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¿Cuándo les extirpan el sentimiento de la Natura?
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Joaquín Araujo

Emboscadas

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¿Cuándo les extirpan el sentimiento de la Natura?

De pequeños, nuestra vinculación con el entorno natural es total y sincera y, según pasan los años, los dibujos animados, los móviles y el sistema educativo acaban con ella

Foto: Un niño, gozando de la fascinación por la Natura que con los años perdemos, o nos quitan. (Unsplash/@anniespratt)
Un niño, gozando de la fascinación por la Natura que con los años perdemos, o nos quitan. (Unsplash/@anniespratt)

Mi nieto Adrián tiene dos años y medio. Nació y vive en Madrid, donde recibe excelente trato en una guardería. Su abuelo también vino al mundo en la capital, pero hace ya muchos decenios que eligió vivir con la vida. Abandoné la lela prisa y todas las secuelas, entre las que destaca el estar convirtiendo este planeta en una parrilla. Parece que el principal objetivo de esta civilización fuera convertir la humanidad en uno de esos controvertidos chuletones tan de actualidad. Triste, torpe y además nadie nos va a comer cuando estemos más o menos socarrados.

Estas dos pinceladas biográficas me parecen oportunas por lo que paso a describir.

Hace tres semanas, tocaba sacar las papas tempranas de mi huerta ecológica. Cosecho no menos de 200 kg que, con otros tantos de las tardías, me dan de sobra para todo el año. La cuestión es que me llevé al nieto a que viera por primera vez una de las tareas más duras y, al mismo tiempo, estimulantes que conlleva el intento de autosuficiencia alimentaria. Por cierto, uno de los mejores caminos para no incrementar el achicharramiento que tan adelantado llevamos.

"Durante los primeros años, ver cualquier especie es motivo de asombro y celebración"

Las reacciones del que espero herede estas soledades emboscadas en las que vivo me hicieron feliz. Un contento casi rayando en el entusiasmo, porque eso mismo es lo que desplegó Adrián durante las cuatro horas que me asistió. Demostró alegría por trabajar con las manos. Ilusión por las sucesivas apariciones de los tubérculos. Cada uno de ellos le parecía literalmente un tesoro. Y lo es. Añado que sus intentos de dos imposibles me desbordaron. Porque trató de cavar, él mismo, con una azada de gran tamaño. Incluso pretendió llevar los cubos llenos de papas hasta la pala del tractor. ¡Qué preciosa mímesis como forma de aprendizaje!

Feliz, sí, pero la mala costumbre de pensar panorámicamente también trajo a mi mente la pregunta que titula este blog.

placeholder Cualquier encuentro con un animal es un motivo de sorpresa y alegría a esta edad. (Unsplash)
Cualquier encuentro con un animal es un motivo de sorpresa y alegría a esta edad. (Unsplash)

Creo que todas y todos llevamos puesto al nacer una enorme fascinación por la Natura, por las plantas y los animales. Todavía más por el agua, a la que considero el primer juguete de los humanos. Seguramente es que en un rincón de la memoria genética habita el recuerdo del origen acuático de todas las vidas. El chapoteo en el baño del bebé ya es una preciosa y feliz confluencia con el agua.

Durante los primeros años de nuestras vidas, ver cualquier especie es motivo de asombro y celebración. Luego, a casi todos les amputan tan sencilla, limpia y cada día más necesaria alegría.

placeholder Mantener o recuperar ese vínculo con la Natura es esencial. (Unsplash)
Mantener o recuperar ese vínculo con la Natura es esencial. (Unsplash)

La vivacidad educa con solo manifestarse, como hace sin cesar y desde siempre. El sistema educativo —en general y como se impone desde hace demasiadas generaciones— extirpa la que, como decía Ortega y Gasset, es la mejor mitad de nosotros vivos. La que vive sin que mermen las otras vidas. A demasiados en casi todas partes se les obliga a olvidar una amistad para afianzar un sentimiento de propiedad y clara apropiación sin respeto. Tal amputación no está programada en el tiempo, pero por término medio, a partir de los seis o siete años, los dibujos animados, los videojuegos, el estúpido teléfono portátil y el propio sistema educativo consiguen extirpar el vínculo.

Ganó F. Bacon, filósofo inglés, al imponer universalmente su consideración de que el conocimiento es poder. Dominio que debe ser aplicado en la explotación y control de lo espontáneo. Lástima que la mejor definición de conocimiento que conozco no haya tenido apenas oportunidad en los planes de enseñanza. María Zambrano, alta lucidez donde las haya, escribió: “Conocer es acordarse y acordarse es reconocerse en unidad con lo que está siendo”. Es decir, confluir, fundirse, alegrarse o entristecerse con la Natura. Eso que mi nieto sabía sentir y hacer sin que ni siquiera su abuelo, que algo intenta enseñar, le diera más lección que ponerse a sacar papas delante de su feliz inocencia. Tan amenazada ya por un estilo de vida que poco o nada quiere saber de la vida.

Mi nieto Adrián tiene dos años y medio. Nació y vive en Madrid, donde recibe excelente trato en una guardería. Su abuelo también vino al mundo en la capital, pero hace ya muchos decenios que eligió vivir con la vida. Abandoné la lela prisa y todas las secuelas, entre las que destaca el estar convirtiendo este planeta en una parrilla. Parece que el principal objetivo de esta civilización fuera convertir la humanidad en uno de esos controvertidos chuletones tan de actualidad. Triste, torpe y además nadie nos va a comer cuando estemos más o menos socarrados.

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