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No, los embalses no están llenos: ni mucho menos
Que la lluvia no nos lleve a engaño. El paso de las últimas borrascas no ha llenado los pantanos, que siguen por debajo de la media para esta época del año
Es tanta la capacidad de sugestión de la lluvia, tanta la influencia que ejerce en nuestra percepción de la realidad, que a la que vemos las rieras y los arroyos gorgotear tras el paso de una tormenta creemos que ya está: que el problema del agua se ha acabado y ya le podemos dar al grifo con total tranquilidad. Pero se trata de una idea equivocada.
El profesor Javier Martín-Vide, uno de los climatólogos de mayor prestigio de nuestro país, suele apuntar nuestro escaso conocimiento general de la meteorología acudiendo a una anécdota. Hace unos años, sacó a la calle a sus estudiantes de la Universidad de Barcelona, donde ejerce como catedrático de Geografía Física, para que elaboraran una sencilla encuesta ciudadana sobre la percepción del tiempo meteorológico.
"El déficit de nuestro sistema hídrico no se soluciona con el paso de una borrasca"
La pregunta, que planteaba un absurdo para provocar una respuesta cognitiva, era: ¿qué día de la semana llueve más? Y el resultado de la consulta a pie de calle, como el lector habrá adivinado, fue que, de manera categórica, en una proporción de ocho sobre 10, cuando más llueve es durante el fin de semana.
Tal es la percepción que tenemos los ciudadanos del tiempo meteorológico. Una confusión que a menudo alimentamos desde los medios de comunicación.
"Filomena llena los pantanos". "Los embalses se recuperan tras el paso de la borrasca". "Las reservas aumentan tras el paso de la borrasca". Tres titulares escogidos al azar: tres medias verdades que contribuyen a generar la falsa idea de que el problema del agua, por este año, está solucionado. Y digo problema porque el déficit de nuestro sistema hídrico no se soluciona con el paso de una borrasca.
Porque de la misma manera que hace unas semanas recordaba la diferencia entre tiempo y clima, también es necesario señalar la diferencia entre sequía meteorológica y sequía hidrológica. En este caso, la primera hace referencia a la escasez de precipitaciones, mientras que la segunda sucede cuando los volúmenes de agua embalsada permanecen por debajo de lo normal. Y en esas estamos.
Es verdad que las lluvias y las nevadas que han caído en buena parte de la Península han contribuido a frenar el constante descenso que venían experimentando las reservas de agua a nivel nacional. Pero también lo es que, pese a las precipitaciones acumuladas, los pantanos siguen por debajo de la media de los últimos 10 años. Es más: disponemos de menos agua embalsada que el año pasado por estas mismas fechas.
Las reservas de agua embalsada en España, según los datos aportados por el Ministerio para la Transición Ecológica y la Agencia Estatal de Meteorología, compartidos esta misma semana (9 de febrero), se sitúan ligeramente por encima de la media de la capacidad total de nuestros embalses (58%).
Por todo ello, haríamos bien en perseverar en el ahorro y convertirlo en nuestra manera de relacionarnos con el agua: ahora y siempre. Y en no creer que nuestro problema con el agua se soluciona con el paso de una borrasca, porque no es así.
Lo que sabemos con certeza es que, a medida que la crisis climática siga avanzando hacia los peores escenarios, cada vez va a llover menos y de peor manera, lo que, unido al constante aumento de las temperaturas medias y unas olas de calor veraniegas cada vez más rigurosas y persistentes, va a seguir provocando sequías que cada vez serán más extremas y recurrentes. Eso nos dice la ciencia: es decir; eso es lo que va a suceder y para lo que debemos prepararnos.
Por eso, aunque a algunos les pueda parecer inoportuno hablar de sequía mientras está lloviendo ahí fuera, he creído necesario hacerlo. Porque pese a Filomena, lo cierto es que nuestros pantanos están por debajo de la media. Y la solución no pasa por esperar a que llueva más —que va a ser que no— sino por hacer un uso responsable del agua, algo que en nuestro caso pasa por evitar el derroche y promover el ahorro.
Es tanta la capacidad de sugestión de la lluvia, tanta la influencia que ejerce en nuestra percepción de la realidad, que a la que vemos las rieras y los arroyos gorgotear tras el paso de una tormenta creemos que ya está: que el problema del agua se ha acabado y ya le podemos dar al grifo con total tranquilidad. Pero se trata de una idea equivocada.