La burda estafa de mezclar la matanza de Gaza con el ciclismo
Solo en un país políticamente enfermo como el nuestro pueden llegar a mezclarse en un mismo debate la tragedia de Gaza, la Vuelta Ciclista a España y el festival de Eurovisión
Manifestaciones propalestinas en la final de La Vuelta. (Sergio Beleña)
Tiene razón Borrell: solo la comunidad internacional (si es que aún existe), actuando concertadamente, podría frenar la matanza de Gaza. Entre otros motivos, porque fue la comunidad internacional la que en su día convirtió un conflicto de siglos en el maldito infierno que es Oriente Medio desde el final de la II Guerra Mundial.
Mientras la causa palestina siga dirigida por organizaciones criminales como Hamás y el Estado de Israel gobernado por bestias pardas como Netanyahu, de ahí solo pueden esperarse horror y ríos desbordados de sangre humana. Las simplificaciones binarias del conflicto más complejo de la era moderna son ignorantes, estúpidas y sectarias (frecuentemente, las tres cosas). Y ya que aquí lo hemos mezclado con el ciclismo, las escapadas oportunistas del pelotón para lucir la camiseta durante un par de kilómetros por parte de actores menores como España estorban mucho más que ayudan.
Los terroristas de Hamás hicieron una salvajada destinada a provocar el martirio de su propio pueblo y el Gobierno sionista de Netanyahu les dio lo que buscaban: una carnicería sádica que repugna cualquier conciencia civilizada. Se agotó la coartada de subrayar la "excepción democrática" de Israel en un entorno de teocracias islámicas: el de Netanyahu es definitivamente un Gobierno criminal y a Israel se le agotó el crédito moral de seguir cobrándose la deuda del holocausto por la vía de masacrar periódicamente a decenas de miles de personas.
La polémica sobre la pertinencia del término genocidio tiene su importancia a la luz del derecho internacional (por ello debería manejarse con prudencia), pero no es necesaria la hipérbole para aumentar el espanto. En todo caso, se debería hablar de un doble designio genocida: el yihadismo islamista está resuelto a aniquilar Israel y el sionismo victimario pretende exterminar al pueblo palestino. Ambos son igualmente incompatibles no ya con la democracia, sino con la civilización.
Juan Fernández-MirandaIgnacio S. CallejaVídeo: Marta Abascal
Solo en un país políticamente enfermo como el nuestro pueden llegar a mezclarse en un mismo debate la tragedia de Gaza, la Vuelta Ciclista a España y el Festival de Eurovisión. Solo en un entorno institucionalmente envenenado es concebible que el Gobierno se felicite a sí mismo por la actuación de unos vándalos callejeros y promueva a la vez un simulacro de represión policial y el sabotaje violento de un evento deportivo, poniendo en riesgo la integridad física de ciclistas, espectadores y viandantes. Solo en una atmósfera desquiciada es concebible que una presidenta autonómica compare elMadrid de 2025con el Sarajevo de los 90 y sus hinchas aplaudan el disparate.
Dice Óscar López: "Lo siento por los ciclistas, pero lo siento más por los palestinos". El aserto no puede ser más obvio y a la vez más imbécil: nunca se trató de sacrificar los derechos de los palestinos por los de los ciclistas. En la España actual los políticos han perdido la razón -en todos los sentidos de la expresión- y parecen dispuestos que todos la perdamos.
Pedro Sánchez es peligroso cuando la mayoría social está en contra de alguna de sus posiciones (por ejemplo, la amnistía), porque culebrea de las formas más rastreras para conseguir su propósito sin pagar la factura que le correspondería. Pero lo es aún más cuando percibe que la mayoría simpatiza con una de sus posturas, porque entonces empotra en la pared a cualquiera que discrepe -o que simplemente exprese matices- y aparece en plenitud el acosador político que lleva en el alma.
Es evidente que la mayoría de los españoles siente horror por la matanza de Gaza y tiende a sentirse próxima a la causa palestina: siempre ha sido así y, con todo motivo, lo es mucho más cuando cada día nos golpea con noticias e imágenes terroríficas de la masacre. Es difícil no coincidir básicamente con la postura del Gobierno español, salvando gesticulaciones absurdas y abusos verbales que forman parte del estilo de la casa. Partido a partido, en esta hora toca frenar al criminal Netanyahu y proteger por todas las vías posibles a quienes está torturando o directamente asesinando a mansalva.
Otra cosa es exprimir la tragedia para obtener ventajas abusivas en el espacio doméstico, una tentación que el sanchismo es incapaz de contener.
A quien haya estado dos semanas en un gobierno se le ocurre un puñado de formas de evitar los disturbios callejeros del pasado domingo, salvo que se pretenda precisamente que esos disturbios se produzcan y monopolicen la atención pública. El Gobierno, a través del Consejo Superior de Deportes, podría haber impedido la presencia en la competición de un equipo israelí. Sabiendo como sabía que se estaban organizando acciones de boicot en el centro de Madrid, el Ministerio del Interior tenía en su mano varias actuaciones preventivas: desde obligar a la organización a cancelar la etapa a desviar el trayecto previsto para que no llegara al centro de la ciudad o blindar policialmente las calles por las que pasaría la carrera para impedir el acceso a ellas de los vándalos. No sería la primera ni la última vez que se toman medidas parecidas ante la previsión cierta de disturbios en la calle. Y alguna de ellas se habría aplicado en el Tour de Francia en una situación semejante.
Se hizo lo contrario: el presidente del Gobierno trasmutado en agitador -y, sin duda, sabedor de lo que se preparaba- convocó personalmente a las masas para que se sumaran a la revuelta; y después el ministro del Interior afirmó que la actuación de la policía fue "suficiente". Quería decir que fue suficiente para lograr lo que se buscaba, que no era precisamente garantizar el orden. Más bien, ganar una semana sin que los titulares hablen de Ábalos, Cerdán y compañía y acorralar al PP como cómplice de la matanza de palestinos en Gaza, como si Feijóo y Tellado se hubieran trasladado personalmente allí para acuchillar niños y mujeres.
Al entrar en ese camino de demagogia te obligas a elevar el listón cada semana para mantener la caldera hirviendo. Ya viene Eurovisión para realizar otro salto de la cabra. Como ha señalado Jorge Bustos, habrá que ver qué diablos hacemos con el Campeonato Mundial de Fútbol, con los equipos españoles que tienen hasta un 30% de capital israelí o los que participan en competiciones internacionales de baloncesto en las que deberán enfrentarse al Maccabi de Tel Aviv.
Por no mencionar lo más gordo: desde el comienzo de la masacre de Gaza, España ha comprado armas israelíes por valor de más de mil millones de euros. Un militar profesional sabe que, si España dejara de recibir armamento y suministros militares procedentes de Israel, nuestro Ejército de Tierra quedaría desarmado y paralizado.
He dedicado demasiado tiempo de mi vida a influir sobre la opinión pública como para no distinguir a simple vista una operación de manipulación, sobre todo si es tan grosera como las que perpetra este Gobierno. Hace mucho que se descubrió el truco de los lunes: si produces una noticia de impacto el lunes, marcas la conversación pública durante toda la semana. Eso y no otra cosa está detrás del boicot a la Vuelta ciclistaalentado -si no perpetrado- desde la Moncloa.
¿Está mejor el pueblo palestino después de esta maniobra chapucera? ¿Contribuyó la algarada a frenar la destrucción de Gaza o a debilitar a Netanyahu? ¿Ha crecido de alguna manera el crédito internacional de España o su posibilidad de participar de forma eficiente en la solución del conflicto? Más cierto me parece que un gobernante occidental pensaría en revisar su política si Hamás y Pekín lo felicitaran reiteradamente por ella.
Tiene razón Borrell: solo la comunidad internacional (si es que aún existe), actuando concertadamente, podría frenar la matanza de Gaza. Entre otros motivos, porque fue la comunidad internacional la que en su día convirtió un conflicto de siglos en el maldito infierno que es Oriente Medio desde el final de la II Guerra Mundial.