Por eso y por muchas cosas más, ser fiel a la vez al espíritu de Rubial y al de Sánchez resulta un imposible metafísico.

Emiliano García-Page dejó caer en su entrevista con Carlos Herrera esta frase tremenda, más por lo que sugiere que por lo que dice: "Las cosas que más preocupan a Sánchez ni siquiera están hoy en los periódicos". O no conozco al presidente de Castilla-La Mancha -y lo conozco hace treinta años- o García-Page es muy consciente de lo que contiene esa afirmación.

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