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Alimentarnos no puede seguir siendo un grave peligro para la vida
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Joaquín Araujo

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Alimentarnos no puede seguir siendo un grave peligro para la vida

La producción industrial de alimentos ha degradado el 25% de los suelos productivos del planeta, además de esa primera materia prima de la producción alimentaria que es el agua: cada día más escasa, cada día más contaminada

Foto: Nave de una macrogranja de cerdos. (EFE/C. Lassig)
Nave de una macrogranja de cerdos. (EFE/C. Lassig)

La cultura rural está prácticamente extinguida. Como tantas otras facetas de esta civilización, ha sido barrida por la prisa, la codicia y una absoluta falta de control en todo lo relacionado con los daños colaterales que acarrea su generalización y masificación. Todo ello cuando se debe y se puede producir con métodos absolutamente compatibles con el resto de lo viviente. Cuando se debe y se puede, es más, respetar la dignidad del sector más injustamente tratado a lo largo de la historia.

La ciencia ha demostrado que a grandes granjas, grandes enfermedades infecciosas, como la pandemia que estamos sufriendo

En fin, cuando nuestro comer actual mata y menoscaba demasiado, conviene recordar que la ganadería y la agricultura intensivas y artificiales contribuyen con no menos del 15% —hay estudios que lo elevan al 23%— a la ya instalada catástrofe climática. Pero casi igual gravedad reviste el que la producción industrial de alimentos haya degradado el 25% de los suelos productivos del planeta. A sumar la creciente escasez de la primera materia prima de la producción alimentaria que es el agua, cada día más escasa, cada día más contaminada.

Foto: Un pastor con su rebaño de ovejas. (EFE/M. Bruque)

En tal contexto aterra que todavía estén en marcha proyectos de amontonamiento masivo de productores de alimentos. Me refiero, por supuesto, a una de las peores secuelas de primar la cantidad sobre la calidad y la compatibilidad con nuestro único hogar. Es decir, las macrogranjas. La contradicción no puede ser mayor si enfocamos a la provincia de Soria, uno de los espacios con mayor calidad ecológica, serenidad y vivacidad del viejo mundo.

placeholder Vacas en un prado asturiano. (Jose Luis Gallego)
Vacas en un prado asturiano. (Jose Luis Gallego)

Allí, en Noviercas, se pretende arreciar el despropósito con la mayor concentración ganadera de Europa y la cuarta del mundo. Todo ello en absoluta contradicción con todos los empeños de lucha contra el incremento de las temperaturas, la contaminación con nitratos, nitritos y antibióticos, que tan mal llevamos y por la que, por cierto, nuestra administración ha sido sancionada por la UE. Todo ello cuando la sensibilidad ciudadana contra el maltrato a los animales es uno de los aspectos más esperanzadores del presente. Todo ello cuando se demandarán dos millones de litros de agua diarios con un horizonte de creciente merma de las precipitaciones.

Todo ello cuando apenas se tiene en cuenta que ni producen empleo en la medida de lo prometido, ni fijan población como ya se ha demostrado en otras muchas localidades con macrogranjas mucho más pequeñas. Todo ello cuando ya existe un proyecto de ley que limita a 750 el número de vacas que pueden ser torturadas en una sola instalación.

placeholder Protesta en Palencia contra la instalación de macrogranjas. (EFE/A. Álvarez)
Protesta en Palencia contra la instalación de macrogranjas. (EFE/A. Álvarez)

Todo ello cuando ha quedado perfectamente demostrado por la ciencia que a grandes granjas, grandes enfermedades infecciosas para los humanos como la pandemia que estamos sufriendo por sexta vez. De hecho, la masificación e intensificación ganadera es el caldo de cultivo para el virus Nipah, la fiebre Q, la hepatitis E, y casi todas las variantes de la gripe y casi seguro de los coronavirus.

Foto: Un agricultor mostrando la acumulación de purines porcinos provocados por una macrogranja en Palencia. Foto: EFE

Pues bien, en esta macrogranja, en Noviercas, a la que se oponen sindicatos, partidos, los grupos ecologistas, los ganaderos extensivos y muchos sorianos, especialmente la entrañable asociación Hacendera, contempla crear una muchedumbre de 23.520 vacas en un recinto de casi 90 has y que generará residuos literalmente incontrolables. Todo lo contrario de lo que ahora mismo necesita nuestra salud y la del planeta. Todo lo contrario de lo que demanda la sensatez demostrada de una cada día más necesaria ganadería extensiva, familiar y de proximidad.

Puede que este descomunal sinsentido sea abortado por la denegación de los inmensos caudales que demanda de la cuenca del Duero. Aun así, todavía nos amenaza y resulta absolutamente prioritario no seguir incrementando actuaciones de un modelo que destruye demasiado. De ahí que convenga recordar que los defensores de la vivacidad, la transparencia y la dignidad del mundo rural somos absolutamente partidarios de no amontonarnos ni amontonar nada. Es decir, de nada demasiado para que no sea demasiada la nada.

La cultura rural está prácticamente extinguida. Como tantas otras facetas de esta civilización, ha sido barrida por la prisa, la codicia y una absoluta falta de control en todo lo relacionado con los daños colaterales que acarrea su generalización y masificación. Todo ello cuando se debe y se puede producir con métodos absolutamente compatibles con el resto de lo viviente. Cuando se debe y se puede, es más, respetar la dignidad del sector más injustamente tratado a lo largo de la historia.

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