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Antes de sacrificar Doñana por un puñado de fresas
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Jose Luis Gallego

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Antes de sacrificar Doñana por un puñado de fresas

Tras escuchar a los expertos, el gobierno andaluz debe decidir si sigue adelante con su intención de legalizar los regadíos ilegales que atenazan el humedal más importante del sur de Europa

Foto: Flamencos volando sobre Doñana. (WWF)
Flamencos volando sobre Doñana. (WWF)

Todos los amantes de la naturaleza mantenemos la esperanza de que el gobierno andaluz retire finalmente su propuesta legislativa para regularizar los regadíos ilegales que están desecando el acuífero de Doñana. Es tanto lo que nos jugamos y son tantas las opiniones solventes en contra de ello que cuesta entender como hemos podido llegar hasta aquí. Sin embargo, aquí estamos: jugándonos por un puñado de fresas la mayor joya de nuestro patrimonio natural. Porque eso es Doñana.

Hace muchos años tuve ocasión de asistir a una feria europea de turismo de naturaleza que se celebraba en Helsinki. En el recinto interior de aquel confortable y perfectamente equipado palacio de congresos, a salvo de los rigores del invierno finlandés, cada país asistente había dispuesto la decoración del estand que le habían asignado con sus mejores imágenes.

Foto: Una de las fincas que reclama derechos de regadío. (WWF)

Adentrarse en los pasillos de aquel recinto cartesiano era hacerlo por los más bellos paisajes de nuestro continente: desde las verdes praderas de los Alpes hasta las oscuras profundidades forestales de la Selva Negra; desde las apacibles calas de agua mineral de las islas griegas, hasta los imponentes y escarpados acantilados islandeses. Y de repente, en medio de aquella antología de parajes naturales, el rincón reservado a nuestro país luciendo su mayor estandarte: un cartel con la imagen a vista de pájaro de una marisma infinita y una sola palabra, una palabra mágica: Doñana. Imposible pasar de largo.

Recuerdo el palpitar que sentí al ver aquella imagen, la profunda emoción que me causó ver allí aquel bando de flamencos rosados sobrevolando la marisma esmeralda, en el recinto enmoquetado de una fría ciudad gris y lejana. Ninguna mirada escapaba a su hipnótica belleza, al magnetismo de nuestra inigualable Doñana.

Las palabras y las fotos no alcanzan a transmitir todo el esplendor de Doñana: la mayor joya de nuestro patrimonio natural

El amigo finlandés que me acompañaba, el gran Jukka Halonnen, me rescató del embrujo con un comentario al que tardé en reaccionar “¿has estado allí? –me dijo- debe ser espectacular ¿no?”. Le miré y durante unos instantes me quedé sin respuesta, colgado en una especie de 'flashback'.

Cómo revelar a un guía finlandés el aroma de una mañana de primavera en Doñana, su sonido, la paleta de color que despliega la marisma entera. Cómo describir la sensación que produce el suave tacto de la arena fina de las dunas al pasear por la playa con los pies descalzos, o el placer inmenso de caminar por entre los lucios con una varilla de hinojo en la boca perfumándola con ese suave gusto a anís que es la esencia misma del Mediterráneo.

Cómo explicarle el delicado toque de flauta del canto de la oropéndola en el Pinar de la Algaida, la bulliciosa y variada banda sonora de los limícolas: archibebes, andarríos, chorlitejos, correlimos, zarapitos; a cada nombre media docena de especies. Cómo describirle el placer de ir caminando por la dehesa, ese bosque amable de suelo mullido y hierba fresca, embrujado por la canción de los jilgueros, el elegante caminar de los ciervos y el olor de la genista, presintiendo la presencia del lince ibérico: para muchos el felino más bello del mundo, exclusivo de nuestra península.

placeholder Lince ibérico en Doñana (EFE/ Julián Pérez)
Lince ibérico en Doñana (EFE/ Julián Pérez)

Cómo decírselo sin faltar a la verdad, con qué palabras. Cómo revelarle la dicha infinita de refugiarte una mañana de lluvia fina en una de las casetas de observación del Centro de visitantes de El Acebuche, con esa manera que tiene de llover Doñana, que más que mojar, hidrata. Y levantar con todo el cuidado del mundo la portezuela que da a la laguna - ¿Qué sorpresa me deparará hoy?- y asistir de repente a un espectáculo de ballet: el de media docena de espátulas danzando sobre las aguas mientras las peinan con ese pico sin igual en perfecta coreografía -ahora a un lado, ahora a otro- en busca de alimento.¿Y ese salto en el agua? ¿Habrá sido la nutria? Un martín pescador se posa justo delante y cuesta creer que pueda caber tanta belleza en un pájaro.

placeholder Calamón común en Doñana (Foto: Jose Luis Gallego)
Calamón común en Doñana (Foto: Jose Luis Gallego)

Cómo contarle a alguien que no haya estado nunca allí la paz inmensa de una tarde de primavera en los caminos de tablas que conducen al acantilado del Asperillo, entre El Rocío y Matalascañas, notando la suave brisa camino a la mar, un paseo sereno que te lleva del verde al azul pasando por el dorado de las dunas. Y al llegar sentarte en lo alto del acantilado, con la mirada al frente, escuchando el rumor de las olas, mientras la vista se pierde en el horizonte del Golfo de Cádiz, por donde se suelen ver pasar a las ballenas y los delfines en su ruta hacia el Estrecho.

placeholder Dunas del Asperillo, en Doñana (Foto: Jose Luis Gallego)
Dunas del Asperillo, en Doñana (Foto: Jose Luis Gallego)

Acercarse a los observatorios de la Dehesa de Abajo para esperar a la hora violeta, ese momento mágico del atardecer antes de que el día funda a negro, para ver y escuchar aves de todas las formas y colores: fochas, gallinetas, zampullines, cigüeñas, calamones, moritos, garzas, flamencos. Ah! y los patos. Patos hasta decir basta: azulones, colorados, cucharas, cercetas, porrones, tarros: de donde saldrá tanta anátida para reunirse en Doñana!

Y ver pasar a las bueyeras hacia los dormideros, al aguilucho lagunero sobrevolando por última vez el cañizal como una cometa rota, escuchar los primeros tenores de la marisma: el ruiseñor, la buscarla, el carricero y observar, ya oscurecido, como los martinetes van tomándole el relevo al resto. Así, de sobresalto en sobresalto, de emoción en emoción pasan las horas y los días en Doñana.

Foto: Parque Nacional de Doñana.

El plan de ordenación del regadío actualmente vigente, el llamado ‘Plan de la Fresa' de 2016, fue aprobado por consenso y hace compatible la actividad agrícola y la preservación del humedal. La nueva propuesta de ley tiene en contra a los agricultores legales, a la mayoría de la gente del territorio, a instituciones y administraciones, científicos y organizaciones conservacionistas.

placeholder Grupo de ciervos en Doñana (EFE Julián Pérez)
Grupo de ciervos en Doñana (EFE Julián Pérez)

Tiene en contra a Naciones Unidas, a la Comisión Europea y al Gobierno de España. Incluso los mayores clientes de las fresas, las grandes cadenas de distribución, han dicho estos días que, si son contra Doñana, no las quieren.

La decisión de seguir adelante con este despropósito institucional que daña la imágen de Andalucía en Europa está en manos de quienes ocupan actualmente las instituciones andaluzas y quien les presta apoyo parlamentario: es decir, de PP, Ciudadanos y Vox. Tras escuchar esta semana a los expertos hablando de “irresponsabilidad”, de “traición”, “ataque brutal”, deslealtad”o “desprestigio” ¿Serán capaces de persistir en el error, en el horror? ¿Serán capaces de sacrificar Doñana por un puñado de fresas?

Todos los amantes de la naturaleza mantenemos la esperanza de que el gobierno andaluz retire finalmente su propuesta legislativa para regularizar los regadíos ilegales que están desecando el acuífero de Doñana. Es tanto lo que nos jugamos y son tantas las opiniones solventes en contra de ello que cuesta entender como hemos podido llegar hasta aquí. Sin embargo, aquí estamos: jugándonos por un puñado de fresas la mayor joya de nuestro patrimonio natural. Porque eso es Doñana.

Parque de Doñana
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