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El árbol de Valeria o cómo podemos vivificar la muerte
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Joaquín Araujo

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El árbol de Valeria o cómo podemos vivificar la muerte

La relación entre los muertos, los vivos y la naturaleza es un ciclo que nunca cesa y que debemos potenciar. Al final de nuestros días, podemos seguir honrando la vida: tanto la de los que dejamos atrás como la de la naturaleza que nos acoge

Foto: La relación entre la naturaleza, los muertos y los vivos es un círculo. (Unsplash/@abdurahmanus)
La relación entre la naturaleza, los muertos y los vivos es un círculo. (Unsplash/@abdurahmanus)

Hace 42 años despedimos a mi sobrina Valeria con un gesto que alivió, poco, pero alivió, la multiplicada desgracia de que tuviera solo cuatro años. Como lo hicimos depositando sus cenizas entre las raíces de un imponente roble melojo que, desde entonces, lleva su nombre, al menos nos regalamos la cercanía. Esa que los cementerios convencionales apenas logran. Es más, aunque debería ser legal inhumar cuerpos enteros para nutrir esos esquilmados campos con la totalidad de los 31 billones de células de materia orgánica que nos componen, no deja de ser sencillamente hermoso y coherente que los pocos átomos que tras la cremación quedan se conviertan en lo más sustentador que existe en este planeta: EL ÁRBOL.

Cuento este pasaje doloroso, sí, pero menos que si una fría piedra rodeada de cemento y asfalto fuera todo lo que contuviera la materia que fue Valeria. Como tendré ese mismo destino, puedo asegurar que me parece uno de los mejores. Cuando lo deje, acompañaré por mucho tiempo al bosque que ahora me alberga.

La cuestión es que han comenzado a ser nada excepcionales los enterramientos de verdad, es decir, en la tierra fértil que tan eficientemente fabrican los mismos árboles. Es más, necesitamos como —y para— el respirar el mayor número posible de fábricas de transparencia, es decir, otra vez los mismos árboles. Podemos aprovechar este pequeño giro cultural —un mundo con menos lápidas— para vivificar todos los cementerios, para que, en definitiva, la muerte sea menos mortal convirtiendo las tumbas en arboledas, arriates, setos… Incluso permitiendo una naturalización generalizada, con charcas y fuentes, de todos los ámbitos del último descanso.

"Pero se trata de multiplicar ese homenaje que, como queda claro, beneficia también a los vivos"

Cierto es que los cipreses suelen acompañar los últimos tramos de los caminos que recorrerán los cuerpos de la mayoría. No menos convencional es usar algo simbólico, las flores, para que algo vivaz acompañe a los perdidos para siempre. Pero se trata de multiplicar ese homenaje que, como queda claro, beneficia también a los vivos y al recalentado planeta en su conjunto.

Todos los motivos para que haya más árboles me parecen acertados y, dada la catástrofe climática, necesarios. Por eso he intentado promover un gesto que estimule todavía más ese inocente y solidario acto de poner a crecer gigantes vegetales. Desde la muerte de mi padre, que descansa también en el árbol de Valeria, planto, como homenaje a las personas queridas y admiradas, tantos árboles como años vivieron.

Pongo así a crecer pequeños bosquetes con nombre. En mis perdederos están, entre otras, las arboledas de Miguel Delibes, Antonio Fraguas (Forges), Saramago, Chico Mendes, Labordeta, Galeano, Pablo Herreros, Petra Kelly y unos pocos de los asesinados por defender las selvas del planeta.

placeholder Un ciervo, en un cementerio de Dajovskaya, Rusia. (Unsplash/@abdurahmanus)
Un ciervo, en un cementerio de Dajovskaya, Rusia. (Unsplash/@abdurahmanus)

Se trata, insisto, de que nuestra propia muerte contribuya en alguna medida a que haya más vida, más sombras, menos ruido. Que a la siempre solemne serenidad de los cementerios se sume la alegría que invariablemente aportan los seres vivos verdes.

A sumar, por supuesto, que conviene reducir los impactos que en el ambiente ocasionan los entierros convencionales y las cremaciones. Algo así como irse de la forma más leve, limpia y solidaria posible. Esto implica varias elecciones. Preferir, por ejemplo, los materiales de urnas y féretros fabricados con materiales renovables. Las incineraciones pueden resultar mucho menos contaminantes en función de lo que quemen y del combustible usado.

Foto: Foto: Unsplash/@noahsilliman

Todos los abastecimientos energéticos de los cementerios pueden y deben llegar a ser con energía fotovoltaica. Tienen casi siempre las mejores condiciones básicas para ese tipo de instalaciones. Incluso los transportes funerarios también podrían ser realizados por vehículos eléctricos.

Pero, sobre todo, se trata de que cada fallecido vuelva a erguirse, aunque solo sea en una proporción minúscula, en forma de árbol. Con él llegarán más elementos que ayuden a vivificar la muerte. Me refiero a que pocos imanes superan la arboleda a la hora de atraer faunas de todo tipo.

Foto: Imagen de la máquina que se utiliza en la hidrólisis alcalina. (Bio-Response Solutions)

La multiplicación de la presencia de animales de todas las clases que alegre todos los rincones de los cementerios vendría de la mano de proporcionar a las especies colonizadoras nidales, cubiles, bebederos y comederos.

Bellos y en calma, limpios y depuradores, en fin, espontáneamente vivos sobre la muerte. Esas serían, sin la menor duda, los logros de un compromiso ambiental y natural por parte de los gestores de las necrópolis, tengan el tamaño que tengan. De todo esto pueden informarse más y mejor consultando la revista 'Adiós', que dirige Jesús Pozo y publica Funespaña.

Por cierto. La iniciativa ya no lo es: algunos cementerios y unas pocas funerarias se han convertido en planta bosques. Valeria marcó el camino.

Hace 42 años despedimos a mi sobrina Valeria con un gesto que alivió, poco, pero alivió, la multiplicada desgracia de que tuviera solo cuatro años. Como lo hicimos depositando sus cenizas entre las raíces de un imponente roble melojo que, desde entonces, lleva su nombre, al menos nos regalamos la cercanía. Esa que los cementerios convencionales apenas logran. Es más, aunque debería ser legal inhumar cuerpos enteros para nutrir esos esquilmados campos con la totalidad de los 31 billones de células de materia orgánica que nos componen, no deja de ser sencillamente hermoso y coherente que los pocos átomos que tras la cremación quedan se conviertan en lo más sustentador que existe en este planeta: EL ÁRBOL.

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