El gallinero nacional: colección semanal de disparates
Aquí no se trata de Gaza ni del pueblo palestino ni de la paz en Oriente Medio, sino de una variante más del gallinero español, que es lo único que nos apasiona. En la España sanchista, de cualquier evento puede hacerse leña para atizar la hoguera
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero. (Europa Press/Carlos Luján)
Carlos Alsina, conspicuo miembro de la fachosfera, ha descubierto que la forma más eficiente de hundir al Gobierno de la mayoría progresista es llevarlos a su programa y dejarlos hablar, cuanto más largo mejor. No son necesarias preguntas incisivas ni datos elaborados que desmonten sus embustes: en su inercia verborreica, ellos mismos se ahorcan con sus argumentarios. Consumado el ridículo, dan las gracias y se vuelven a sus despachos, la mar de satisfechos por haber cumplido al pie de la letra las instrucciones de la superioridad.
No es que Alsina les ponga alguna sustancia idiotizadora en el café, aunque a veces lo parezca. Igual fenómeno afecta a los dirigentes de la oposición, que durante las vacaciones judiciales se han quedado ayunos de ideas y de discurso. Me pregunto qué sería del oficialismo si no existiera Vox y qué sería del PP si no existiera el presunto lawfarey si funcionaran las cosas básicas: trenes, aeropuertos, sistema eléctrico, coordinación entre gobiernos, previsión y actuación eficaz ante riadas o incendios, pulseras para controlar a los agresores sexuales…
Cualquiera diría que el tema de la semana en España ha sido la matanza de Gaza. Ojalá lo hubiera sido. La experiencia demuestra que, en la España sanchista, de cualquier evento puede hacerse leña para atizar la hoguera doméstica. Por ejemplo, esta semana hemos sabido que la Vuelta ciclista o el Festival de Eurovisión son los instrumentos con los que la España progresista se dispone a liderar al resto del mundo en la guerra santa contra el Genocidio sionista.
Imprescindible silabear con ademán desafiante la palabra Ge-no-ci-dio: cualquier otra no sirve. Por supuesto, ninguno de los que la arrojan más que pronunciarla se ha tomado la molestia de echar un vistazo a la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, aprobada por las Naciones Unidas en 1948, y mucho menos de leer algún texto al respecto del jurista polaco Raphael Lemkin, creador del concepto.
Juan Fernández-MirandaIgnacio S. CallejaVídeo: Marta Abascal
Si lo que está haciendo Netanyahu en Gaza no es un genocidio, no será por falta de ganas de consumarlo; pero no me parece necesario inflamar el vocabulario para identificar la barbarie en su grado máximo, y soy consciente de la implicación histórica y emocional de acusar precisamente con ese término a quienes sufrieron el mayor genocidio registrado como tal por la historia.
Un ciudadano común puede expresarse como desee, pero un gobernante debería medir sus palabras con cierta prudencia. Sánchez y Netanyahu desaparecerán pero, después de este episodio de hostilidad sobreactuada, se necesitarán décadas para restablecer una relación normal entre España y el Estado de Israel.
Aquí no se trata de Gaza ni del pueblo palestino ni de la paz en Oriente Medio, sino de una variante más del gallinero español, que es lo único que nos apasiona. Me gustaría creer que el boicot a la etapa final de la Vuelta en Madrid sorprendió al Gobierno y que este simplemente reaccionó con su acreditada ineptitud ante situaciones inesperadas, pero todas las evidencias sugieren lo contrario. El mitin de Sánchez en la víspera fue cualquier cosa menos accidental, al igual que la salida en tromba de sus mastines calentando el ambiente. España es ese país en el que un presidente del Gobierno puede promover un altercado callejero con violencia potencialmente y felicitar públicamente a los cafres que lo realizaron confundiéndolos con "el pueblo madrileño".
En cuanto a Eurovisión, mejor para quienes confunden RTVE con España: si el Gobierno cumple su amenaza, ellos se ahorrarán el bochorno anual de quedar en la cola y los demás el petardo de escuchar mil veces, queramos o no, los bodrios que suelen enviarse al certamen.
Es también ese país en el que la presidenta de la Comunidad Autónoma puede equiparar la gamberrada del domingo -amparada por el ministro del Interior- con lo ocurrido en Sarajevo hace ahora treinta años. Hay que ser ignorante, insensata o ambas cosas. La siguiente chorrada es conceder no sé qué medalla de oro a la Vuelta a España, cuyo mérito específico ignoro. ¿Por qué la medalla? Pues como en el chiste: más que nada, por molestar.
El ministro de lucha sucia, Óscar López, desafía a Feijóo a que se desmarque de Aznar y Ayuso condenando la actuación de Netanyahu (como si Ayuso y Aznar la hubieran respaldado); y cuando Feijóo reitera la condena, el gladiador aprovecha para desmelenarse subrayando la división interna del PP. Es la vieja trampa del conejo: salgas por donde salgas, te cazo. López la aprendió en su juventud y la repite siempre que puede.
El esperpento no termina ahí. Por resumir los primeros cuatro días de la semana, que no ha sido de las peores:
El presidente de la Generalitat también pasó por el programa de Alsina. Este le preguntó de qué había hablado con Puigdemont y la respuesta fue: "de política". No hubo quien lo sacara de ahí. Alguien con menos paciencia le habría puesto el micrófono por sombrero.
Pedro Sánchez anunció campanudamente una inversión multimillonaria en aeropuertos… entre 2027 y 2031, es decir, en la próxima legislatura. Se abre la tómbola y comienzan a rifarse las chochonas: primer ofertón de campaña de quien da por hecho que seguirá eternamente en el poder y que en la próxima legislatura tendrá los presupuestos de los que ha carecido en esta.
El PP y Vox ganaron con gran alborozo una votación en el Congreso en la que se exige a los Estados Unidos que retiren a Zapatero el visado… para viajar a Estados Unidos. Es sabido que Zapatero nunca pintó nada en Estados Unidos -mucho menos ahora, que ejerce de antiyanqui de los 70-. Mejor harían ocupándose de los viajes del expresidente a Pekín, a Caracas y a Ginebra, tan siniestros en la intención como en los interlocutores.
La ministra de Igualdad cambió caprichosamente las pulseras de los delincuentes sexuales y resulta que las nuevas fallan más que una escopeta de feria y, al no haber forma de demostrar sus movimientos, muchos de ellos pueden reincidir impunemente. Realmente, en este Gobierno no hay como nombrar a alguien ministra de Igualdad para que los violadores festejen los sucesivos favores. Esperemos que el cambio de pulseras haya sido solo por tontería y no por algo peor.
La ministra de Hacienda se ve en el trance de negociar el cupo catalán con el amigo secesionista, lo que aumenta exponencialmente su probabilidad de partirse la crisma en su otra personalidad de candidata en Andalucía. Es infinita la crueldad de Sánchez con sus ministros -especialmente con sus vicepresidentas, no vayan a hacerse ilusiones-.
Junts asegura que Sánchez les ha prometido que, si usted va a El Corte Inglés de Málaga o de Badajoz hablando catalán (o euskera o gallego), ahí tiene que haber alguien que lo atienda en ese idioma. Ya no saben qué hacer para apaciguar al fugitivo de Waterloo. No hay problema: ellos le mienten, él sabe que le mienten, ambos mienten a la gente y ambas partes siguen jugando el juego hasta que llegue el momento de desenfundar y dispararse a la barriga. Cuando todos hacen trampas consentidas, estas dejan de ser trampas y sólo son juegos de golfos.
Mientras tanto, los muertos en Ucrania pasan del millón, Hamás asesinó a sangre fría a 1.700 israelíes el 7 de octubre del 23, Netanyahu se ha cargado por ahora a más de 60.000 palestinos y el mundo está cerca de reventar. Pero créanme, eso es lo que menos importa a los políticos españoles, empezando por el Gobierno. Aquí siempre hemos sido mucho más de guerras civiles que de guerras globales.
Carlos Alsina, conspicuo miembro de la fachosfera, ha descubierto que la forma más eficiente de hundir al Gobierno de la mayoría progresista es llevarlos a su programa y dejarlos hablar, cuanto más largo mejor. No son necesarias preguntas incisivas ni datos elaborados que desmonten sus embustes: en su inercia verborreica, ellos mismos se ahorcan con sus argumentarios. Consumado el ridículo, dan las gracias y se vuelven a sus despachos, la mar de satisfechos por haber cumplido al pie de la letra las instrucciones de la superioridad.