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Ética ecológica: tras un nosotros que incluya a todos
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Joaquín Araujo

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Ética ecológica: tras un nosotros que incluya a todos

La esencia de la vida es vivir en armonía con lo demás y con los demás, entendiendo la existencia como una continuidad que integra todo lo vivo que nos rodea

Foto: Orangután en las selvas de Sumatra. (Reuters)
Orangután en las selvas de Sumatra. (Reuters)

Aunque se nos quiera olvidar, vivir consiste, inicial y esencialmente, en usar tiempo y espacio para recibir de los mismos la posibilidad de continuar estando vivo. Nos albergan, regalan y consienten por tanto la natura y el calendario, por cierto la pareja más fiel, amable y prolífica de cuantas confluyen en el universo. Es decir, que estamos incluidos en algo mucho mayor, más necesario y amistoso que nosotros mismos, seamos de la especie que seamos.

Sin embargo, liderando los tropiezos más patosos de la historia de la vida, esta civilización nuestra ha considerado prioritario excluirse de esa hospitalidad. Un querer vivir sin vidas por deserción del único hogar posible. Todo ello a base de convertir en prioritario el restar, el quitaros de en medio vosotros para convertiros en mercancías y deyecciones.

"Todo se puede y debe hacer para no menoscabar la habitabilidad del mundo"

De hecho, nuestro modelo, por dura que sea la realista definición, no hace más que devorar las bellezas, músicas y confluencias para convertirlas en contaminación, desiertos y enfermedades. Que todo, en fin, merme para que solo uno medre. La torpeza es formidable, entre otras muchas cosas, porque supone varias contradicciones flagrantes en la única criatura que puede razonar y prever las consecuencias de sus actos.

El primer sinsentido, al menos para este campesino que no tiene la hospitalidad hospitalizada, es que el sistema “destruye lo que preferimos”. Debo a Albert Camus la expresión, si bien referida solo a la crueldad entre humanos, incluida en su Calígula. Porque en cuanto se nos deja a solas con la línea del horizonte comprendemos que nuestro hogar es inmenso y acogedor.

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Foto: EFE.

Otra de las contradicciones, acaso la más absurda, es el no reconocer el parentesco con todos los demás. En fin, que la mayoría acaba desahuciándose a sí misma de la única y muy bien amueblada vivienda posible.

La ética ecológica pretende, en su mayor parte, mantener lo esencial y preferido que coincide por completo con lo imprescindible. La natura carece de banquillo. Toda ella, siempre, es titular indiscutible aunque algunos aspiramos, guiados por la pasión por la vida, es decir las vidas de los otros, a ser reservas.

Suplentes dispuestos a jugar los últimos minutos para intentar marcar el gol de la continuidad. No para ganar, sino para lograr un empate, que por cierto sería una gran victoria, entre la cultura y la natura. Es decir, que renunciamos a la prevalencia como antídoto contra la aniquilación generalizada.

Foto: Una madre orangután con su cría en el Parque Nacional Gunnung Leuser, en Sumatra, Indonesia. (Andoni Canela)

De hecho, hay que tener muy presente lo que ya Bertrand Russel anticipó: “Para que una ética resulte satisfactoria, será necesario crear unas lógicas limitaciones del poder de unos hombres sobre otros y del que los humanos tenemos sobre la naturaleza”.

Todo se puede y debe hacer para no menoscabar la habitabilidad del mundo. Reconocer y respetar, por tanto, las diferencias y especialmente la complejidad son formas de empezar a estar en este mundo sin demolerlo. Excluyendo el excluir, como hacen los bosques y las aguas. Como logran también el tiempo y el espacio. Es además el propósito de las culturas realmente cultas, que las ha habido. Guiarnos por lo que ya Montaigne comprendió perfectamente: “Las leyes de la Naturaleza nos enseñan aquello que exactamente necesitamos”.

placeholder Foto: Unsplash (@marekpiwnicki).
Foto: Unsplash (@marekpiwnicki).

Algunos estamos convencidos de que lo más necesario en estos momentos es necesitarnos los unos a los otros: 'anuestrarnos', como he tomado del gran filósofo Josep Maria Esquirol.

Necesitar solo lo necesario, necesitar, no menos, esa complejidad natural que nos fundó y que sigue, a cada instante, iniciando futuros pero con todos los pasados a cuestas. Cito de nuevo al inacabable Montaigne, sin duda uno de los iniciadores de la ética ecológica: “(...) y renuncio de buena gana a la imaginaria realeza que se nos atribuye sobre las restantes criaturas. Aunque todo esto no fuera así, nos obliga cierto respeto, y un deber general de humanidad no solo para con los animales, dotados de vida y sentimiento, sino incluso para con árboles y plantas. Debemos la justicia a los hombres y la gracia y la benignidad a las demás criaturas que son susceptibles de ellas. Existe cierta relación entre ellas y nosotros”.

En definitiva, la ética ecológica busca mucho más que la supervivencia. Intenta que nos completemos y alegremos con el inmenso nosotros que es el resto de lo viviente.

Aunque se nos quiera olvidar, vivir consiste, inicial y esencialmente, en usar tiempo y espacio para recibir de los mismos la posibilidad de continuar estando vivo. Nos albergan, regalan y consienten por tanto la natura y el calendario, por cierto la pareja más fiel, amable y prolífica de cuantas confluyen en el universo. Es decir, que estamos incluidos en algo mucho mayor, más necesario y amistoso que nosotros mismos, seamos de la especie que seamos.

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