Ecogallego
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La necesidad de abrir el macrodebate sobre las granjas (pero no así)
El actual modelo de producción industrializada de carne está agotado, y si no acometemos su reforma integral seguirá extenuando los recursos naturales del planeta y acelerando la crisis climática
Más allá del oportunismo político y de la instrumentalización de las declaraciones de un ministro por parte de sus compañeros de gabinete y del propio presidente, el debate sobre el modelo de producción de carne hacia el que debemos avanzar era y sigue siendo tan ineludible como urgente. Otra cosa son los modos y maneras con los que nos hemos lanzado todos a esa discusión. Y es que hay cuestiones en este debate que, con independencia del punto de enfoque desde el que queramos abordarlas, son indiscutibles y no por intencionadamente soslayadas dejan de ser ciertas.
En todo el mundo se crían unos 70.000 millones de animales de granja cada año, dos tercios de los cuales en granjas industriales
Primera verdad incómoda: según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el incesante crecimiento demográfico y el aumento de las rentas en los países en desarrollo está disparando la demanda de carne a nivel mundial, pasando de los 230 millones de toneladas que se producían a nivel mundial en el año 2000 a los 465 millones de toneladas previstos para 2050.
Debido a ello cada vez hay que ampliar más la superficie de cultivo destinada a la elaboración de alimento para el ganado (principalmente soja). Actualmente, estamos destinando a ello más de tres cuartas partes de la superficie cultivada del planeta, pero para atender el crecimiento de la demanda de pienso va a ser necesario ampliar esa extensión como mínimo al doble, algo que resulta del todo imposible. Y aquí enlazamos con la segunda verdad incómoda.
Según la propia FAO, el 80% de ese incremento en la producción agrícola deberá salir de las tierras que ya están siendo cultivadas pues el coste, no solo ecológico sino social y económico, de poner nuevas tierras en producción es demasiado alto. Así, el reto de los próximos años no estará en seguir arañándole espacio a la naturaleza para convertirla en campos de pienso, sino en alcanzar una mayor productividad por palmo de tierra cultivado.
Sin embargo, un tercio de los campos que estamos cultivando actualmente para alimentar al ganado está agotado y en proceso de degradación debido en buena parte al cambio climático: al avance de la desertificación como consecuencia del aumento de las temperaturas, la pérdida de cosechas y la compactación de los terrenos debido a las sequías cada vez más recurrentes y severas, y la subida del nivel del mar, que está inundando campos y salinizando acuíferos en las regiones costeras.
Una situación que nos sitúa frente a un bucle causa/efecto del que va a resultar imposible salir, pues las explotaciones ganaderas generan más de la mitad de las emisiones de metano que intenta atajar la UE y que están provocando el reforzamiento del efecto invernadero de la atmósfera y, en consecuencia, el cambio climático. De ahí que sea imprescindible abrir un gran macrodebate a nivel mundial sobre las granjas y la producción de carne.
A ese respecto, hace unos años recibí el encargo de Alianza Editorial de prologar y adaptar la edición al castellano del libro 'Farmageddon' (traducido aquí como 'La carne que comemos') del famoso divulgador ambiental británico Philip Lymbery. Sería bueno que antes de discutir sobre el tipo de ganadería hacia el que deberíamos avanzar para alcanzar un modelo, no ya más sostenible, sino simplemente posible, tomásemos nota de todas las verdades incómodas que se recogen en sus páginas.
"Vivo en el sur de Inglaterra —nos cuenta Lymbery en la introducción— donde los pastos, los setos y la naturaleza siguen siendo una parte importante del paisaje, pero las cosas están cambiando". Como ocurre en nuestro país, el autor se lamenta de que "los animales de granja están desapareciendo de nuestros campos para ser criados en naves industriales abarrotadas y asfixiantes. Como también están desapareciendo los pájaros, las abejas y las mariposas".
"Los gobiernos han hecho posible que compremos un pollo por dos euros creyendo que nos hacen un favor. Pero nos ocultan la realidad qué hay detrás de la producción de esa carne". Así avanza una de las crónicas más y mejor documentadas sobre una de las mayores inmoralidades que estamos cometiendo: la de tratar a los animales que nos sirven de alimento como cosas. Algo que, además de inmoral, está arruinando nuestra salud y la del medio ambiente.
Dicho todo esto, quisiera acabar anotando que, aún apuntando la necesidad de abordar la cuestión, no comparto las maneras en las que se ha abierto el debate en nuestro país: ni por parte del ministro Garzón ni por la de aquellos que, desde dentro y fuera del gobierno, se han lanzado a reprochar sus palabras.
Quienes dedicamos nuestra labor divulgativa, no solo a defender la necesidad de proteger la naturaleza, sino a ensalzar los valores del mundo rural y destacar la importante labor conservacionista que desempeñan quienes viven en el campo, sabemos los delicados equilibrios a los que deben hacer frente para subsistir, y por eso evitamos pronunciarnos a la ligera sobre las cuestiones que pueden afectarles.
Otra cosa es quién esta detrás de esas grandes explotaciones que generan tanto rechazo social destinadas a la producción de esa 'carne barata' a la que alude Lymbery y que denunció el ministro, porque tal vez descubramos que en realidad no solo no es gente del campo, sino que son los principales responsables de la despoblación que sufre.
Más allá del oportunismo político y de la instrumentalización de las declaraciones de un ministro por parte de sus compañeros de gabinete y del propio presidente, el debate sobre el modelo de producción de carne hacia el que debemos avanzar era y sigue siendo tan ineludible como urgente. Otra cosa son los modos y maneras con los que nos hemos lanzado todos a esa discusión. Y es que hay cuestiones en este debate que, con independencia del punto de enfoque desde el que queramos abordarlas, son indiscutibles y no por intencionadamente soslayadas dejan de ser ciertas.