Ecogallego
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Bolsonaro persiste en su obsesión por devastar la Amazonia antes de irse
Ajeno a las miradas del mundo, el presidente brasileño aprovecha la ocasión para seguir con su cruzada contra la mayor selva del planeta, destruyendo su rica biodiversidad y expulsando a los pueblos indígenas que la habitan
Si existe una selva famosa es la del Amazonas. El naturalista se contagia de entusiasmo al escribir sobre la multiplicidad que acoge el primer río del mundo y su cuenca. Todo aquí es superlativo. Con un caudal medio que supera los doscientos mil metros cúbicos por segundo y llega a alcanzar los trescientos mil, el Amazonas vierte cada día al mar la misma cantidad de agua dulce que el Támesis en todo un año.
Esta gigantesca serpiente de agua de 6.400 kilómetros de longitud atraviesa nueve países en su largo camino desde la cordillera de los Andes hasta el océano Atlántico, alcanzando anchuras de más de diez kilómetros y dando forma a la llanura más fértil y frondosa del planeta, en la que crece la mayor selva de la Tierra: una espesa fronda que cubre el cuarenta por ciento de la superficie de Sudamérica.
Con una extensión de casi siete millones de kilómetros cuadrados (12 veces la península ibérica) la Amazonia es la ecorregión del planeta que alberga mayor diversidad biológica. Es tanta la variedad de formas de vida animal y vegetal que evolucionan en su espesura que la ciencia ha sido incapaz de llegar a valorarla, y mucho menos de ponerle nombre.
Hace unos años tuve ocasión de hablar con un entomólogo que había participado en una de las expediciones que intentan avanzar en su conocimiento, y me dijo que más que respuestas la aproximación al estudio de la Amazonia solo genera preguntas. Entre otras cosas, cada vez que sacudían uno de sus árboles para identificar los insectos que caían a sus redes descubrían no menos de media docena de especies.
Así de colosal es el Amazonas: así de bestial es la Amazonía. Por eso a muchos se nos antojaba un lugar indestructible, la fortificación más inexpugnable de la vida en la Tierra. Pero andábamos errados.
A cinco meses de las elecciones presidenciales en Brasil, previstas para el próximo dos de octubre, su actual mandatario, el ultraderechista Jair Bolsonaro, parece decidido no ya a someter sino a devastar la Amazonia brasileña, su mayor demarcación. Algo imposible de imaginar para los primeros naturalistas que se atrevieron a internarse en sus sombras hace poco más de un siglo.
La selva amazónica brasileña vivió un período de recuperación a finales del pasado milenio en el que se logró no solo detener la deforestación, sino impulsar nuevas medidas para su conservación. Tras las grandes movilizaciones sociales de finales de los ochenta, que culminaron con la gira de Sting con Raoni, el jefe Kayapo del plato en el labio inferior, parecía que íbamos a ser capaces de salvarla. Pero las cosas empezaron a torcerse de nuevo y con la llegada al poder de Bolsonaro el proceso de destrucción alcanzó niveles nunca vistos.
Según datos del propio gobierno brasileño, la Amazonia brasileña perdió cerca de 10.000 kilómetros cuadrados de superficie forestal en 2020, lo que supuso todo un record. Pero en 2021 el ritmo de deforestación se aceleró todavía más hasta superar esa cifra. Y 2022 puede ser todavía peor. Las organizaciones medioambientales alertaban recientemente que solo en el primer mes de este año se podrían haber talado más de 1.500 kilómetros cuadrados de selva. Una auténtica locura.
La NASA, que esta monitorizando vía satélite el avance de los incendios forestales y la tala de árboles, onfirma ese notable aumento de la actividad destructiva. Los incendios, las motosierras y las excavadoras se están adentrando cada vez más en la selva, propiciando el avance de las plantaciones de caucho, soja o aceite de palma y la instalación de grandes ranchos y macrogranjas mediante la apropiación ilegal de tierras.
Y todo ello mientras las autoridades de Brasilia miran para otro lado o directamente mienten. Así se ha demostrado recientemente tras el anuncio de Meta de que había procedido a identificar y suspender numerosas cuentas falsas en Facebook dedicadas a negar la destrucción de la selva, unas cuentas tras las que se ocultaban miembros del propio ejército brasileño.
Pero más allá de su inmenso patrimonio natural y de poder representar el mayor sumidero de CO2 en la lucha contra el cambio climático (actualmente emite más del que captura), la Amazonia está habitada por más de 500 pueblos y nacionalidades indígenas: la mayor parte de ellas concentradas en la parte brasileña. Aunque resulta muy difícil establecer un censo aproximado, según la Fundación Nacional do Indio (FUNAI) en la Amazonia Brasileña viven más de un millón de indígenas, buena parte de ellos en tribus aisladas, incluso no contactadas.
Tras su llegada al poder, Bolsonaro cumplió con su promesa electoral de poner en producción las tierras indígenas argumentando que “donde hay tierra indígena existe riqueza debajo”. Puso en marcha un plan de desarrollo para acceder a esa riqueza que incluyó la legalización inmediata de las empresas mineras que estaban destruyendo la selva y el ofrecimiento de nuevas tierras para los colonos que se instalaran en los territorios “ganados a la selva”.
Respecto a las tribus indígenas, sus pobladores autóctonos y titulares reconocidos por la propia Constitución Brasileña, se limitó a declarar que “El indio no se puede quedar en su tierra como una criatura prehistórica” y que “vivir en aislamiento en pleno siglo XXI es un anacronismo y un lastre para el crecimiento económico de Brasil”.
El pasado mes de marzo los integrantes del Consejo Directivo de la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA) emitieron un comunicado conjunto para alertar al mundo del etnocidio que estaban sufriendo y rogar a los Estados y organismos internacionales que presionaran al presidente Brasileño para detener las actividades extractivas en sus territorios ancestrales. Algo a lo que Bolsonaro, quien solo parece escuchar a Putin, no parece que vaya a acceder. Su intención es seguir con la invasión de la Amazonia hasta el final.
Si existe una selva famosa es la del Amazonas. El naturalista se contagia de entusiasmo al escribir sobre la multiplicidad que acoge el primer río del mundo y su cuenca. Todo aquí es superlativo. Con un caudal medio que supera los doscientos mil metros cúbicos por segundo y llega a alcanzar los trescientos mil, el Amazonas vierte cada día al mar la misma cantidad de agua dulce que el Támesis en todo un año.