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El porqué de una guerra indeseada

Este episodio demuestra que es preciso poner freno con suficiente antelación a todas aquellas dictaduras encubiertas por envoltorios amables

Foto: Imágen satélite que muestra la destrucción de la ciudad ucraniana de Mariupol. Vía Reuters.
Imágen satélite que muestra la destrucción de la ciudad ucraniana de Mariupol. Vía Reuters.

No son necesarias extensas introducciones para que todos sepamos de qué contienda armada se trata si hablamos de salvaje invasión, desastre humanitario o la crisis geopolítica más grave de Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

Y lo peor de todo es que el conflicto se ha producido a cámara lenta, de forma incluso casi por completo prevista, sin que nadie pueda afirmar que le haya pillado por sorpresa. Ese es el principal drama de la cuestión: ¿cómo es posible que, siendo plenamente conscientes de lo que estaba a punto de ocurrir, nadie haya podido evitarlo? Y la gran incógnita de fondo: ¿qué ha fallado para que se haya llegado a producir un atropello semejante en este momento de la historia?

La respuesta a ambas preguntas es la misma, y se remonta al particular sistema de Estado en vigor en Rusia tras la desintegración de la Unión Soviética. En efecto, desde principios de los años noventa Rusia ha transitado por el mundo considerado "libre" gozando de una apariencia de democracia cuando lo cierto es que no lo era tanto. Quizá sí se acercó a serlo, de manera algo desordenada y precipitada, en la primera década posterior al desmembramiento de la URSS, pero ese impulso inicial condujo a tales desigualdades y a tamaños desequilibrios económicos (la inflación desbocada llegó a niveles por encima del 2500%), que el modelo de Estado viró bajo Vladímir Putin a un autoritarismo encubierto de un barniz democrático.

En efecto, el actual Jefe de Estado de Rusia ha ido mutando una clásica estructura dual Jefatura de Estado – Jefatura de Gobierno, en la cual existen dos esferas diferenciadas de atribuciones, complementadas además por un sistema de controles (el célebre 'check and balance' anglosajón), en un régimen autoritario en el que una sola persona dispone y el resto de organismos dan un envoltorio plural a una decisión que en realidad es individual.

Foto: Mural de Putin y Zelenski del artista LKN. (EFE/Villar López)

Ese proceso de cambio auspiciado por Putin ha desembocado en la concentración de todo el poder en una sola persona: él mismo. Y lo más grave es que dicho poder omnímodo se ha perpetuado en el tiempo a través de sucesivas modificaciones del sistema político ruso, y es así cómo el actual máximo mandatario ha logrado no solo desempeñar por más de veinte años un cargo que en un principio estaba limitado a ocho, sino extenderlo hasta, como mínimo, el año 2036.

Baste como ejemplo de lo anterior, a título meramente anecdótico, el absoluto anonimato que en todo este episodio invasor ha tenido Mijail Mishustin, nada menos que el actual Primer Ministro de Rusia, del que es posible que muy pocos hayan oído ni siquiera hablar. Tal es su peso en la toma de decisiones.

Foto:
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Esa gran condensación de poder incontestado y, en la práctica, indefinido, es inevitable que acabe desembocando en una peligrosa confusión de los intereses personales de quien ostenta un cargo en teoría electo con los de aquellos a quienes supuestamente representa. Esto resulta bastante evidente en el caso que nos ocupa, pues no parece que la invasión de Ucrania goce de un respaldo mayoritario por parte de su pueblo, y eso teniendo en cuenta las grandes dificultades que encuentra la ciudadanía rusa para ejercitar su derecho a la libertad de expresión.

Justo es esta la principal esperanza para la resolución de esta contienda. La resistencia interna, por mucho que se trate de sofocar, puede terminar siendo la pieza clave que, junto con las medidas de asfixia económica puestas en práctica por el resto de países occidentales, consiga que esta situación llegue a su fin o, siquiera, a un punto admisible para ambas partes. Estaríamos ante un nuevo tipo de guerra, que se vale de las armas económicas y del fácil acceso a los medios de comunicación de la población del agresor, tanto para informarse sin sesgos, como para opinar sin censuras. Donde la diplomacia no ha llegado puede que sí acaben llegando los propios ciudadanos implicados.

Foto: Marina Ovsyannikova sujeta su cartel en el fondo.
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Sin embargo, aunque a la postre se solucionase todo de una forma más o menos "satisfactoria" (nunca lo podrá ser ya para los miles de víctimas), con este episodio hemos de darnos cuenta de que estamos todos en riesgo si siguen existiendo determinadas estructuras de Estado. Para evitarlo, es preciso poner freno con suficiente antelación a todas aquellas dictaduras encubiertas por envoltorios amables que por diversas razones, en especial de índole económica, no estamos aplacando con suficiente firmeza, quizá porque nos interese más pasarlas por alto.

* Javier Vasserot es abogado y escritor.

No son necesarias extensas introducciones para que todos sepamos de qué contienda armada se trata si hablamos de salvaje invasión, desastre humanitario o la crisis geopolítica más grave de Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

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