Emboscadas
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Se trata de no esperar a nadie
Empieza a ser norma que demasiados listos, codiciosos y autoritarios usen la democracia con la intención de abolirla a la primera ocasión
Todos nos contradecimos varias veces al día. Nos lo recordó con una intensidad insuperable Walt Whitman. Imposible olvidar unos versos —“Me contradigo, pues bien, me contradigo. Contengo multitudes…”— que acuden a mi memoria acompañados por una suerte de indignada tristeza ante las ingentes, incesantes y globales contradicciones. No las de los individuos, tan disculpables, sino las del propio modelo, las de esta misma civilización. Presididas por un estilo de vida que destruye la vida. Seguidas por unas obligaciones electorales que pueden ser traicionadas, como si nada. O por un desmedido abuso de las palabras que en absoluto conservan sus significados iniciales.
Es más, empieza a ser norma que demasiados listos, codiciosos y autoritarios usen la democracia con la intención de abolirla a la primera ocasión. En cualquier caso, conviene destacar la que últimamente arrecia con desmesura. Me refiero a la riada de proyectos que se publicitan como sostenibles. Porque desbordan los límites del autoengaño individual para convertirse en una más de las amenazas globales. Contradicciones que resultan tan peligrosas como las medicinas caducadas o defectuosas. No curan, como prometen, sino que agravan las dolencias.
Me han pedido mil veces que defina sostenibilidad. Llevo años contestando que "consiste en no esperar a nadie"
La coherencia y la autenticidad han mermado más que la vivacidad o la estabilidad del clima y, por supuesto, están contribuyendo a la demolición de la convivencia y de la estabilidad natural. Tan necesarias ambas para todos los porvenires.
Por eso entiendo que podemos contribuir a un menor número de contradicciones absolutas con una recuperación del individualismo. Conviene, al respecto, acordarse de que esta civilización, que prima el éxito personal, descarta, al mismo tiempo, el valor de tu iniciativa cuando no va dirigida a enriquecerte o a incrementar tu poder personal. Es norma asegurar que tus gestos no sirven para cambiar nada por insignificantes. Sobre todo si pretendes salirte del consumismo acelerado o combatir el bulímico uso de mucha más energía de la necesaria.
Y llegamos al cenit de las contradicciones. La en absoluto asumible. Demasiados en demasiados estamentos defienden que hay que esperar a los que mandan. El colmo de esta superlativa contradicción es aguardar a las lentísimas burocracias, sus tratados y leyes. Para hacer algo a favor de la transparencia y la vivacidad, tenemos que ser casi todos al mismo tiempo.
Desprecian, una vez más, la posible coherencia individual porque, dicen, no va a cambiar nada. Pero es, a mi entender y hacer, todo lo contrario. Empezar por uno mismo es un precioso clavo ardiendo, pero al que será preciso agarrarse. Estoy convencido de que si uno cambia, algo cambia en el mundo. Es más, nada nos hace más libres que una voluntaria austeridad. Pero es que, además, en una situación de permanente despilfarro en todos los frentes —alimentario, energético, el del agua—, tus autolimitaciones serán sanadoras, coherentes y esencialmente necesarias y hasta eficaces.
Ya que el precio de la electricidad consolida la codicia de los listos, es decir, los beneficios desmedidos de los ya beneficiados. Ya que las lentas reacciones de las administraciones en poco o nada ayudan, bueno será recordar que todos, absolutamente todos, podemos vivir gastando mucha menos energía. Podemos dejar de ser involuntarios cómplices del desastre. Los descuidos, la falta de unos mínimos de atención y la sacralización de la comodidad hacen más ricos a los ricos y dañan el clima. Pero al menos que no sea por ti.
Si todo empieza en tu pensamiento, como mantenía Buda, el tuyo puede ayudar a que comience la sensatez. Tu iniciativa es manifiestamente inmejorable para mejorar la calamidad del presente. Es más, a veces, solo a veces, un estilo de vida se contagia y, con mucha suerte, se generaliza.
Acaso para entenderlo mejor culmino con un pasaje de mi vida cotidiana.
Me han pedido mil veces que defina sostenibilidad, economía ecológica o agricultura ecológica. Llevo años contestando que "consiste en no esperar a nadie".
Todos nos contradecimos varias veces al día. Nos lo recordó con una intensidad insuperable Walt Whitman. Imposible olvidar unos versos —“Me contradigo, pues bien, me contradigo. Contengo multitudes…”— que acuden a mi memoria acompañados por una suerte de indignada tristeza ante las ingentes, incesantes y globales contradicciones. No las de los individuos, tan disculpables, sino las del propio modelo, las de esta misma civilización. Presididas por un estilo de vida que destruye la vida. Seguidas por unas obligaciones electorales que pueden ser traicionadas, como si nada. O por un desmedido abuso de las palabras que en absoluto conservan sus significados iniciales.
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