Extremadura, el suicidio del PSOE por el hermano de Sánchez
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Ignacio Varela

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Extremadura, el suicidio del PSOE por el hermano de Sánchez

La candidatura de Gallardo es un suicidio alevoso al que Sánchez conduce a su partido en Extremadura y un insulto para los extremeños. El propósito es aforar al candidato y, con él, al hermano

Foto: El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, interviene durante un acto político celebrado en Plasencia. (EFE/Eduardo Palomo)
El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, interviene durante un acto político celebrado en Plasencia. (EFE/Eduardo Palomo)
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Se habla mucho de la histórica hegemonía electoral del PSOE en Andalucía (hasta que se desvaneció para muchos años en el instante en que perdió el poder de la Junta). Sin embargo, lo del PSOE de Andalucía es una broma comparado con el dominio absoluto de ese partido en Extremadura desde que nació como comunidad autónoma en 1983. Eso sí fue un feudo prácticamente inexpugnable, ganando sistemáticamente las elecciones a todos los niveles con ventajas aplastantes sobre sus adversarios.

El PSOE fue el partido más votado en diez de las once elecciones autonómicas celebradas en Extremadura entre 1983 y 2023, con siete mayorías absolutas y sin bajar jamás del 40% de los votos. Sólo tuvo un accidente en 2011, cuando el PP lo superó por dos puntos y medio y dos escaños en medio del naufragio zapateril. Aun así, Monago necesitó la ayuda estrafalaria de Izquierda Unida (contra la opinión de su dirección nacional) para formar un gobierno no menos estrafalario y efímero. Incluso en aquella derrota, los socialistas extremeños se las arreglaron para obtener un 43,5% de votos: una cifra con la que hoy no pueden soñar.

El PSOE extremeño sólo ha conocido dos líderes: Juan Carlos Rodríguez Ibarra y Guillermo Fernández Vara. El primero ganó siete elecciones consecutivas superando cinco veces el 50% de los votos. Nadie en España puede presentar un palmarés semejante, ni creo que alguien lo repita. Ibarra es, de lejos, el líder electoral más ganador de nuestra historia democrática; y después Fernández Vara rayó a gran altura.

Durante cuarenta años, en Extremadura el voto de la izquierda superó al de la derecha con distancias siderales, cualquiera que fuera la coyuntura nacional. Incluso en el socavón de 2011, el voto de la izquierda superó al de la derecha.

Hasta que llegó Sánchez, que se ha cargado sucesivamente los dos feudos electorales históricamente más sólidos del Partido Socialista: Andalucía y Extremadura.

El desastre comenzó en mayo de 2023. El PSOE descendió 7 puntos y 6 escaños respecto a la votación anterior. Sólo pudo superar al PP por 6.800 votos, empatando a escaños. Por primera vez en la historia de las elecciones extremeñas, la derecha superó a la izquierda en votos y en escaños y María Guardiola formó un accidentado gobierno de coalición con Vox. Además, el PP se hizo con las alcaldías de las dos capitales de provincia, Badajoz y Cáceres.

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Dos años y medio más tarde, el vuelco histórico está a punto de consumarse, esta vez con aspecto de naufragio por autosabotaje. El Gobierno de coalición derechista saltó por los aires y Extremadura está sin presupuestos. Para que el PSOE recuperara el Gobierno autonómico en su feudo más natural habrían bastado un ejercicio aseado de la oposición en Extremadura y del Gobierno en España y un liderazgo presentable en ambos ámbitos. Sin embargo, lo que viene es una paliza autoinducida de la que tardará muchos años en recuperarse. Aún peor que en Andalucía.

Sánchez ha demostrado que no le importa sacrificar a su partido en cualquier territorio si ello le conviene para su ambición de poder personal. Que se lo pregunten a los socialistas andaluces, a los gallegos o, ahora, a los extremeños. O a las cinco comunidades a las que ha castigado con otros tantos paracaidistas de valor electoral cero o negativo, provenientes de su Consejo de Ministros: todos ellos perderán ruidosamente. No está lejos el instante en que el único presidente autonómico socialista de España sea Salvador Illa, agarrado por el cuello por los independentistas.

Ahora bien, el caso de Extremadura rebasa los límites conocidos porque no se trata de una operación política, sino estrictamente familiar. Atendiendo al código ético del PSOE, Miguel Ángel Gallardo debería estar expulsado del PSOE desde hace meses (aunque, si se lee ese texto con atención, quizá deberían estarlo también el militante Pedro Sánchez y varios de sus ministros).

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Gallardo queda exento del código ético, quizá por su estrecha relación con el hermano de este Señor Presidente que cada vez se asemeja más al espíritu del que da nombre a la novela de Miguel Ángel Asturias. Como mínimo, Miguel Ángel Gallardo y David Sánchez son compañeros de banquillo. Ambos están procesados por prevaricación y tráfico de influencias en espera de juicio.

No recuerdo en la Europa democrática un caso anterior en el que un partido político tenga la osadía de pedir la confianza y el voto de los ciudadanos para alguien procesado por la Justicia por dos delitos de corrupción. No para cualquier cosa, sino para presidir una comunidad autónoma de un millón de personas y ser, por tanto, el representante ordinario del Estado en ese territorio.

Si ese territorio resulta ser el más pobre de España se entienden algunas cosas, dada la inclinación de este presidente progresista a volcar recursos y promesas de financiación singular en las comunidades ricas con partidos separatistas y votos en el Congreso para subastar. Por lo demás, si es admisible convertir en aliados preferentes a condenados por sedición, fugitivos de la justicia y terroristas convictos, ¿por qué no va serlo presentar como candidato a un procesado por corrupción?

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Imaginemos que los extremeños enloquecieran y entregaran la presidencia de su región al reo Gallardo. Es posible que, pocos meses más tarde, el presidente electo de Extremadura fuera condenado con una pena que, probablemente, llevaría aparejada la inhabilitación para ejercer cargos públicos. Imaginen la vergüenza pública y la envergadura del conflicto institucional que se derivaría de ello.

La candidatura de Gallardo es un suicidio alevoso al que Sánchez conduce a su partido en Extremadura y un insulto para los extremeños. No existe una sola razón política que la explique. El propósito es obviamente extrapolítico: tras intentar en vano aforarse mediante un fraude de ley, ahora se trata de que Gallardo quede aforado legalmente. Cuando sea diputado, el caso pasará de la Audiencia Provincial de Badajoz al Tribunal Superior de Justicia de Extremadura. Y ello arrastrará a su compañero de banquillo, David Sánchez Pérez-Castejón, el director de orquesta al que nadie vio jamás dirigir una orquesta.

¿Ganan algo en términos procesales Gallardo y David Sánchez con el aforamiento? Ellos poca cosa, quizá unos meses más de presunción de inocencia. Pero el Señor Presidente gana tiempo para que el proceso se dilate todo lo posible; no vaya a ser que, por el camino, se le ocurra convocar elecciones generales y tenga que hacerlo con el hermano condenado por corrupto.

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Quien pierde, además del decoro institucional, son los socialistas de Extremadura, conminados a pasar el bochorno de pedir a sus conciudadanos que voten al más indigno de ellos.

En el principio de la campaña, el promedio de las encuestas respetables atribuye al PSOE un 34,8% del voto y 24 escaños: una pérdida de 5 puntos y 4 escaños respecto a su peor resultado histórico, que fue el de 2023.

Quedan dos semanas para que, con varias fotos de Gallardo y Sánchez (Pedro) y sin alguien con cara y ojos al mando de una campaña que tiene como estúpido lema "Hazlo o lo harán", consigan la hazaña de que el PSOE se ponga por debajo del 30% en la Extremadura de Rodríguez Ibarra y Fernández Vara. No será porque no lo estén intentando. Un suicidio por un hermano: algo que, en este caso, puede aplicarse a los dos Sánchez.

Se habla mucho de la histórica hegemonía electoral del PSOE en Andalucía (hasta que se desvaneció para muchos años en el instante en que perdió el poder de la Junta). Sin embargo, lo del PSOE de Andalucía es una broma comparado con el dominio absoluto de ese partido en Extremadura desde que nació como comunidad autónoma en 1983. Eso sí fue un feudo prácticamente inexpugnable, ganando sistemáticamente las elecciones a todos los niveles con ventajas aplastantes sobre sus adversarios.

Extremadura Guillermo Fernández Vara PSOE
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